Noviembre, 2024
Ciento diez años después, su muerte sigue siendo un misterio y su desaparición sigue siendo una de las más famosas en la historia literaria estadounidense. De lo que no hay duda, sin embargo, es de su talento, de su influencia posterior en las letras de su país, y, desde luego, de su carácter corrosivo, mordaz y satírico. Autor del Diccionario del Diablo —una de las grandes obras de la literatura estadounidense— y colocado frecuentemente a lado de Edgar Allan Poe y H. P. Lovecraft, en este 2024 se cumplen 110 años de la desaparición del poeta, narrador y periodista Ambrose Bierce. (Nacido en Ohio en 1842, lo último que se supo de él fue en 1914 —aunque algunas investigaciones aseguran que fue en 1913—, cuando viajó a México en plena Revolución). Víctor Roura recuerda al escritor estadounidense.
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Desapareció en Chihuahua, durante los acontecimientos revolucionarios, en 1914, hace 110 años, lugar donde había decidido estar para cubrir, en su inspección periodística, la revuelta mexicana: Ambrose Bierce había nacido en Ohio el 24 de junio de 1842 de manera que ya era septuagenario cuando falleció —o lo mataron, nadie lo sabe, ni se va a saber— en algún paraje del norte mexicano —durante el mes de noviembre— con sus apuntes que reportaría en un futuro que nunca llegó.
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En su Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce, ese misógino irredento, no incluye, tal vez para evitar definirse, la palabra misoginia. Pero ni falta hace, ya que Bierce no puede esquivar en su literatura su agria (o, mejor, sarcástica) personalidad. La Editorial Lectorum, que publicó el libro en 2007, prefirió adjetivar a Bierce como “misántropo”, que probablemente viene siendo lo mismo que misógino, aunque con mayor dramatismo.
El nombre de Los Dorados fue una milicia creada por el general Francisco Villa, “que por su valor y espíritu beligerante y aguerrido, pero a la vez piadoso y obsceno, en mucho atrajo a Ambrose Gwinett Bierce —explica Eusebio Ruvalcaba en el prólogo del Diccionario del Diablo—. En 1913, luego de haber sido abandonado por la señora Patrick Campbell, de haberse entregado al impertérrito alcohol, renunciado a su carrera y vivido del préstamo; luego de que su esposa, Scarlett Lee Stuart, lo sustituyó por el sueño de la nostalgia tribal chiricahua, de que uno de sus hijos muriera en una pelea de cantina y de que el otro dejase de respirar por una dosis excesiva de cocaína, don Ambrose Gwinett Bierce se alistó en las filas del Centauro del Norte”.
Se ignora, por supuesto —porque nadie lo dejó notificado, ni hay un apunte histórico al respecto—, “si Villa lo aceptó o lo mandó fusilar”. Quizás el propio Bierce, dice Eusebio Ruvalcaba, había predicho su suerte cuando afirmó, al último de sus compatriotas con quien cruzó palabra: “Si se enteran de que he sido puesto contra un paredón mexicano y cosido a balazos, sepan que pienso que es una buena forma de abandonar esta mierda”.
Después de 1913 no se supo más de él, si bien “algunos optimistas afirman que después de 1914”. Lo peor de todo es que, ya desaparecido, parece que absolutamente nadie lo extrañó.
Este diccionario, que nada tiene de académico, no es sino la justificación para que su autor jugara con un catálogo verbal que le sirviera, asimismo, de soberbio autorretrato. Así como hay pintores que se dibujan en sus cuadros y fotógrafos que se registran en sus gráficas, Bierce decidió utilizar el género enciclopédico para dar sus puntos de vista sobre el mundo que le tocó vivir, que no fue por cierto muy de su agrado, y nos lo hace notar visiblemente cuando dice que “vida” es una “especie de salmuera espiritual que preserva al cuerpo de la descomposición: vivimos en permanente temor de perderla; sin embargo, al perderla, no se la echa de menos”. La salmuera, para acabar de amolarla, es agua cargada de sal.
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El libro tiene mucho humor, sí, pero negro, ácido, irónico, acaso impávidamente involuntario.
Abstemio, por ejemplo, es aquel “individuo débil de carácter que cede a la tentación de privarse de un placer”. No hay duda de que el diccionario lo hizo Bierce para externar sus pensamientos sobre todo políticos, que no son precisamente lo que suele denominarse como correctos.
¿Qué es un adherente? Es el “secuaz que aún no ha recibido lo que esperaba”. Y esto lo apreciamos los mexicanos en casos muy localizados, cíclicamente sexenales o parcialmente transexenales, como los casos del chino Zhenli Ye Gon y el empresario argentino amante de la ex perredista y ahora priista Rosario Robles en 2007, que luego de ser ardorosos (“ardor: cualidad que distingue al amor inexperto”) y generosos adherentes no recibieron lo que ansiosamente esperaban.
En política, según Bierce, se llama administración “a un ingenioso mecanismo diseñado para recibir las bofetadas o puntapiés que se merecen el primer ministro o el presidente, un hombre de paja a prueba de huevos podridos y rechiflas”.
O, ya más directo, política es el “conflicto de intereses bajo la máscara de lucha de principios” y el “manejo de los intereses públicos para beneficio privado”.
¿Y político? Es la “anguila en el fango primigenio sobre el cual se eleva la superestructura de una sociedad organizada. Al agitar la cola acostumbra confundirse y creer que tiembla el edificio. En comparación con un estadista, tiene la desventaja de estar vivo”.
Un ladrón es un comerciante ingenuo, dice Bierce. Se cuenta que Voltaire “se alojó una noche con algunos compañeros de viaje en una posada del camino. Al final de la cena empezaron a contar historias de ladrones. Cuando le llegó su turno, Voltaire dijo:
“—Vivió una vez un recaudador general de impuestos —y guardó silencio. Al pedirle los otros que continuara, añadió—: ése es el cuento”.
Pero en la entrada “Wall Street”, cien páginas más adelante, complementa el término anterior: “Símbolo del pecado, expuesto a la execración de todos los demonios. La creencia con la cual todo ladrón fracasado sustituye su esperanza de ir al cielo es que Wall Street es una cueva de ladrones”.
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Las definiciones, por lo general, coinciden con lo que piensa el común de la gente, aunque ésta no pueda externarlo con tal énfasis.
¿Palacio? Es la “residencia bella y costosa, en especial la de un gran funcionario. La residencia de un alto dignatario de la iglesia se llama palacio, la del fundador de su religión se llamaba pajar o pesebre. El progreso existe”.
Hay varias definiciones cortas que deslumbran.
Como “aburrido”, que es todo aquel que habla cuando, en realidad, uno desea que escuche. O amistad: “Barco que, por su tamaño, puede llevar a dos cuando hay buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta”.
O armadura: “Vestimenta usada por un hombre cuyo sastre es un herrero”.
O ausente: “Aquel que está especialmente expuesto a la mordedura de la calumnia, vilipendiado, irremediablemente equivocado, desplazado en la consideración y el afecto de los demás”.
O pillo: “Un caballero a la inversa”.
O reposar: “Dejar de molestar”.
O “benefactor”, que nos trae de nuevo a Ahumada o a Ye Gon: “Aquel que compra grandes cantidades de ingratitud”.
Sin embargo, su misoginia (misantropía, dirán los editores) es la que resalta dimensionalmente a lo largo del diccionario.
Mujer, por ejemplo, es el “animal acostumbrado a vivir en la vecindad del hombre con una rudimentaria aptitud para la domesticación”, al grado de que “puede enseñársele a callar”.
La curiosidad es la “cualidad reprobable de la mente femenina”.
¿Qué es el yugo? Es un “instrumento a cuyo nombre latino, yugum, debemos una de las palabras más esclarecedoras de nuestro idioma, definidora con precisión, ingenio y perspicacia de la situación matrimonial”.
Amor no es sino esa “demencia temporal curable con el matrimonio”.
El altar antiguamente era el “lugar donde el sacerdote arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificada y cocinaba su carne para los dioses. Hoy en día el término se utiliza muy poco, a no ser para indicar el sacrificio de la tranquilidad y libertad llevado a cabo por dos tontos de sexo opuesto”.
Lástima que el diccionario esté plagado de referencias específicamente estadounidenses con nombres a veces concretos de personas que hoy han pasado al olvido en la historia de la humanidad.