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«El club de los Vándalos»: la naturaleza efímera de una hermandad

Agosto, 2024

Jeff Nichols, el cineasta detrás de Mud, Midnight Special y Take Shelter, estrena su nueva película: El club de los Vándalos. Con guión inspirado en el libro The Bikeriders, de Danny Lyon, el sexto filme del director estadounidense es un apasionante, nostálgico y divertido drama sobre la subcultura de los motociclistas en su momento de mayor auge, durante la segunda mitad de los años sesenta. En esta nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’, Alberto Lima se detiene en esta historia sobre rebeldes, románticos, fraudes y el final de una era.

El club de los Vándalos (The Bikeriders),
película estadounidese de Jeff Nichols,
con Austin Butler, Jodie Comer, Tom Hardy,
Damon Herriman, Norman Reedus, Mike Faist,
Michael Shannon. (2023, 116 min).

Las siguientes líneas aparecen en Los Ángeles del Infierno / Una extraña y terrible saga (Anagrama) de Hunter S. Thompson: “El concepto del ‘motociclista forajido’ era tan exclusivamente norteamericano como el jazz. Jamás había existido cosa parecida. En algunos sentidos, daba la sensación de ser una especie de anacronismo híbrido, algo así como la resaca de la época del salvaje Oeste. Pero en otros sentidos era tan nuevo como la televisión. No había absolutamente ningún precedente, en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, de grandes bandas de golfos en moto dedicados a la violencia, adoradores de la movilidad y capaces de recorrer setecientos kilómetros en un fin de semana sin darle la menor importancia, para armar una buena juerga con otra banda de motociclistas en un pueblo del interior que no estaba preparado en absoluto para controlar siquiera a una docena de turistas.”

El comentario anterior resume el propósito toral de El club de los Vándalos, el más reciente filme del director estadounidense Jeff Nichols (Arkansas, 1978), el cual estriba en fijar una perspectiva sobria y específica acerca de los usos y costumbres acaecidos al interior de una banda de motociclistas durante la década del sesenta hasta principios del setenta.

Fotogramas de El club de los Vándalos (The Bikeriders), película estadounidese de Jeff Nichols.

Fruto del trabajo documental realizado por el joven Danny (Mike Faist), consistente en fotografías y entrevistas hechas de 1965 a 1973 en el seno de un club de motociclistas del Medio Oeste, denominado como los Vándalos, es entonces a partir de los testimonios de la joven niña fresa Kathy (Jodie Comer) que nos enteramos que ella caerá cierta noche en un bar copado por lo miembros del club para prestarle dinero a una amiga, se sentirá fuera de lugar en él, y allí conocerá a los miembros principales de éste, como el letón borrachales Zipco (Michael Shannon), el orgulloso comedor de cucarachas apodado —obvio— Cucaracha (Emory Cohen), el buena onda Brucie (Damon Herriman), el apasionado reconstructor de motocicletas Cal (Boyd Holbrook), el líder y fundador del club Johnny (Tom Hardy), y el violento Benny (Austin Butler), de quien se enamorará, no resentirá el abandono del novio celoso, y terminará casándose con él. Así, la joven Kathy sabrá de primera mano de los viajes en moto, la peleas con otras bandas ocurridas en picnics foráneos, las constantes idas y venidas de cárceles, tribunales y tratos con abogados a causa del carácter indomable y rebelde de Johnny, el cambio de década que implicará el aumento de más integrantes del club que ya son más violentos e introducen el uso de estupefacientes, hasta el destino final que tendrá el club y su cabecilla Johnny, luego de que éste sea retado por el raterillo ultraviolento Kid (Toby Wallace) por el liderazgo del mismo.

Con guión inspirado en el fotolibro The Bikeriders (1967), del fotodocumentalista neoyorkino Danny Lyon, el sexto largometraje de Jeff Nichols es una controlada colección de aventuras motorizadas eficazmente seleccionadas —gracias a una sólida y dinámica edición de Julie Monroe que oscila del estilo documental a la ficción— y articuladas dentro un armazón ficcional que toma prestadas técnicas de cine documental para darle veracidad a esas historias y personajes recreados a partir del relato memorístico de la joven Kathy en voz off, con una fotografía cuidada de Adam Stone, al lograr sacarle brillo y esplendor al atinado diseño de vestuario de Erin Benach, con las obligadas chamarras negras de piel, cierres, y las pesadas botas negras, además de los infaltables copetes envaselinados, y que recrea con emotividad la bonanza del auge de un club-banda de motociclistas durante los sesenta, y su decadencia en los convulsionados años setenta post Vietnam, muy a la manera de Buenos muchachos (Scorsese, 1990), reforzada con una pista sonora compuesta por melodías ad hoc de Magic Sam, Muddy Waters, Dale Hawkins, o la inmortal “Raunchy”, de Bill Justis, entre otras.

Por supuesto es el filme El salvaje (Benedek, 1953) que se cierne como una nube grandototota, inmensa, gigantesca, a lo largo de toda la cinta, cual modelo referencial y arquetípico de la no tan amplia —ni exitosa— cinematografía sobre motociclistas, y también sustituto moderno del western donde los antiguos vaqueros a caballo de John Ford son reemplazados por jóvenes inconformes que visten cuero a bordo de intimidantes motos Harley Davidson. Pero en la película de Nichols también se hace presente indirectamente la pandilla malévola de Mad Max (Miller, 1979), con esos trayectos en carretera fotografiados de manera notable.

“Dos docenas de resplandecientes Harleys desguarnecidas ocupaban el aparcamiento de un bar llamado El Adobe. Los Ángeles gritaban, reían, bebían cerveza…, sin prestar la menor atención a dos chicos que estaban cerca y los miraban asustados. Por último, uno de los chicos se dirigió a un forajido delgado y barbudo llamado Gut: ‘Nos gustan sus motos, amigo. Son una maravilla. De veras’. Gut le miró, luego miró las motos. ‘Me alegra que te gusten’, dijo. ‘Son lo único que tenemos’.” La cita anterior —proveniente también del mismo libro de Hunter S. Thompson citado al comienzo de esta reseña— ilustra no sólo el sentido de pertenencia que gravita a lo largo del filme de Nichols, sino además reitera y condensa la naturaleza efímera de una hermandad así, cual equipo de futbol americano o banda de rock, con sus miembros principales tomando rutas distintas como la desaparición, la elección de una vida ordinaria de clase media, la muerte o el retiro de la vida convulsionada —luego de que al fin Kathy logre domar al potro salvaje de Benny— a cambio de resguardarse pasivamente entre los muros de un taller mecánico en Florida.

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