Enero, 2024
En su anterior libro, El capitalismo global y la crisis de la humanidad (Siglo XXI Editores, 2021), el reconocido sociólogo estadounidense William I. Robinson ya nos advertía sobre el crecimiento de un Estado policial global para contener las contradicciones explosivas del sistema capitalista global que estaba, que está, totalmente en crisis y fuera de control. En dicho libro, Robinson concluía con una exploración sobre cómo las diversas fuerzas sociales y políticas estaban respondiendo ante la crisis actual y los diversos escenarios que podemos adoptar en el futuro. Pero las cosas no han mejorado. Por el contrario. En su nuevo libro en español, Mano dura / El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI (Errata Naturae), Robinson profundiza en nuestra realidad inmediata. Antes de partir de este mundo, el indomable Mike Davis escribió: «En Mano dura, Robinson ofrece una poderosa coherencia teórica al temor que hoy sentimos todos: el fascismo está renaciendo. Pero añade el importante giro de que la propia represión se ha convertido en un motor esencial de la acumulación capitalista». También Noam Chomsky le ha dedicado algunas líneas: «Robinson nos advierte con radical lucidez de lo que está conformándose ante nuestros ojos: un “estado policial global” controlado por el gran capital en manos de una minoría que abandona a su suerte a la “humanidad excedente”. No podría argumentarse mejor». El periodista Guillermo Martínez ha conversado con William I. Robinson.
Aunque recién operado, William I. Robinson (Nueva York, 1959) responde al teléfono desde Los Ángeles. Nos atiende para explicar en profundidad qué se esconde detrás de Mano dura / El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI (Errata Naturae, 2023). En un perfecto español aprendido durante sus 20 años de vida en Centroamérica, este periodista disecciona cómo los intereses de las elites han traspasado fronteras, a dónde nos aboca la crisis de la sobreacumulación, quién gana con la securitización de la sociedad y cómo las revueltas populares, tan presentes a nivel mundial, son la única forma de evitar que millones de personas sean vistas como excedentes a las que se puede asesinar. Veamos.
—El libro se ha llamado en español Mano dura. ¿Qué es la mano dura en los años 20 del siglo XXI?
—Yo hablaría de manos duras. La traducción actual de esas manos duras es el Estado Policial Global y, como explico en el libro, su consecuencia directa es que nunca los niveles de desigualdad habían sido tan altos ni tan agudos como en esta tercera década del siglo XXI. Bajo esta condición, es imposible que los grupos dominantes mantengan su poder si no es con todo un andamiaje de control social de represión, vigilancia y guerra. En 2018, el 1 % de la humanidad controlaba el 52 % de la riqueza a nivel mundial; y el 20 % de la humanidad controlaba el 95 %. Es decir, el 80 % del resto de las personas se tiene que conformar con el 5 % de la riqueza del mundo.
“Para mantener esos niveles, las elites globales tienen que crear todo un sistema de control social y represión. Lo vemos con la intensificación de la militarización de la sociedad, la introducción de nuevos sistemas de vigilancia tanto a nivel digital como físico y las guerras contra los migrantes”.
—Ya hemos hablado de una dimensión de ese Estado Policial Global en torno al que pivotan las tesis de su libro, ¿cuáles son las otras dos?
—La segunda dimensión está íntimamente ligada con el hecho de que el capitalismo global enfrenta una crisis a nivel estructural. En términos académicos se llama “crisis de sobreacumulación”. Es decir, el sistema capitalista enfrenta un estancamiento prolongado.
“Esto lo sufre, sobre todo, la clase capitalista transnacional, esa fracción económica a escala mundial representada por las principales corporaciones entrelazadas alrededor del mundo. Son los conglomerados financieros transnacionales que controlan la economía global. Esta clase capitalista ha acumulado enormes cantidades de capital excedente, hay unas reservas jamás vistas. Existen unos 17 billones de dólares sin capacidad de ser reinvertidos. Esta situación pone en crisis al capitalismo, que no sabe cómo seguir generando ganancias.
“Y la tercera dimensión del Estado Policial Global es que esta acumulación de riquezas sí encuentra una salida a través de guerras de baja y alta intensidad, ya sea contra los migrantes, el llamado terrorismo o las drogas. Todo esto entre comillas, porque no son guerras para eliminar las drogas o el terrorismo, sino para continuar generando riqueza a través de ellas. El Estado Policial Global es altamente rentable para esta clase capitalista. Sin ir más lejos, la Unión Europea ha incrementado en más de un 3.000 % su presupuesto para combatir la migración desde África del Norte y el Medio Oriente. La UE entrega dinero al capital transnacional por medio del control de las migraciones también transnacionales”.
—Otro ejemplo de ello sería el incremento de la privatización de las cárceles.
—Si las cárceles se entregan a conglomerados privados, el enriquecimiento a través de las prisiones alrededor del mundo irá a más. Entonces, hablamos de que encarcelar a las personas es algo que puede ser rentable. Si eres un capitalista transnacional que gestiona un centro de detención de migrantes sin documentos, ganarás dinero cada vez que se detenga a algún migrante. De ahí que tu ideología vire hacia posturas racistas o que fomenten políticas estatales a favor de la persecución de los migrantes.
—¿Qué tiene que ver la alta tecnología en todo esto?
—Se trata de otra convergencia entre la necesidad política del capitalismo global de controlar a las clases obreras y populares con la necesidad económica del propio capitalismo global para seguir incrementando su riqueza a través de este mismo control. Los cuerpos policiales y los ejércitos intensifican sus labores de vigilancia. ¿Cómo? Pagan a empresas como Microsoft o Amazon, compañías de alta tecnología, fuentes de ganancias para este sector y la economía global. Hablamos de dos sectores de capital, el financiero y el de la alta tecnología, que funcionan muy bien con el complejo militar industrial de la seguridad.
—¿Los Estados tienen capital propio?
—Desde hace unos años, ha surgido una economía globalizada de finanzas y servicios. Cada país en el mundo se ha integrado en esta nueva economía global. En tu país, no hay capital que no esté vinculado, de una forma u otra, al capital estadounidense, chino o argentino. Desde cualquier ordenador puedes comprar acciones de cualquier compañía militar que, por ejemplo, proporcione armas a Israel. A ti, invirtiendo 5.000 euros, ahora te interesa llevar a cabo la guerra contra Palestina. No porque seas antiárabe ni nada, sino porque esa guerra representa dividendos a tu inversión.
—Afirma que el neoliberalismo hace a los individuos “desechables”. Luego está esa “humanidad excedente”, es decir, personas que no pueden sobrevivir en su territorio ni tampoco tienen un empleo. Teniendo en cuenta el auge de los fascismos, ¿qué pasará con todas estas personas?
—Antes de responder a esta pregunta tiene que estar claro que esos sistemas de control social que quiere poner en marcha el capitalismo transnacional no tienen cabida en las democracias, por eso necesitan de proyectos dictatoriales y fascistas. De esta forma, Israel pasará de ser un país sionista a ser un Estado fascista, donde la mayoría de su población apoya a un gobierno abiertamente fascista.
“Sobre la cuestión planteada, según datos de la Organización Internacional del Trabajo, una tercera parte de la población económicamente activa a nivel mundial está desempleada. Son personas excedentes a las que el capital no tiene necesidad de explotar. Pero también hay unos 2.000 millones de personas que trabajan en el sector informal. Entonces, la clase obrera global se puede diferenciar en dos categorías: los que no tienen empleo, y los que lo tienen bajo las condiciones neoliberales; es decir, un empleo cada vez más precario. Esto es lo que produce la crisis de supervivencia a la que se enfrenta la humanidad: no sabemos cómo vamos a poder sobrevivir. De cualquiera de las formas, la respuesta es un Estado Policial Global para contener tanto a las personas excedentes como a aquellas que están siendo explotadas a través del trabajo”.
—¿Y qué pasará con todas ellas?
—Hablemos de genocidio. Hay dos formas de llevarlo a cabo. Una de ellas es lo que vemos en Palestina, y esta es una ilustración de lo más grave que puede ocurrir bajo el Estado Policial Global. El capitalismo global no necesita a esos palestinos de Gaza para explotarles. No son obreros para el capital transnacional, por eso les matan sin consecuencias. Es población excedente, el sistema no los necesita. En cambio, si los necesitara, no serían sujetos de genocidio, sino de explotación y control social. Estos casos de genocidio se consolidan a través del fascismo.
“También hay otra forma de genocidio: el de contención. Alrededor del mundo hay casos de Estados que están colapsando, donde la población no tiene cómo sobrevivir y la autoridad central ya no es respetada, y llega la dominación de las pandillas que también se valdrán de otra forma de ver el Estado Policial Global.
“Lo que sucederá con estas personas consideradas excedentes será el genocidio abierto, como sucede contra los palestinos, o la contención. No podrás migrar a Estados Unidos o a Europa, y morirás de hambre o miseria o enfermedad en guerras entre pandillas. Todo esto es consecuencia del capitalismo global”.
—En el libro divide al mundo en tres zonas. Parece que todo se construye alrededor del concepto mundo-fortaleza.
—Yo hablo de la zona verde, gris y la guerra abierta. Cuando Estados Unidos invadió Irak en 2003, crearon una zona verde en el centro de Bagdad, donde convivían las elites y los oficiales del ejército. Fuera de esa zona estaba la guerra y en cualquier momento podías morir. Era la guerra caliente, de alta intensidad. Ahora, esa zona la podemos ver en la frontera entre México y Estados Unidos o en el Mediterráneo, donde los migrantes intentan llegar a lugares más seguros. No es una guerra caliente, pero ahí se están librando guerras.
“La segunda es la zona gris, donde el 80 % de la humanidad tiene que buscar cómo sobrevivir. En Los Ángeles, por ejemplo, tienes derecho a moverte por cualquier parte de la ciudad, pero por razones económicas no puedes estar en las zonas verdes. En esas zonas hay cuerpos policiales y sistemas de control social y de videovigilancia. No hay que olvidar que en el mundo hay más agentes de policía ligados al mundo privado que en el sector público. Cada ciudad tiene tres zonas: la verde, en donde está el 20 % de la humanidad, y la gris, con el porcentaje restante. Y en esto se convertirán nuestras ciudades, en una fortaleza-mundo, si no lo cambiamos a tiempo”.
—Imagino que apenas hay movimiento entre unas zonas y otras.
—Pasar de la zona gris a la zona verde es una ilusión. Ese 20 % del que hablo va disminuyendo, se va precarizando también. No es imposible la movilidad porque el sistema necesita de cooptación siempre que hay un movimiento que lo amenaza, ya sean los movimientos populares o políticos, pero la tendencia es la de fortalecer las barreras.
—En el ensayo no trata por igual al fascismo del siglo XX que al del siglo XXI. ¿Qué diferencias hay entre ellos?
—Cualquier tipo de fascismo es una respuesta a las crisis del capitalismo, como nos encontramos ahora. Ya sucedió con la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. El fascismo es una respuesta que busca rescatar al capitalismo de su propio colapso, algo compartido entre el siglo pasado y el actual.
“A fin de cuentas, el fascismo fue una fusión de tres cosas: una movilización de la sociedad civil importante a favor del mismo, que las fuerzas fascistas capten al Estado y que estas dos dimensiones tengan su correlato en el capital. Es decir, que la función sociedad civil-Estado sirva a los intereses de acumulación de capital. De esta forma, ayudarían a salir del estancamiento del capitalismo y, a la par, el capitalismo se sumaría al proyecto fascista.
“La gran diferencia ahora viene en que en el siglo XX la fusión era con las clases capitalistas nacionales. Los nazis, por ejemplo, consiguieron que los capitalistas alemanes se sumaran a su proyecto porque les prometieron que les defenderían contra la competencia de las clases capitalistas francesas o inglesas. Ahora hablamos de un capital transnacional. Y lo volvemos a ver en Israel: mientras llevan a cabo un genocidio, el Gobierno ya negocia con las grandes compañías transnacionales petroleras y gasistas para la explotación del gas de Gaza”.
—Para no caer en el pesimismo, ¿hay algo que todavía podamos hacer para enfrentarnos a esta realidad?
—El Estado Policial Global se crea porque las masas se están levantando. Estamos en plena rebelión, lo mires por donde lo mires. Dos ejemplos. En otoño de 2019 fuimos testigos de una primavera popular global. Solo en Sudamérica hubo una gran huelga general muy prolongada, sobre todo en Colombia y Ecuador. También estuvo el estallido social en Chile y, en Estados Unidos, se dieron una serie de huelgas populares con millones de trabajadores. En 2020, 35 millones de personas salieron a la calle por el asesinato de George Floyd. En ese 2019 también hubo levantamientos en Líbano, Irak, Sri Lanka, Tailandia, Sudán… Y son movimientos coordinados, que se inspiran unos a otros.
“El siguiente ejemplo es lo que sucede en Palestina. Esta vez, los ataques de Israel han provocado una ola de solidaridad con los palestinos jamás vista en 75 años. Todas estas manifestaciones están planteando otros reclamos. Sí, se solidarizan con Palestina, pero también se enfrentan al sistema. Ahí es donde descansa la esperanza, en el hecho de que la humanidad no está con los brazos cruzados esperando a ser sometida”.