«Misántropo»: un debut en tierras estadounidenses con dos pies izquierdos
Julio, 2023
Con ampuloso y pretencioso guión propio escrito en colaboración con Jonathan Wakeman, el cuarto largometraje del argentino Damián Szifron, y primero realizado en Estados Unidos, es un fallidísimo thriller que, como el tirador asesino de la cinta, dispara en todas direcciones, pero, a diferencia de éste, no alcanza a atinar en ningún blanco posible. Aquí, una nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’ de Alberto Lima.
Misántropo (Misanthrope),
película estadounidense de Damián Szifron,
con Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Jovan Adepo,
Ralph Ineson y Richard Zeman. (2023, 119 min).
“Baltimore puede ser una ciudad divertida con el guía adecuado”, dice coquetón el doctor Chilton cuando intenta seducir a la novel agente del FBI Clarice Starling, en la célebre cinta El silencio de los inocentes (Demme, 1991). Sin embargo, dicha sentencia no la cumple la película Misántropo, de Damián Szifron, pues es todo menos divertida. Y el director no resulta ser el guía adecuado.
En la ciudad de Baltimore, durante la noche de celebración del primer fin de año pospandemia covid-19, ocurren 29 asesinatos ejecutados indistintamente por un avezado francotirador, suscitando el caos en la población local y el apremio de la administración gubernamental en turno para calmar las aguas en la opinión pública. Es así que la tristona policía de a pie Eleanor (Shailene Woodley), luego de estar presente en una de las zonas donde ocurre una explosión esa noche, será reclutada por Lammark (Ben Mendelsohn), el rollero agente especial de la oficina regional del FBI encargado de llevar el caso, y junto con el también agente normalito subalterno McKenzie (Jovan Adepo) intentarán dar con el misterioso y elusivo asesino mientras lidian con las presiones burocráticas del gobierno, las patadas por debajo de la mesa provenientes de la propia oficina, además de la engorrosa e incesante información que emana de la prensa televisiva, entretanto suceden nuevos crímenes cometidos por el mismo homicida.
Con ampuloso y pretencioso guión propio escrito en colaboración con Jonathan Wakeman, el cuarto largometraje del argentino Damián Szifron (Tiempo de valientes, 2005 / Relatos salvajes, 2014), y primero realizado en Estados Unidos, es un fallidísimo thriller que, como el tirador asesino de la cinta, dispara en todas direcciones, pero, a diferencia de éste, no alcanza a atinar en ningún blanco posible. Porque empeñado en tratar de abarcar todos los temas de moda que se le ocurrió meter en el filme (inclusión, empoderamiento femenino, veganismo, orgullo gay), lo único que consigue es plantearlos de manera somera y oportunista, pero ni los desarrolla ni mucho menos se atreve a concluirlos. Y esto a la par de intentar hacer un dizque thriller que a las primeras de cambio se vuelve tedioso, aburrido y falto de acción, con escenas de tiroteo flojísimas, inverosimilitudes (como la agente Eleanor quebrando esposas de acero mediante la fricción desesperada) y cuyas costuras asoman una burda pretensión de semejanza hacia la ya mencionada El silencio de los inocentes con referencias obvias: novata del FBI reclutada y protegida por un oficial superior atildado y conspicuo que, en conjunto, buscan capturar al asesino.
El fracaso de la película se debe primordialmente al acartonamiento de los personajes principales. La policía convertida agente Eleanor tiene un pathos pobrísimo porque al director no le da la gana ni la inteligencia suficiente para mostrarnos existencialmente quién es, de dónde proviene, cuáles son sus motivaciones o demonios, dejándonos entonces a una vil aventada al mundo carente de la gallardía de la oficial Turner de Acero azul (Bigelow, 1990), el valor de la oficial Lewis de Robocop (Verhoeven, 1987), y absolutamente nada de la excelsitud y simpatía de la oficial Gunderson de Fargo, secuestro involuntario (Joel Cohen, 1996). En tanto su mentor Lammark nada más se dedica a tirar peroratas a diestra y siniestra, lo que los convierte a ambos en un tándem poco atractivo y lejísimos de la brillantez de los agentes Somerset y Mills de Seven (Fincher, 1995), o la concordia dispareja de los agentes Harry Callahan y Kate Moore de Sin miedo a la muerte (Fargo, 1976). Otro aspecto que colabora al naufragio de la cinta es el tratamiento del asesino Dean (Ralph Ineson), que no es serial sino misántropo, con un pathos más interesante debido a su pasado familiar, pero que resulta trunco y escamoteado por la impericia del director Szifron, y apenas remeda el trauma de la agente Starling con los corderos —de nuevo El silencio de los inocentes— sustituyéndolos aquí por reses, tal y como lo evidencia la ridícula y forzada secuencia donde Eleanor y Dean juegan dizque al psicoanálisis.
El cine, se supone, debería ser un cuestionador de la realidad, un dispositivo de confrontación y examen de lo que somos y tenemos. Lamentablemente Szifron no sabe, o finge no saber, nada de esto. De tal suerte, lo único que consigue con Misántropo es filmar un thriller pedorro y acedo, oportunista, convenenciero, complaciente y conformista con la mentalidad progre enarbolada por la ideología woke —pantano donde, por cierto, casi todos los filmes recientes del universo Marvel se han hundido sin remedio—, tremendamente insípido y sin posibilidades de inscribirse en la filmografía de películas preeminentes del género —algunas ya citadas más arriba—, mientras la fotografía de Javier Julia, que empieza muy efectista, desafiante, termina de manera convencional como cualquier serie televisiva de policías, a la par de una música intrascendente de Carter Burwell que no acentúa, incita ni provoca nada.
El debut cinematográfico de Damián Szifron en tierras estadounidenses inicia con dos pies izquierdos, postulándose desde ya a competir vigorosamente como una de las peores cintas del año.