«Todo saldrá bien»: el complicado y espinoso tema del suicidio asistido
Enero, 2023
En su vigesimoprimer largometraje, el prolífico cineasta parisino François Ozon aborda con madurez, sin sentimentalismos ni conmiseraciones, y hasta con una pizca de humor, los complejos caminos del suicidio asistido. Se trata de un filme basado en la novela homónima, autobiográfica e inédita en castellano de la escritora y guionista francesa Emmanuèle Bernheim, en el que la edición, la música y la fotografía se subordinan al relato: ese encuentro-desencuentro sostenido entre la hija ya madura y el padre siempre dominante, escribe Alberto Lima en esta nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’.
Todo saldrá bien (Tout s’est bien passé)
película franco-belga de François Ozon,
con Sophie Marceau, André Dussollier,
Géraldine Pailhas, Charlotte Rampling,
Hanna Schygulla. (2021, 113 min).
París, 15 de septiembre, época actual. Mientras la madura y guapa escritora Emmanuèle Bernheim (Sophie Marceau) trabaja en casa, recibe una llamada funesta en su teléfono celular. De inmediato abandona su departamento para reunirse en las afueras del hospital con su hermana menor Pascale (Géraldine Pailhas), y juntas serán informadas de que su padre André Bernheim (André Dussollier) acaba de sufrir un accidente cardiovascular, del cual quedará con secuelas de parálisis en el brazo derecho y trombosis en la pierna del mismo costado. A consecuencia de ello, luego de una recaída que lo lleva a terapia intensiva, cierta mañana el envejecido hombre, al darse cuenta de que no podrá continuar haciendo su vida como antes, pedirá / ordenará a Emmanuèle que haga todo lo posible para ayudarlo a “terminar con esto”.
Tal decisión desencadenará una nueva crisis familiar entre las hermanas, quienes no sólo deberán lidiar con cumplir la voluntad del padre, sino también con mantener a raya al violento Gérard (Grégory Gadebois), el gigoló obeso del padre —o la mierdota, según lo refieren las hermanas Bernheim—, y con estar cerca de la madre escultora, Claude de Soria (Charlotte Rampling), quien sufre Parkinson y permanece sumida en una profunda depresión. Finalmente Emmanuèle entrará en contacto con esa extraña dama suiza (Hanna Schygulla), quien le permitirá encontrar en la ciudad de Berna una organización de ayuda para el suicidio asistido, y tratar así de cumplir con la pesadísima solicitud dispuesta por su padre.
Basado en la novela homónima, autobiográfica e inédita en castellano de la escritora y guionista francesa Emmanuèle Bernheim —fallecida en 2017 por cáncer de pulmón—, el vigesimoprimer largometraje de François Ozon (Swimming Pool: juegos perversos, 2003/ Joven y bella, 2013) aborda con madurez, sin sentimentalismos ni conmiseraciones, y hasta con una pizca de humor, el complicado y espinoso tema del suicidio asistido. Con economía de recursos fílmicos, donde la edición, música y fotografía se subordinan al relato, es en el encuentro-desencuentro sostenido entre la hija ya madura, quien aún mantiene esos resabios de ciertos traumas paternos mal resueltos que son plasmados en brevísimos flashbacks de infancia, y el padre siempre dominante que, pese a la vejez y sobrevivencia al accidente cardiovascular, de todas maneras Juan te llamas y continúa siendo un viejo cabrón, tal y como lo evidencia magistralmente ese plano-secuencia donde, aún paralizado de medio cuerpo, es capaz de lanzar con el brazo sano un tremendo manotazo para botarle la cuchara y el recipiente con comida a la hija Emmanuèle, mientras ésta le daba de comer en la boca, luego de responder con silencio a la incómoda pregunta sobre si se ha informado respecto al encargo.
Ozon entrega no una carta al padre sino una película al padre, que ostenta un personaje interpretado por André Dussolier, pleno de hondura y complejidad del hombre industrial-coleccionista de arte-padre de familia-homosexual-abuelo amoroso, con esa gestualidad de rostro paralizado con el ojo y boca vencidos en todo momento —y que con humor negro hasta la propia hija es capaz de imitar mientras se mira a sí misma frente al espejo—, el cual oscila desde los flashbacks del padre joven y estricto que no se guarda nada para regañar por todo, por nada, porque sí, porque no y por si acaso a la tolerante hija Emmanuèle —ya acostumbrada desde niña al áspero carácter paterno—, al ser, por ejemplo, recriminada por comer a deshoras, hasta la secuencia durante la cena en el refinado restaurante predilecto de papá, quien primero la halaga por lo bella que se ve con su vestido rojo, para de inmediato soltarle un “eras tan fea de niña”.
Porque la crudeza retratada por Ozon de los aciagos días en el hospital marca el tono de la película, con el trajín de los días aciagos del ser querido hospitalizado y susceptible a ser llevado a terapia intensiva de improviso, con la fraternidad y rivalidad soterrada entre hermanas, viviendo sus rutinas personales, plantando la cara ante familiares reacios a la decisión del padre, interactuando con el notario, el abogado y hasta la policía mientras arrostran con la difícil encomienda paterna, que encontrará su luz en una blanquecina habitación helvética con música celestial de Brahms como fondo.