“Únicamente soy mi libertad y mis palabras”
Nació en Jerez de la Frontera en 1926, y falleció en mayo pasado, en Madrid. José Manuel Caballero Bonald estudió filosofía y letras en Sevilla y enseñó literatura española en la Universidad Nacional de Colombia y en el Bryn Mawr College. Fue merecedor de numerosos y prestigiosos galardones como el Premio Cervantes, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca o el Biblioteca Breve. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz y por la UNED. Escribió las novelas Dos días de septiembre (1962), Ágata ojo de gato (1974), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y Campo de Agramante (1992), así como el ensayo Oficio de lector (2013). Su obra poética está reunida en Somos el tiempo que nos queda (2007). Con posterioridad aparecieron Entreguerras, o de la naturaleza de las cosas (2012), así como Desaprendizajes (2015). También publicó dos libros de memorias: Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001), reunidos en el volumen La novela de la memoria (2010). Para Caballero Bonald, el poema es un artefacto autónomo que crece según sus propias leyes (o sus propios caprichos), y por ello mismo se distancia de la obviedad figurativa y de las experiencias biográficas que están en su arranque. En homenaje al poeta, hemos hecho esta selección de su poesía para ‘Cristal de aliento’…
Versículo del Génesis
Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.
Entra la noche como un trueno
por las rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.
Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.
Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.
Entra la noche como un grito
entre el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre sus últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.
Domingo
La veis un día domingo.
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado
(no lo podéis mirar),
un traje del que cuelgan trabajos, tristes hilos,
pespuntes de temor, esperanzas sobrantes
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
de ir gastando semanas, hambres de cada día,
en las estribaciones de un pan dominical.
La veis venir acaso de un afán desahuciado,
de una piedad con fábulas, la veis
venir y ya sabéis que está llamándose
lo mismo que la vida,
lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido,
hecho molde de engaño comunal,
cortado a la medida de mensuales lágrimas,
de quebrantos tejidos con la última
hebra de la intemperie, con las trizas
de ese telar de amor donde entrevemos
la pobreza de todos que es un cuerpo sin nadie.
Sucede que es un día más bien canción que número,
más bien como una lluvia de inclementes pestañas,
de humilde mano abierta
que volverá a vestir de desnudez la vida.
Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces,
ya es mentira ese sueño blandamente nocivo
que se nos va quedando arrendado en la piel,
que se consume hasta perderse
en un mísero rastro de caricia aterida,
hasta llegar a confundirse con un domingo anónimo,
con un tiempo de nadie hilvanado de lástima.
Y de pronto ese día, el domingo,
ella viene llegando, corre, se nos acerca
(todos la conocemos),
nos mira igual que un charco
de amor recién secado, nos contagia
de todo cuanto es crédulo en su espera siguiente,
porque está consolándose con un jornal vacío,
porque está desviviéndose
en una vana sucesión de acopios para huir,
de ir contando los años por tránsitos de trajes,
por memorias zurcidas, por sueños arrancados
del retal de un domingo cegador e ilusorio.
Nombre entregado
Tú te llamabas tercamente Carmen
y era hermoso decir una a una tus letras,
desnudarlas, mirarte en cada una
como si fuesen rastros iguales de alegría,
contiguos besos en mi boca reunidos.
Era hermoso saberte con un nombre
que ya me duele ahora entre los labios,
me sangra entre los labios como el moho de una fruta,
como algo que yo querría nombrar constantemente
y me estuviese amordazando con su olvido,
con su apremiante negación de ser,
porque es inútil repetir lo que termina en nada.
Es posible que ya no puedas tú tener un nombre,
encerrar en un nombre tu ternura,
tus verdes ojos dulces,
la dorada humedad de tu cabello,
que ya no puedas responderme si te llamo,
si te sigo llamando y nada me devuelve
la ilusoria constancia de que aún eres cierta.
Ahora es de noche y tú no tienes nombre,
a nadie pertenecen tu voz, tus adjetivos,
mientras cae la lluvia
mansamente y es más frágil la vida
cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre.
¿Es verdad que te has ido para siempre,
que no podremos ya mirar los árboles mojados,
la lenta pesadumbre de las tardes calladas,
el nocturno temor que a nuestro amor se unía?
¿Es verdad que tu boca se irá deshabitando
sin responder a nadie ni siquiera en silencio,
que ya no cabré nunca en tu mirada,
en tus manos que guardan mi latido en su piel?
No puedo imaginar que alguien te llame
allí por ese reino donde ahora enmudeces
mordiéndote los labios como entonces
y tú vuelvas los ojos para ver si es posible
que tengas todavía un nombre en que esconderte,
un nombre que estacione la vida entre sus letras,
que sea vanamente igual que Carmen,
porque ahora es de noche y tú no tienes nombre.
Pero entonces he mirado la luz,
los péndulos furtivos del otoño,
los hombres que caminan y caminan,
las aves del regreso, torpes ya con el frío,
estos libros que ardieron con nuestros ojos juntos,
mis padres, mis hermanos, con sus sombras gemelas,
mi amigo Juan Valencia, que está mi lado y no
me habla, y sé que estoy viviendo,
he aprendido que son las cosas quietas
las que evidencian mi razón de cada día,
que eres tú quien te has ido a una gran soledad,
quien no puedes volver con aquel nombre tuyo,
con aquel cuerpo ajeno y transeúnte que tenías,
con algo que no sea caricia o beso o lágrima
y lo convoque todo en una historia única
donde decir tu nombre equivalga también a poseerte.
Porque es triste y es también preciso
comprender que eso es vivir: ir olvidando,
consistir en palabras que están llamando a nadie,
saber que es una grieta súbita
la que arrasa y corrompe la más cierta esperanza,
saber que es el desamor
quien detrás de lo más amado espera
para poder seguir viviendo
a pesar de la noche y tu nombre entregado.
Otra vez en lo oscuro
A veces, en la turbia
galería del sueño, encendía la luz
y me quedaba oyendo los ruidos
de la noche: el rumor
de la ronda, el gotear
del grifo, la doméstica
respiración y como un vago
acicate de vida
en la madera.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Trascendía
la casa a los durmientes
y todo era un recluso
depósito de miedo entre las sábanas.
Pedía de beber por no sentirme
solo, quizá por parecerme
al acecho de alguien,
porque el roce de un cuerpo
me desvelara de vivir.
Y otra vez en lo oscuro iba
rastreando los pasos
de la calle, respiraba
el agrio aroma a cuero
del calzado reciente,
la sinuosa urdimbre del almagre,
el impávido vaho del tragaluz.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Dormía
vigilando las sombras,
la sucesión de gérmenes del sueño,
entumeciéndome de fe, como esperando
desde el rincón de reo de mi infancia
que fuese libre para despertar.
Hasta que el tiempo fue reconstruido
Hasta que el tiempo fue reconstruido
bajo tu propia vigilancia, cuántas
residuales versiones de los hechos
fueron depositando su carroña
en papeles, en bocas, en conciencias.
Hombres e ideas tenebrosamente
instalados en la mitología, textos
que suplantaron con abyecta máscara
el rostro de la historia, allí
se conjuraban para hacerte cómplice
de la maquinación contra el fantasma
que recorrió tu juventud
hasta que el tiempo fue reconstruido.
¿Cómo escapar a ciegas, desandar
el camino? ¿Quién que no tú
lo haría, con qué trámites
de acotadas lecciones, testimonios
apócrifos, tenaces simulacros?
Arduo oficio fue el tuyo e inhumanas
las trampas de la vida. ¿Con qué suerte
de antídotos, argucias, imposturas
te preservaste del contagio, mientras
a solas compartías las ruinas
hasta que el tiempo fue reconstruido?
Elegir no pudiste una verdad
distinta de la única, algún medio
de subvertir el orden del pasado,
dirimir lo proscrito, rechazar
el asedio.
Pero tú mismo fuiste
tu testigo: primero un libro,
una mano después, más tarde
una palabra, luego un hombre
y luego otro y otro más, y un año
y otro año, una premonitoria
concurrencia de hombres y de años,
y media vida que concurriría
para que al fin y de tu propia mano
otros nombres pusieras a la historia
mientras que el tiempo fue reconstruido.
Espera
Y tú me dices
que tienes los pechos rendidos de esperarme,
que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en vano
desde la soledad en la que tú me gritas
que sigues esperándome.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a esta deshabitada cerrazón de la carne
que apenas si tu sombra se delata,
que apenas si eres cierta
en esta oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.
Diario reencuentro
Desde donde me vuelvo
a la pared, en medio de la noche,
desde donde estoy solo
cada noche, cautivo
bajo mi propia vigilancia, allí
me hallo según la fe que me fabrico
cada día.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Lavada está mi vida
en virtud de su asombro. Ayer, mañana,
viven juntos y fértiles, conforman
mi memoria conmigo.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Únicamente soy
mi libertad y mis palabras.
La palabra más tuya
Con una mano escribo
Y con la otra abro
las páginas de un libro.
Aquí está
la palabra que busqué tantos años.
¿Merezco repetirla
impunemente ahora,
mientras leo tu nombre
siemprevivo
en el piadoso mármol?
Abel Martín, Juan de Mairena,
conmigo estáis oyendo
la apócrifa verdad, peregrinando
por las abiertas páginas
de un libro, lejos ya
de los muros hostiles
que circundan las letras de la fe.
Latino mar liberto
de Colliure, piedra
sonora entre las impasibles
violetas sepulcrales,
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀aquí
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ dejo caer sobre la tierra
calladamente
la palabra más tuya.
Doble vida
Entre dos luces, entre dos
historias, entre
dos filos permanezco,
también entre dos únicas
equivalencias con la vida.
Mi memoria equidista de un espacio
donde no estuve nunca:
ya no me queda sitio sino tiempo.
Summa vitae
⠀⠀⠀⠀De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
⠀⠀⠀⠀⠀⠀marañas,
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los barrizales suntuosos del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn`Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,
aquél café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio…
Cosas así de simples y soberbias.
Pero de todo eso
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?
Nada sino una sombra
cruzándose en la noche con mi sombra.
Nadie
Me están llamando
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀¿y quién responde?
Grave y veraz, la piedra
sigilosa cimenta su mutismo.
Desoye el árbol las invocaciones
erráticas del viento, mientras
sus vacilantes cuencas enmudecen
frente a las desbandadas de la luz.
Como un vaho gravita el anhelante
oficio de estar vivo y en lo hondo
de los drenajes de la soledad
los pájaros silencian sus generaciones.
Me llamo Nadie, como Ulises.
¿Y quién responde?
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Nadie:
una pared vacía, una página en blanco.