Febrero, 2022
Como un niño que transpira inocencia —nos dice Carlos Sánchez en esta breve crónica—, el compositor sinaloense David Aguilar desenvainó un plumón para compartir con su auditorio el proceso de construcción de canciones, los ejercicios básicos, las anécdotas sobre poetas y poesía. Al final, en el poblado Miguel Alemán de la capital de Sonora, más que naranjas, apunta Sánchez, la raza cosechó aprendizaje.
HERMOSILLO, Son.
Testigos silentes son los árboles. El viento quedito acaricia la presencia de trovadores consumados, cantautores en ciernes. Los que de apoco construyen su discurso a través de versos y acordes.
En el poblado Miguel Alemán, sábado antes de arribar a su ombligo. Cuadernos en mano, en la plaza del poblado —así se le conoce al espacio de algarabía— estuvimos todos los que pudimos.
Porque la voluntad se dispone. David Aguilar —nominado al Latin Grammy en 2020 en la categoría “Mejor álbum cantautor”— desenvaina un plumón, su voz es la de un niño que transpira inocencia. Cuenta el trayecto de su carrera, los días aquellos en que organizaba tocadas los lunes en el interior de su casa, el desfile de muchos afines que dicen la vida a través del canto.
Un solito por las vías de la honestidad. Para que sepamos de dónde viene, hacia a dónde quisiera ir. Qué es lo que propone en este momento. La poesía un acto de intuición sugerido por un poeta cubano. A los años ya.
En el trayecto de lo que es el taller de composición —auspiciado y organización por la diputada Celeste Taddei—, David Aguilar provoca la confianza de los alumnos, optimiza las horas y cada uno de los asistentes, febriles de contentos, al final, posamos para una foto grupal en el frontispicio del kiosco.
A David se le da eso de repartir lo aprendido, porque debe ser que dar también es un acto de creación. En los minutos de taller, la claridad es un acontecimiento toral. Se rige desde la mirada, desde el movimiento de sus manos. La contundencia del conocimiento sobre lo que expone.
Entonces brotan las palabras, a las cuales David subraya como un acto portentoso; y viene luego la técnica: consonantes y asonantes, la existencia de las décimas, octosílabos, sinalefas, la precisión en esta faena que significa escribir canciones.
La musicalidad de las palabras
En hojas de grandes dimensiones que David Aguilar usa para ilustrar el curso, se manifiesta el proceso de construcción de canciones, los ejercicios brotan, los alumnos levantan la mano, la conversación fluye: anécdotas sobre poesía, los más insignes compositores, rondan por allí Joaquín Sabina, Violeta Parra, entre otros.
Y la chavalada, en su atención al maestro, se ve acuerpada también de los que se adhieren sin cuadernos, pero con la mirada dispuesta y los oídos enclavados en la oratoria ilustrativa del cantautor oriundo de Sinaloa: David Aguilar.
Niños que rondan los columpios, padres que con un ojo al gato y otro al garabato pergeñan las ideas, señores de sombrero y en bicicletas, el transeúnte que pasa y se queda. Aprender lo fortuito.
¿Cuántos kilómetros se deben recorrer para tocar la vida de los otros? David Aguilar es un referente del canto latinoamericano, el ingenioso escritor de rolas cuya fonética es también un dulce enmielado para el corazón.
David Aguilar vino a Hermosillo, a la costa para ser preciso, y allí en la plaza, ante las muchachas y muchachos que también escriben, arrojó las semillas de su conocimiento. Más que naranjas, la raza cosechó aprendizaje, las pistas para la reflexión, el análisis hacia la claridad de lo que se quiere decir.