«Post Mortem»: un relato fantasmagórico al natural
Junio, 2023
En el frío invierno de 1918, Tomás, un joven que se dedica a la fotografía post mortem, termina en un pequeño pueblo húngaro. Los extraños ruidos nocturnos, la hostilidad de las gentes, las muertes misteriosas y las figuras sombrías que aparecen en sus fotografías lo impulsan a salir cuanto antes de ahí. Pero el joven fotógrafo regresa a la aldea para investigar, junto con una niña llamada Anna, las intenciones de los fantasmas y encontrar una manera de librarse de ellos y, también, de liberarlos. Ampliamente galardonada —sobre todo en los certámenes y festivales dedicados al cine de fantasía y terror—, se estrena en México «Post Mortem», el cuarto largometraje del cineasta húngaro Péter Bergendy. En ‘La Mirada Invisible’, Alberto Lima nos habla de esta fantasmagórica cinta de época.
Post Mortem: Fotos del más allá (Post Mortem)
película húngara de Péter Bergendy
con Viktor Klem, Fruzsina Hais, Judit Schell, Zsolt Anger,
Gábor Reviczky, Gabriella Hámori. (2020, 115 min).
Si ya en el prólogo de la Antología de la literatura fantástica Bioy Casares afirmaba —allá por los años cuarenta del siglo pasado— que las ficciones fantásticas en la literatura son tan viejas como el miedo y anteriores a las letras, entonces, por añadidura, ahora conviene incluir al cine también. Y en este sentido, para agregar una estrellita más en el sobrecargado universo del género de lo sobrenatural, desde la lejana Hungría se estrena en México la fantasmagórica cinta de época Post Mortem: Fotos del más allá, dirigida por Péter Bergendy.
En 1918, seis meses después de volver de la muerte tras el estallido de una mina durante un combate de trincheras en la Primera Guerra Mundial, el soldado alemán vuelto fotógrafo post mortem en ferias Tomás (Viktor Klem) conocerá a la chispeante niña Anna (Fruzsina Hais), quien con ayuda de sus coetáneos juntos lo convencerán de ir al pueblo de donde provienen para retratar a los muertos que yacen allá, a causa de la primera pandemia global conocida como gripe española. En el pueblo notará no sólo la desolación del lugar, sino además sentirá la actitud acre y arisca de los habitantes, como la de la señora Marcsa (Judit Schell) que lo acoge a regañadientes en su casa y, sobre todo, a medida que comience a realizar los retratos post mortem, enfrentará diversos sucesos sobrenaturales con los que lidiará en compañía de la pequeña Anna, tras hallar que después de revelar las fotografías, en éstas aparecen, junto a los personajes retratados, siniestros fantasmas.
El cuarto largometraje del húngaro Péter Bergendy (The Exam, 11/Trezor, 18) se inscribe en los confines oscuros de los espíritus chocarreros del tipo Poltergeist. Juegos diabólicos (Hooper, 85) o El ente (Furie, 82), en donde el dúo Tomás-Anna —semejantes al noble bruto sicario Leon y la jovencita huérfana Mathilda de El perfecto asesino (Besson, 94)—, hacen equipo cual Cazafantasmas (Reitman, 84) rurales, valiéndose de un peculiar aspecto de corte fantástico que ambos comparten: el hecho de que los dos han vuelto de la muerte. Por lo tanto, en ese yermo y grisáceo paisaje se entiende la cinta de Bergendy, de trama totalmente laica, como una sobria y pulcra recreación de época, sin grandilocuencias ni estridencias hollywoodescas, en donde conviven la densidad de la muerte con el folclore más atávico de la Europa central, tal como lo muestran esas paredes que exudan o las repentinas levitaciones ocurridas en El exorcista (Friedkin, 73).
Llama la atención el cuidado y esmero que hay en la película para resaltar la antigua y ya en desuso tradición de la fotografía post mortem, ya que el retratarse con los seres queridos fallecidos constituía una manera de perpetuar el vínculo. Y aunque hay otro aspecto fotográfico que el filme retoma, como lo es el siempre cuestionable paragénero de la fotografía de fantasmas, aquí cobra sentido y eficacia al volverse la puerta de entrada al mundo de los aparecidos. Por ello no sorprende que se aprecie el uso de la cámara de fuelle, el proceso de revelado, la cámara estenopeica y el recurso del fonógrafo como los instrumentos dispuestos para capturar fantasmas, todo bellamente fotografiado por la lente de András Nagy.
Pese a que las aspiraciones de la cinta de Bergendy no van más allá de relatar una antigua y sencilla historia de fantasmas, el mérito de la cinta estriba no sólo en recrear con precisión un tiempo pasado y sobrenatural, sino también es el lograrlo mediante una pareja en apariencia extraña y disímbola en lo terreno, pero fuertemente unida en lo metafísico. De ahí que, una vez concluida y resuelta la misión en el pueblo, como sanadores viajeros emprenderán juntos nuevas misiones en pueblos aledaños, cuyos pobladores gritan desesperados por un hálito de ayuda.