“Para escribir un cuento se necesita lo mismo que para hacer rompope…”
Orlando Ortiz nació en Tampico, Tamaulipas, el 19 de enero de 1945 y falleció en la Ciudad de México el 10 de septiembre de 2021, a los 76 años de edad. No sólo fue un escritor de larga trayectoria —más de cinco décadas en el oficio— y prolífico —más de cuarenta títulos—; Orlando Ortiz fue además uno de los prosistas más sólidos de nuestro país, tanto cuando trabajaba la crónica como en el cuento, la novela y la literatura infantil. Eduardo Villegas Guevara lo evoca en estas líneas…
Who is Orlando?
Orlando Ortiz nació en Tampico, Tamaulipas, en 1945. Se ha desempeñado como narrador, ensayista, articulista y guionista. Estudió lengua y literatura hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Coordinador de talleres literarios desde 1972, cuando inició en la Universidad Autónoma de Puebla para proseguir con esta actividad en diversas dependencias como el INBA, el IPN, el DDF, en el Programa Cultural de las Fronteras y en la Fundación para las Letras Mexicanas. Participó en la revisión y preparación de la Enciclopedia de México y desde hace años colabora en los principales periódicos y revistas literarias del país. Es uno de los prosistas más sólidos de nuestro país, tanto cuando trabaja la crónica como en el cuento, la novela y la literatura infantil.
Al principio era el puro cuento
A principios de 1969, cuando Orlando firmaba sus primeros cuentos todavía con su nombre completo. Orlando Ortiz López recibió lo que habría de ser el visto bueno para su vocación y oficio. En ese año se reunió el jurado del Premio de la revista Punto de Partida en la rama de cuento, integrado por Julieta Campos, Emmanuel Carballo y Carlos Monsiváis. Según su veredicto, Orlando obtuvo el segundo premio de aquel certamen convocado por primera vez en la historia. La revista Punto de Partida, así como el concurso dirigido a los estudiantes universitarios, se ha convertido desde entonces en el espacio donde publica una gran cantidad de escritores por primera vez. Esto también quiere decir que Orlando lleva en el oficio más de 40 años de escritor, pues su cuento “Fraternidad”, firmado con el seudónimo “Tripticio”, apareció publicado en el número 9 (marzo-abril, 1968) de la revista entonces dirigida por Margo Glantz. En “Fraternidad” los protagonistas son jóvenes que utilizan un lenguaje ad hoc en una estructura ceñida por su prosa y su anécdota. Quizás otro elemento que habría que resaltar es la presencia del erotismo manejado con gran sabiduría, pues muestra los escarceos del juego amoroso, su posible consumación, así como la falta de transparencia entre los sentimientos de los personajes.
Seis novelistas en competencia
El verdadero inicio de Orlando Ortiz, hablando como profesional de la escritura, se le reconoce con la publicación de su novela En caso de duda, editada en octubre de 1968, trabajo por el cual recibió la beca Martín Luis Guzman, cuyo monto económico era cubierto por Ediapsa, empresa mexicana organizadora de las Librerías de Cristal. El mecanismo de la beca no se ha vuelto a ensayar con los mismos lineamientos, pues consistía en publicar seis primeras novelas de distintos autores para que el público lector y los críticos eligieran la mejor de ellas con una cédula de votación y la que obtuviera la mayor cantidad de votos le concedía al autor escribir otro libro y, si estaba de acuerdo, podría publicarlo con la Editorial Diógenes.
No son pocos los que recuerdan el lema publicitario de la Sección Amarilla: “En caso de duda consulte…”, de donde proviene el título de su primera novela. Orlando ha comentado que fue una sugerencia hecha por Emmanuel Carballo. El título es acertado ya que anuncia el conflicto que expone la novela. Pero, además de las dudas existenciales, hay un trabajo incisivo sobre el lenguaje para que éste retrate carácter y conflicto de los personajes, en una trama que mucho dice ahora de los jóvenes que vivieron y sufrieron la década de los años sesenta. Habría que recordar que en esas Seis primeras novelas en competencia de jóvenes escritores mexicanos, como se le llamó a la promoción “Diógenes 1967-1968”, aparecieron los títulos de Julián Meza (El libro del desamor), Carlos Olvera (Mejicanos en el espacio), Parménides García Saldaña (Pasto verde), Manuel Farill (Los hijos del polvo) y el de Margarita Dalton (Larga Sinfonía en D).
México lindo y qué herido
Con beca y todo, Orlando dejó pendiente la escritura de su segunda novela y de muchos otros cuentos que pudo haber escrito en esos 20 años. Se enfrascó, sí, en la escritura periodística y sobre todo en la recopilación e investigación de temas de carácter social sin que éstos estuvieran dedicados a los intelectuales, pues sus libros tienen el carácter de ser obras de divulgación para quien quiera asomarse, pero los temas tienen otros alcances. El primero de ellos lleva por título La violencia en México (Diógenes, 1970), cuyos materiales dan una idea aproximada del desarrollo de país a través de la violencia, sobre todo aquella motivada por los grupos que detentan el poder, es decir la violencia de tipo represivo. El libro recorre un amplio historial: inicia con los sacrificios humanos que practicaban los aztecas, matizando su objetivo cosmogónico, y termina en un acto represivo singular, pues se les concede la voz a los protagonistas de la noche del 2 de octubre de 1968. Sin olvidar puntos intermedios en nuestra historia, como la Conquista, la Colonia, la Guerra de Independencia, sin olvidarse del porfiriato, así como de la Revolución de 1910 y su prolongación en gobiernos posrevolucionarios.
Genaro Vázquez, por su parte, es otra antología temática (Diógenes, 1972) también de carácter informativo que brinda noticia sobre la trayectoria de Género Vázquez Rojas, líder de la Asociación Cívica Guerrerense, que después se transformó en la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, cuyo principal objetivo era exigir el respeto de las autoridades a la voluntad popular y que terminó convocando a la lucha armada ante la falta de vías democráticas.
Jueves de Corpus (Diógenes, 1972) también ofrece una crítica a las tendencias de intolerancia y de represión que vivieron ciertos grupos sociales en nuestro país. El libro tiene como centro de su investigación el llamado Jueves de Corpus —junio 10 de 1971, fecha de ingrata memoria—, donde el estudiantado se torna protagonista del cambio democrático y al mismo tiempo, en sujeto de la represión autoritaria.
En el primero de estos libros viene una frase que Orlando podría plantear en plena actualidad, pues parece ser el signo de cierta corriente política oficial: “O te aclimatas o te aclichin…” En este aspecto, parece que ningún tiempo pasado fue mejor.
Sigue el cuento
Sin mirar a los lados (1969) es el primer libro de cuentos que Orlando publicó en la ya desaparecida Editorial Bogavante. Formaba parte de la colección “Escritores Latinoamericanos” donde figuraban, entre otros autores, los nombres de Julio Ramón Ribeyro, Esther Seligson, Pedro Orgambide, Eduardo Heras León y Margarita Dalton. De este volumen sobresalen “Cuento póstumo” y “Vacía continuidad” en los cuales se encuentran ya ciertos temas y recursos que serán recurrentes en la narrativa de Orlando Ortiz, como el largo fraseo de los párrafos en búsqueda de intensidad, además del fino sentido del humor, adquirido gracias a la escritura misma, a las situaciones descritas y, sobre todo, al carácter de los personajes. El erotismo en “Vacía continuidad” adquiere tanta relevancia que, si no fuera por el contexto en que se mueven los personajes (la represión de los años sesenta en México), cualquier lector terminaría bastante humedecido y no precisamente de sudor.
Habrían de transcurrir casi 20 años para que apareciera otro libro de cuentos de Orlando Ortiz. En este lapso se dedicó al periodismo y a la elaboración de las antologías ya comentadas. La narrativa no estuvo abandonada del todo y, casi sin querer, fueron llegando los títulos: Cuestión de calibres (1982) publicado en la colección “Práctica de Vuelo” —de la (entonces) delegación Venustiano Carranza—, que coordinaban Saúl Juárez, Eduardo Langagne y Jaime Vázquez. También apareció El desconocimiento de la necesidad (1984) en los “Libros del Fakir” (46) de la Editorial Oasis que dirigía Luis Mario Schneider.
Textos de las plaquetas anteriores conformarían su libro de cuentos Secuelas (Diógenes, 1986), con el cual se reintegra a la prosa de ficción y del cual no puedo dejar de comentar tres cuentos. “Acción sincopada” nos ofrece una trama que inmiscuye al lector en los laberintos que la vida ofrece: los conflictos personales y la represión que destruye sensibilidades. Si los personajes del cuento recelan de su situación, los lectores terminan por recelar de la vida. De ahí que Orlando Ortiz no sea un escritor complaciente, la mayoría de las veces resulta bastante incómodo. “El as en la manga”, pese a estar narrado en primera persona, permite adivinar las características de los interlocutores para presentarnos el mundo de la izquierda, un mundo político que se muestra infiltrado por el bando oficial. “Una habitación” es un trabajo descriptivo muy intenso; gracias a la paulatina presentación de los objetos, valga la redundancia, con una fría objetividad, los lectores encontramos algunas causas por las cuales el mundo puede quedar inerte. Las cosas no pueden dejar de hablar a pesar de su silencio. La solución estructural que Orlando dio al cuento me parece tan sencilla y al mismo tiempo magistral, pues queda patente la eficacia de construir una historia, aparentemente sin acción y con unas cuantas notas al pie de página, dinamizarla.
Desilusión óptica apareció publicado por Claves Latinoamericanas (1988) y, cuando menos, hay que señalar tres cuentos. El primero se llama “Quizá por eso”, un soliloquio donde el personaje imagina al interlocutor y, pese a su inexistencia, motiva la acción, un conflicto que habla de una personalidad siempre fugaz y sobre todo incapaz de poseer un futuro. En “Contingencias” encontramos una situación extrema, hilada párrafo tras párrafo donde la esperanza está condenada a morir en el enclaustramiento. En “Transferencia” hay un personaje que no sabe contar su historia y que delimita su vida en unas cuantas coordenadas. La trama elaborada por Orlando Ortiz, cuya percepción de los actantes es ambigua, nos habla de la imprecisión entre los niveles de realidad o alucinación que sufre el personaje, misma que puede transmitirse al lector.
Diez año después un maduro Orlando nos entrega Miscelánea cruel (Lectorum, 1998), libro de cuentos que llama poderosamente la atención porque sus relatos nos entregan un humor negro que lo mismo puede surgir del carácter de los personajes que de las situaciones, sin que las tramas pierdan la consistencia para ser leídas con interés.
Con una tensión que los acerca al cuento policiaco tradicional, esos cuya lectura no se abandona hasta que los termina uno, el autor nos presenta una muestra de pasiones y acciones que terminan en el crimen, pero antes nos revelan muchos de los mecanismos que se esconden detrás de la crueldad, sea ésta dentro de la pareja, dentro de los triángulos amorosos, bien en los ambientes policiacos y, las más de las veces, en los medios políticos. Nueve cuentos cuyo orden nos presenta diferentes emociones y contextos. De un lado los cuentos cuyo sentido del humor sólo sirve para exacerbar los atavismos y taras de los orgullos mal entendidos, como la lealtad entre asesinos, la fidelidad de la mujer ajena, como sería el caso de “El desquiciante recinto” y “Todo por los amigos”. Mientras que también tenemos textos que podríamos clasificar de negros en el mejor sentido de la palabra por su lobreguez, donde aparecen personajes cuyas almas definitivamente ya no tienen remedio: “Padre, hijo y ejecutor”, la historia de un asesino al que todavía no le llega su hora; “Noche de San Valentín”, el galán de barrio que se preocupa por todo menos por su familia, y “Pálido gañido”, que raya en los límites de la sordidez. Lo anterior no lleva un juicio moral, sólo trata de mostrar el ambiente que la historia de Orlando Ortiz recrea. Si un juicio hay que expresar, tiene que ver con la calidad de la prosa que es excelente, ya sea cuando aparece la expresión coloquial del medio rural y sobre todo del lenguaje urbano que retrata a los marginados. También hay que señalar la precisión de los recursos narrativos que permiten lograr el objetivo principal de los cuentos que integran esta Miscelánea cruel: el gozo del lector.
A la “matria” dando
Si bien las antologías y las investigaciones de corte político han predominado en muchas de las publicaciones de Orlando Ortiz, las inminentemente literarias no han estado fuera de su ocupación. Prueba de lo anterior es su trabajo para la colección “Letras de la República” del Conaculta: Tamaulipas, una literatura a contrapelo (poesía, narrativa, ensayo y teatro, 1851-1992), donde Orlando tiene a cargo la selección, el prólogo y las notas mismas que buscan “analizar objetivamente lo que ha sido la literatura de Tamaulipas, para ubicarla con justicia y difundir resultados, cualesquiera que fueren, ensalzando lo que se deba sin apologías gratuitas ni complacencias nefastas…” Esto, en un estado donde se ha ido a contracorriente, por la aparición tardía de ciertos géneros artísticos y, sobre todo, porque la actividad de muchos creadores se ha centrado en la docencia y, tal vez, esto haya estancado un proceso que requiere de desafío, de rupturas, de propuestas, cuestionamientos y hasta anticipación. Mientras que, “por definición, educar es dar continuidad, reproducir modelos, conceptos patrones y valores”.
Tamaulipas, una literatura a contrapelo reúne siete poetas en una lista que arranca con José Arrese y Juan B. Tijerina del siglo pasado y termina con las voces de Arturo Medellín Anaya y de Juan José Amador en fechas recientes. La narrativa incluye nombres como Graciela González Blackaller, Mauricio González de la Garza, René Espinosa Olvera, Antonio Delgado, Rafael Ramírez Heredia, junto a los de nuevo cuño como serían Federico Schaffler y Guillermo Lavín. Cuatro ensayistas de excelente factura como lo son Carlos González Salas, Antonio Martínez Leal, Ana Elena Díaz Alejo y Alfredo Juan Álvarez. Mientras que en dramaturgia sólo figuran dos nombres: Altair Tejeda de Tamez y Arturo Castillo Alva. La bibliografía complementaria habla cuando menos de una gran cantidad de autores y de obras cuyo trabajo se ha desarrollado en el estado de Tamaulipas.
En esta misma línea entran sus antologías Entre el Pánuco y el Bravo, una visión antológica de la literatura tamaulipeca (CNCA-Coordinación de Descentralización-CECAT, 1995), que a diferencia de la anterior reúne una mayor cantidad de autores y agrega, además, el género de la crónica. En fechas más recientes publicó En las fronteras del cuento, jóvenes narradores del norte de Tamaulipas (CNCA-FETA, 1998), que surgió a raíz de una propuesta de Rafael Santín, director de la Zona Norte de la Coordinación Nacional de Descentralización del CNCA. Dicho volumen reúne el resultado de los diversos talleres impartidos por Orlando en la región, aunque tiene la limitante de mostrar sólo el trabajo de los autores denominados jóvenes, es decir menores de 35 años. Dicha muestra se concentra en la narrativa, asunto curioso, como lo señala su autor, ya que la mayoría de los integrantes del taller tenían esta inquietud, a diferencia de otros lugares donde la poesía predomina como género juvenil. “También resulta interesante la amplia gama de temas, motivos y tratamientos que el lector encontrará en los textos de Jorge Álvarez, Bambi Brayda, Lucía Calderón, Guadalupe Gómez, Jesús de León-Serratos, Dora Elia Rodríguez, Marcos Rodríguez Leija y Luz Verónica Sáenz.
Orlando Ortiz, a través de sus talleres, conferencias y publicaciones le ha dado mucho a “la matria” y le seguirá dando. El Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas le publicó una antología con textos representativos de sus obras publicadas y un par de cuentos inéditos: “Con el corazón volcado” y “Vocación de colega”, relatos que hablan del oficio narrativo adquirido en sus primeros 25 años de escritor. Recuento obligado es el nombre de la antología y apareció en la colección “Nuevo Amanecer” (CECAT, 1994). Ni tardo ni perezoso, Orlando respondió con un bello libro de crónicas que se deja leer de una sola sentada por su estilo y contenido que va del dato exacto al dato curioso. Crónica de las huastecas, en las tierras del caimán y la sirena (1995) está en una de las colecciones más interesantes del CNCA, pues “Cuaderno de viaje” nos brinda el testimonio del viajero, siempre un hábil narrador, que se convierte en lugareño y describe a la ciudad o la región con buen oficio, pero sobre todo con gran corazón, como es el caso de Orlando Ortiz.
La historia en cómic de México
Orlando Ortiz, según la opinión de Paco Ignacio Taibo II, registra en su biografía el haber sido el guionista del único cómic revolucionario en nuestra historia contemporánea, una historia maravillosa llamada Torbellino. No sólo eso, sino también le ha dado a la historia de México un tratamiento de divulgación a través de la historieta hecha con gran seriedad. Un capítulo especial es el proyecto que realizaron la SEP y la Editorial Nueva Imagen con México, historia de un pueblo, donde en 20 tomos compendiaron las distintas etapas de México desde la llegada de los españoles a las costas de México hasta el final de la Revolución Mexicana. Orlando Ortiz escribió así el guión de Adiós, mamá Carlota (Librocómic, 1982) sobre la Intervención Francesa y el imperio de Maximiliano (Librocómic, 1982); El rostro oculto (Librocómic, 1982), sobre la intervención norteamericana en el episodio denominado la Decena Trágica; Los dorados de Villa (Librocómic, 1982), sobre la acción política y militar de Pancho Villa y la División del Norte. Los tres recrean, a través de anécdotas ficticias, un contexto histórico determinante para la historia de México y cuyos datos fidedignos se complementan con un excelente dibujo, un prólogo y un epílogo que sitúan al lector en el contexto y las repercusiones que los hechos narrados tuvieron, además de un glosario que reúne las biografías de los protagonistas, así como alguna ilustración sobre el vestuario de la época.
Los elevados tirajes de las publicaciones mencionadas (75,000 ejemplares), así como la accesibilidad del género, hablan de tener como objetivo principal la difusión de la historia del país. En cuanto a Torbellino, digamos que la imaginación sirvió para encontrar ciertas cárceles clandestinas de presos políticos en el país que el mismo autor ignoraba. Pero no fueron los actos de censura por la que la historieta se acabó, resulta que un día Orlando se cansó de hacerle al guionista y se refugió en la publicidad, un campo sin marquesina iluminada, pero que permite subsistir.
La literatura para los chaparros
De pronto Orlando Ortiz se halló convertido en abuelo. Sus nietas acudían a las presentaciones de sus libros y pronto le hicieron el reclamo al escritor: “Abuelo, ¿por qué no escribes algo para nosotras?” Orlando, que nunca rehúye ningún reclamo de la realidad con la cual está comprometido, tomó con gusto la tarea. Con la sabiduría y habilidad de muchos años de oficio literario fue publicando libro tras libro, de manera que los chaparros, de los niños de este país, disfrutan ahora los temas de este autor tampiqueño que es solicitado y leído en distintas partes de nuestro país con interés. Del inicial ¡Qué te pasa, calabaza! (Ediciones Castillo, 2001), pasando por los memorables Carnaval macabro y Volveré de ultratumba (Editorial Progreso, 2008, 2009), hasta la reedición de Ay, qué vida tan chaparra (Cofradía de Coyotes, 2011), Orlando cubre las expectativas de niños y jóvenes con la maestría de aquel que ha sabido encontrar las palabras precisas para comunicarse con ellos: y sin dejar de echar mano a los mejores recursos técnicos de la narrativa; el manejo esplendido del suspenso (la llave maestra para captar el interés de los lectores), los juegos verbales y las estructuras novedosas para contar desde un carnaval, donde las líneas de posición social son abolidas, hasta las peripecias escolares. Todo lo que redacta se impregna de su sello literario y los lectores juveniles han sabido valorar esta gran virtud de Orlando.
La pequeña lección de Orlando
Orlando Ortiz se caracteriza físicamente por ser un tipo corpulento, por llevar unos anteojos que no disimulan su mirada inquisitiva y por tener —desde sus años mozos— una barbita de chivo, como prolongando su cara de sabelotodo. Pero también se caracteriza por ser un excelente tallerista. Muchas lecciones sin duda habrán aprendido quienes pasaron por sus talleres, digamos Ana Clavel, Eloy Pineda, José Antonio Zambrano, Agustín Sánchez, J. M. Servín, sin mencionar a muchos más que publicaron con mayor eficacia después de sus sesiones. En la revista Tierra Adentro (número 40, 1984) dejó constancia de una de esas lecciones que nunca olvida dar. Reflexionando sobre uno de los géneros que más cultiva, dijo: “Para escribir un cuento se necesita lo mismo que para hacer rompope: buena leche, huevos y paciencia. La buena leche, porque hace falta suerte para encontrar una historia interesante que sirva de base para el cuento; los huevos, porque se necesita valor para evitar tentaciones y ceñirse a la estrecha amplitud de los ámbitos del género o, en su caso, para romper consciente y propositivamente con lo establecido; y paciencia, porque en un descuido se nos puede desbordar el texto, también porque cada cuento tiene que rehacerse, afinándolo cada vez más hasta que lo sentimos acabado”. Más adelante citó a Ricardo Palma donde cierto aspirante preguntaba qué ponía en el medio, a lo que el poeta responde: “¿En el medio? ¡Ese es el cuento! ¡Hay que poner talento!” Cosa que Orlando toma para sí, pues lo demás sabe que sólo le sirve como instrumental o como herramientas de trabajo, no más.
Aún hay más lecciones, por ejemplo escribir de manera callada y publicar con las ideas de que los libros sigan su propio camino, no entablar competencias literarias con nadie, salvo con su misma pluma; permitir que los libros inéditos vayan siendo solicitados a su tiempo y por la persona realmente interesada; disfrutar en primera instancia el mismo proceso de la escritura y no la secuela de entrevistas, presentaciones o cocteles y…
Basta.
Porque en el fondo ignoro muchas de sus verdades para escribir, pero lo cierto es que después de 50 años de escritura no ha dejado de hacerlo. Y eso ya habla de un oficio bastante sano, pero, sobre todo, sólido.
La torpeza de mi corazón
Orlando tuvo muchos talleristas en la Fundación para las Letras Mexicana. Yo lo conocí por ahí de 1982. Desde el 85 me orientó y me ayudó a ganar mis primeros concursos literarios. Fue mi coordinador durante unos cinco años, hasta que me corrió porque consideró que era el momento de continuar mi camino escritural y de lector por mí mismo. Al lado de Carmen, su compañera, bautizó a mi hijo Daniel y fuimos durante más de 25 años los buenos compadres que se saludan y hacen labores literarias cada vez que se puede. Este 10 de septiembre de 2021 la noticia de su ausencia permanente me partió el corazón y yo me quedé con esta torpeza que me impide decirle adiós al maestro, al compadre, al paisano… Me quedo con sus enormes enseñanzas y con todos sus libros que me fue firmando a lo largo de su vida. He estado pensando que su enorme generosidad fue, seguramente, la que le reventó su corazón de tampiqueño ilustre y no tendré más opción que extrañarle de manera definitiva y constante.
Nota bene: este texto es una versión editada y actualizada por el propio autor de un ensayo que aparece en el libro A seis voces (Cofradía de Coyotes, 2012).