ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Vehiculum

Marzo, 2023

Un vehículo es algo que lleva algo: la Tierra es el vehículo de los terrícolas y la pastilla es el vehículo del ingrediente activo de la medicina. Así que cuando uno va caminando, uno mismo es el vehículo, el piloto, el tripulante, la carga y la tara. Por eso, como dice Pablo Fernández Christlieb en el siguiente artículo, es tan complicada la vida. Y por eso también hay algunos que están tarados. Pero en este tema las cosas no siempre son muy claras, porque si bien el cerebro es el vehículo de las ideas y éstas se pueden bajar de ahí para subirse a otro, por ejemplo a las palabras, puede ser que sean las palabras las que se suben a las ideas para tener algo que decir.

Hace como cuarenta años alguien (Fernando Ortiz Monasterio) escribió un libro que se llama La nave espacial planeta Tierra: es bonito que sea una nave y, como su autor era ecologista, lo más seguro es que fuera un manual de mantenimiento, pero entretanto permitía plantearse dudas filosóficas tales como adónde va, qué lleva, dónde está el piloto e, incluso, qué es un vehículo porque —excepto para los policías de tránsito, seres no estrictamente filosóficos— el asunto es confuso.

Un vehículo es algo que lleva algo; por lo común parece que lo más grande de esos dos algos es el que es vehículo del otro: la Tierra es el vehículo de los terrícolas, la pastilla es el vehículo del ingrediente activo de la medicina, la aspirina del ácido acetilsalicílico, los zapatos lo son de los pies, y La Bestia de las ilusiones de los inmigrantes. El chicharrón es el vehículo de La Valentina. El cuerpo es el vehículo del alma, pero nadie sabe adónde la transporta. El viento siempre ha sido mal vehículo de la voz, porque se la lleva, pero no la trae, y en cambio, el teléfono es muy bueno.

El cerebro es el vehículo de las ideas, de donde se deduce que entonces las ideas se pueden bajar de ahí y subirse a otro, por ejemplo a la computadora, a los libros o a las palabras, pero eso ya no está tan claro porque probablemente son las palabras las que se suben a las ideas para tener algo que decir. En las ciudades, como bien lo sabe el policía de tránsito y lo consigna el Registro Público Vehícular, también hay vehículos, pero aquí sucede una inversión similar a la de medios y fines, en la que los fines quién sabe dónde fueron a parar (tal vez junto a los principios, que ya no se les ve muy a menudo), y lo único que queda son los medios: el caso es que ahora ya se dice que alguien, Fulanito, trae un Mercedes, cuando antes, con cierta lógica y buen español, era el Mercedes el que traía a Fulanito; uno se ha vuelto el vehículo de su coche, y de su tarjeta de crédito, y en una de ésas de su celular: un ciudadano es algo que sirve para llevar un celular. En efecto, parece que se empieza a dar una inversión entre vehículo y tripulante: un bebé es el tripulante de un útero, pero mientras algunos insisten en que es él quien maneja, otros insisten en que puede ser bajado, al menos durante las 12 primeras semanas del trayecto. Y es que los tripulantes de los vehículos, como la tripulación de un barco o de un avión, en realidad no son llevados ni van a ninguna parte, sino que, en rigor, son piezas del mismo vehículo, que pueden ser sustituidas como las azafatas o los grumetes, las llantas o las velas.

Entonces falta que alguien más se suba, a saber, el del volante o el del timón, que es lo que quiere decir piloto, o conductor, y el piloto lleva al coche para que el coche lleve al piloto, aunque si uno se llama Fernando Alonso o Ferrari Fórmula 1, ninguno de los dos sabe a dónde va, porque si fuera a la meta se les puede avisar no sólo que de allí salieron sino que pasan por ella a cada ratito. El piloto es el que guía al vehículo, que es entonces cuando sí va a alguna parte o, dicho más filosóficamente, tiene sentido, pero el asunto sigue siendo medio tonto, porque si se quedaran los dos en su lugar, quietecitos sin moverse, se ahorrarían tanta vuelta, ya que el piloto es un señor o señora que dirige un coche que es una cosa a la que no le interesa ir a ningún lado. Se anulan entre sí. Son como el ascensorista de un elevador sin nadie.

Entonces se necesita que algo más se suba, esto es, ponerle algo que llevar y que traer, para que tenga sentido, o sea, la carga, que puede estar compuesta de personas, animales o cosas, o mezclas de las tres, como un niño con su perro, alguien que es medio animal o de plano un bulto que no se sabe a qué reino pertenece. La carga no es ni piloto ni tripulación ni vehículo, sino pasajero, y por lo general se transporta a algún sitio. Uno es el pasajero de su ropa.

Da la impresión de que el mundo y la vida están constituidos por la relación compleja entre vehículos, tripulantes, piloto y carga. Pero las bolsas, cajas, maletas, huacales donde se ponen las cosas (o los kilos de más de los pasajeros) no son exactamente lo que se pretende llevar, de modo que entonces hay algo más: es lo que técnicamente se denomina tara, o sea, el peso muerto, inútil, que nada más cuesta trabajo. La tara es el lastre del que hay que deshacerse.

Ya con eso, ahora sí, están todas las claves para entender la realidad: cuando uno va caminando, uno mismo es el vehículo, el piloto, el tripulante, la carga y la tara; por eso es tan complicada la vida, y por eso hay algunos que están tarados. El país es un vehículo lleno de pasajeros que como en Aeroméxico son turistas de la realidad, de tripulantes a quienes les toca la friega, y donde el piloto es una carga, lo cual no está mal, porque ir a la deriva tiene se aventura; pero el planeta Tierra resulta ser un vehículo sin dirección ni destino, por lo que ya qué importa si tiene pasajeros o tripulantes, de todos modos es sólo seis mil trillones de toneladas de puro lastre.

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