«Tár»: la oscurantista pseudocultura de la cancelación
Marzo, 2023
En su (apenas) tercer largometraje, el estadounidense Todd Field (Pomona, California, 1964), confronta en Tár a la imperante “cultura de la cancelación”, lista para condenar públicamente (desde la “alta cultura”), sin juicio ni defensa, y, peor aún, sin evidencia suficiente no sólo al hombre-macho-misógino-poderoso-millonario-famoso, sino que no deja títere con cabeza al condenar a una mujer-lesbiana-exitosa-empoderada-culta. Todo un eficaz aparato coercitivo acicateado por las redes sociales que reacciona y ejecuta sanciones para hacer valer con prontitud el archisabido “todo lo que diga, haga o escriba podrá ser usado en su contra”.
Tár, película estadounidense de Todd Field,
con Cate Blanchett, Nina Hoss, Noémie Merlant,
Mark Strong y Julian Glover. (2022, 158 min).
Tár, la cinta más reciente del estadounidense Todd Field pone en entredicho, con arrojo y pulcritud, los beneficios —en cuanto a la salud pública se refiere— de la denominada “cultura de la cancelación”, al enfatizar la complejidad de los tiempos actuales para quienes se dedican a la creación artística. Para nadie es un secreto que dicha cultura, vuelta eficaz aparato coercitivo, reacciona y ejecuta sanciones de inmediato para hacer valer con prontitud el archisabido “todo lo que diga, haga o escriba podrá ser usado en su contra”.
Luego de una prolongada y exhaustiva secuencia de créditos acompañados por el cántico de “Cura Mente” (en voz de la oriunda de la tribu shipibo-konibo de la Amazonía peruana, Elisa Vargas Fernández), nos situamos en Nueva York, en donde la brillante y carismática directora de la Orquesta Filarmónica de Berlín, Lydia Tár (Cate Blanchett), concede una elocuente entrevista pública al semanario The New Yorker, conducida por el reputado Adam Gopnik, en la que confiesa la influencia de su mentor Leonard Bernstein; pondera las virtudes que tiene la Beca Kaplan, creada para impulsar las carreras de jóvenes directoras de orquesta, de la cual ella es impulsora; define el papel del director de orquesta como encargado de controlar el tempo musical y ofrece también los pormenores de lo que será su próxima grabación en vivo: la Quinta Sinfonía de Mahler, producida por el célebre sello Deutsche Grammophon.
En ese breve viaje neoyorquino, la maestro Tár sostendrá una comida con el arrastrado director de la Fundación Kaplan, Eliot (Mark Strong), en la que soslayará la idea de renovar la misión de las becas y ampliarlas a otros públicos, puesto que todas las becadas han sido ya colocadas “excepto una”; será informada por su asistente amargadona/arribista/enamorada Francesca (Noémie Merlant) de la insistencia de alguien llamada Krista en contactarla por enésima ocasión, y recibirá un extraño obsequio en su hotel que será arrojado a la basura durante su vuelo de regreso a Berlín.
Allá, en Berlín, Tár retomará su matrimonio con la primera violinista de la Filarmónica, Sharon Goodnow (Nina Hoss), llevará a la escuela a la hija de ambas, Petra (Mila Bogojevic), y cuidará celosamente de ésta ante las niñas abusivas al asumirse frente a ellas como el padre de Petra; intercambiará opiniones y consejos con el retirado y nostálgico director de orquesta Andris Davis (Julian Glover), comenzará los arreglos políticos para remover al hipócrita quedabien director asistente Sebastian (Allan Corduner), y, guiada más por el instinto que por la razón, promoverá a la joven chelista rusa Olga Metkina (Sophie Kauer) para cubrir una vacante en la Filarmónica e incluso, ante el asombro e incredulidad de los miembros de la orquesta, le preparará descaradamente el camino para ser la solista de la pieza complementaria del programa —alevosamente escogida: el Concierto para violonchelo en mi menor, de Edward Elgar—, lo que marcará el preámbulo de su caída artística cuando, literal y metafóricamente, descienda a la oscuridad de un sótano berlinés en busca de Olga y, tras de ese día, su envidiable, sofisticado y perfecto mundo se trastoque ad libitum.
Pese a tener una filmografía magra, compuesta por apenas dos largometrajes previos (Crimen imperdonable, 2001 / Secretos íntimos, 2006), las cintas de Todd Field nunca tienen desperdicio y sí, en cambio, bastante para señalar acerca del pathos humano contemporáneo. Con guión suyo crea, junto a Cate Blanchett, un personaje fascinante y complejo porque Lydia Tár es muchas cosas: graduada en Piano por el Curtis Institute, integrante de la Fraternidad Phi Beta Kappa, doctorado en Musicología por la Universidad de Viena con especialización en música indígena del valle de Ucayali en el oriente de Perú. Comenzó su carrera dirigiendo a la Orquesta de Cleveland, posteriormente la Orquesta de Filadelfia, la Sinfónica de Chicago, la de Boston y actualmente la Filarmónica de Nueva York. Es apenas una de sólo quince personas en ganar los cuatro premios gringos más importantes de la industria del espectáculo EGOT: Emmy, Grammy, Oscar y Tony. Impulsora de la Beca Accordion de Dirección para promover e impulsar a directoras de orquesta jóvenes.
Pero además de ser la directora titular de la Filarmónica de Berlín, a Tár también le gustan mucho las mujeres, tal y como lo sugieren esas breves escenas de caricias más que amigables entre ella y su asistente Francesca, o el coqueteo con la admiradora en Nueva York, o el valerse de su poder e influencia en la Filarmónica para ir entretejiendo toda una telaraña que va cercando a la chelista rusa, quien, al final le resultará más lista y manipuladora que ella, o ese affaire que deambula cual fantasma en algunos planos neoyorquinos hasta revelarse en esos correos electrónicos desesperados, y cuyo infeliz desenlace terminará por arruinar la carrera de Tár porque, como anticipó en la entrevista del inicio del filme, “a menudo está mal visto que alguien intente hacer más de una cosa”.
La cinta confronta a la imperante “cultura de la cancelación”. A partir de diversas elipsis, y de forma indirecta, nunca queda del todo claro qué hizo Tár y qué no, pero en esta época una muerte por suicidio, más correos electrónicos vinculantes y un video editado por quién sabe quién tramposamente —la secuencia muestra a Tár durante una clase para estudiantes de música en la que un joven afroamericano no binario, que deliberadamente no se identifica con compositores heterosexuales tipo Bach, es puesto en la lona por la maestro de manera erudita al mostrarle que el valor y la trascendencia de la música va más allá de cuestiones de género— son evidencia suficiente para ser condenada públicamente, sin juicio ni defensa, y ser llevada a la picota sin importar sus aportes al arte y la cultura. Porque el aspecto polémico de la ficción de Field es que el condenado no recae en el estereotipo del hombre-macho-misógino-poderoso-millonario-famoso, ni el linchamiento ocurre en la política, la farándula o en el mundo del deporte, sino en la “alta cultura” y con una mujer-lesbiana-exitosa-empoderada-culta, para enfatizar así que la oscurantista pseudocultura de la cancelación no deja títere con cabeza.
Con una excelsa fotografía del alemán Florian Hoffmeister que detalla majestuosamente la gestualidad poderosa de una Blanchett siempre convincente en su papel conduciendo una filarmónica, Tár al mismo tiempo se distancia de las exageraciones orquestales de Whiplash / Música y obsesión (Chazelle, 2014), y de manera oblicua comparte más similitudes trágicas con El gran amante (Allen, 1999), que es la falsa autobiografía de Emmet Ray, conocido como el segundo guitarrista de jazz más importante del mundo después de Django Reinhardt, y cuyo precio a pagar por el virtuosismo musical fue el olvido. Porque además de referenciar a distintas mujeres preponderantes para la música clásica como Marin Alsop, JoAnn Falletta, Laurence Equilbey, Nathalie Stutzmann, Nadia Boulanger, Antonia Brico y Sarah Chang, el esplendor de Tár no es destruido por las drogas como el Dirk Diggler de Juegos de placer (Anderson, 1997), sino por el Santo Impuluto y Purificador Tribunal Inquisidor de las redes sociales que se encargará de desterrarla en la remota Filipinas, para recomenzar su carrera desde cero dirigiendo una modesta orquesta de jóvenes interpretando la pista sonora del videojuego Monster Hunter, y con público disfrazado ad hoc.