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Insertar la urgente necesidad de una solución (o cómo volver al tratamiento con fagos)

Abril, 2024

En la Francia de 1919, la terapia de fagos fue iniciada por Felix d’Herelle para curar la disentería. Alguna vez despreciada como pseudociencia soviética, la terapia con fagos está ganando terreno como una solución potencial a la resistencia a los antibióticos, escribe en esta entrega Chris Motus. La urgencia puede motivar a gobiernos (y quizás a empresas) a nuevas soluciones tecnocientíficas.

Hay un tipo de virus que infectan bacterias que terminan por estallar y, por lo tanto, morir. Son “come bacterias” o bacteriófagos que —en la primera mitad del siglo XX y la primera mitad del XXI— prometen controlar infecciones bacterianas.

En la Francia de 1919 la terapia de fagos fue iniciada por Felix d’Herelle para curar la disentería. Años más tarde, en el Instituto Pasteur, George Eliava conocería este tratamiento. Inspirado, el joven George, procedente de Georgia [anexionada entonces por la Unión Soviética], volvería a su nación y fundaría un centro terapéutico dedicado a los bacteriófagos: el Instituto Eliava. Así, mientras el mundo optaba por el uso de antibióticos tras el descubrimiento de la penicilina en 1928, la Unión Soviética usaba fagos como parte del paquete estándar para tratar enfermedades.

Según reporta Pearly Jacob para la BBC, fue precisamente el Instituto Eliava el que hace unos años le permitió a Esteban Díaz recuperar la calidad de vida. Díaz padece desde su infancia fibrosis quística por Pseudomonas aeruginosa, una bacteria resistente al tratamiento con antibióticos. Si éste no fuera su último recurso, no podría adquirir la terapia; sin embargo, su tratamiento entra en una categoría denominada “uso compasivo”.

En el mismo texto, Jacob indica que la Organización Mundial de la Salud no considera el uso de bacteriófagos como alternativa al uso de antibióticos; también apunta que “los fagos no se pueden patentar porque son productos biológicos”, lo que supone falta de interés por parte de las farmacéuticas para el desarrollo de tratamientos médicos.

Grupo de bacteriófagos de cola infectando una bacteria. / Foto: Graham Beards (Wikimedia Commons).

Pero el sentido de urgencia puede motivar a gobiernos (y quizás a empresas). Así surge la publicación de 2020 del investigador Jean-Paul Pirnay, del Laboratorio de Biología Molecular y Celular de Bélgica: “Terapia de fagos en el 2035”. El autor declara que la “alegoría futurista se insertó en su artículo para resaltar la urgente necesidad de una solución”. Jacob describe su trabajo como “mitad artículo científico y mitad trama de ciencia ficción que retrata un futuro sombrío caracterizado por la superpoblación humana, importantes alteraciones de los ecosistemas, el calentamiento global y la xenofobia”.

Prospectivas y narrativas, posiblemente honestas y bien intencionadas, que construyen el pálpito de urgencia que movilice a las instituciones gubernamentales a legislar, al financiamiento a fluir y a quienes hacen investigación a trabajar en estrategias con base en fagos.

No es la primera narrativa construida con respuestas tecnocientíficas. Es un ejemplo más que da para el análisis de la objetividad y la neutralidad de la ciencia, así como el interés y la seducción hacia quienes se encargan de tomar de decisiones para movilizar la maquinaria de producción de ciencia y tecnología, con la promesa de dar soluciones sociales.

[Texto publicado originalmente en El Universal Querétaro; lo reproducimos con autorización de su autor.]

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