«Viridiana»: seis décadas del filme en el que Buñuel se burló de Franco y de la Iglesia
La película Viridiana, de Luis Buñuel, celebra en este mes de mayo el sexagésimo aniversario de su estreno en el Festival de Cannes, donde se convirtió en la primera y hasta ahora única cinta española en conseguir una Palma de Oro, el máximo galardón del certamen de la Costa Azul. Hasta aquí todo normal… Lo sabroso (y ya mítico) es la historia de cómo la película se saltó la censura en plena dictadura franquista. Por cierto: tras su estreno en el festival francés, el Vaticano echó fuego y el filme fue prohibido...
Iván Reguera Pascual
Luis Buñuel, el cineasta más genial y universal nacido en España, no pudo regresar a su país tras el golpe militar fascista de 1936. Desde París, donde convivió y trabajó con sus amigos surrealistas, recaudó fondos para ayudar a la República. No sirvió de nada: Franco se hizo con el poder y Buñuel se convirtió en enemigo del nuevo régimen. Al menos salvó el pellejo, no como su íntimo amigo Federico García Lorca, fusilado y enterrado en una fosa común que todavía hoy no se ha encontrado. La muerte de Lorca fue uno de los mayores mazazos de la larga y movida vida de Buñuel.
Una mala experiencia en Hollywood, perder su trabajo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York por ser simpatizante comunista y la traición de Dalí, al que pidió una urgente ayuda económica que éste le negó, le convencieron de que México contaba con una buena industria para trabajar en el cine y buscaban buenos y resolutivos directores. Así, Buñuel debutó en 1947 con una película para el famosísimo cantante Jorge Negrete. Trabajó y vivió bien en México hasta 1960, cuando se le planteó la posibilidad de volver a rodar en España.
La actriz mexicana Silvia Pinal, casada con el empresario Gustavo Alatriste, quería trabajar con Buñuel. Por mediación de Paco Rabal, Alatriste conoció finalmente al director, que le sugirió que podría debutar como productor en España burlando la censura franquista. Alatriste le preguntó cómo lograr semejante hazaña. Y el director le contestó: “Haciendo pasar la película por un folletín mexicano cuya protagonista es una beata que decide abandonar el convento, pero traslada sus ideas cristianas a su nueva vida”. A Alatriste le entusiasmó la idea de ver a su mujer como una beata y le dio a Buñuel total libertad para escribir y rodar lo que le apeteciera.
Así, Buñuel escribió, con Julio Alejandro, la historia de un viejo hidalgo español que vive solo en su vieja mansión desde la muerte de su esposa, ocurrida el mismo día de la boda. Un día recibe la visita de su sobrina Viridiana, novicia en un convento y que se parece a su difunta mujer. Tras la muerte de su tío, Viridiana convierte la mansión en un albergue para ayudar a pobres y mendigos. Sobre el papel parecía una historia religiosa y por eso la censura franquista no vio ningún inconveniente en el argumento.
Como contó Carlos Saura, amigo de Buñuel desde que se conocieron en el Festival de Montpellier tras la proyección de Los golfos, el regreso a España fue muy emotivo para el director. En un viaje en coche a Cuenca con el productor Pere Portabella, Buñuel se paró a contemplar el campo español y lloró como un niño, algo inaudito en un hombre rudo como él, un hombre que también estaba lleno de miedos y dudas, no tenía claro lo de volver a rodar en un país que había prometido no pisar hasta que acabase la dictadura. Tenía 60 años y los pulmones machacados de fumar, aunque era un hombre robusto y siguió rodando hasta los 77 años. Incluso ganó el Oscar en 1973 por El discreto encanto de la burguesía y en una de sus bromas surrealistas la lio diciendo a la prensa que había pagado 25.000 dólares a la Academia de Hollywood para ganar el Oscar.
Ya instalado en Madrid, desde México le llegaban insultos en la prensa. Lo llamaban traidor por haber abandonado el país y sobre todo por traicionar a la República y aprovecharse, por un buen sueldo, de la España de Franco. Y aunque Buñuel tenía otros planes ocultos, es cierto que las autoridades franquistas vieron como una oportunidad su regreso. Les ayudaba a dar una imagen de apertura ante el resto del mundo.
Hoy resulta hasta hiriente y vergonzoso, pero España había olvidado a Luis Buñuel por completo, nadie lo conocía entonces. El momento era idóneo: se vivía cierta apertura en lo cultural y se podía levantar la película gracias a Uninci, productora ligada al Partido Comunista y en la que destacaba Juan Antonio Bardem, que odió el guión de Viridiana y se lo arrojó a Saura diciendo: “Toma, lee lo que ha escrito este anarquista aragonés que es tan amigo tuyo”.
Mientras se organizaba la producción en Madrid, Buñuel, famoso por su anticlericalismo, debía entregar a la censura un guión que no fuese blasfemo y susceptible de acabar prohibido. Dicho y hecho: logró, en la forma, una película inofensiva y casi para todos los públicos. En aquel texto no había ni rastro de las alusiones sexuales, el envilecimiento de los pobres, el bestial ataque contra la caridad y las referencias a La última cena que se ven al final de la película.
El guión de Viridiana era la armadura de la película, pero el rodaje iba a dar la forma definitiva al filme. Para agilizar la conformidad de la Dirección General de Cinematografía, en una cuarta versión del guión se eliminaron todos los detalles morbosos, todos los ingenios buñuelianos. El resultado fue un guión blanco y light que sorprendió a los censores franquistas, que esperaban una nueva blasfemia del viejo comunista. Tal fue su sorpresa, que un censor (un tal Zabala) le dijo al director Basilio Martín Patino: “Es una novelita rosa”.
Viridiana se rodó sin contratiempos y a pocos metros del Palacio de El Pardo, residencia del dictador fascista. En tres ocasiones, el equipo sufrió la visita de un esbirro del Ministerio de Información y Turismo para visionar lo que se había rodado, pero avisaban a Buñuel antes de su llegada y el director pedía a su equipo que quitasen de los rollos los fragmentos con imágenes comprometedoras. Volvió a colar. Cuando su equipo vio el resultado sin cortes y la bomba que tenían entre manos, Buñuel les vaciló diciéndoles que estaban todos “en pecado”.
En la proyección oficial que Uninci hizo en los estudios CEA, el equipo hizo nuevas trampas a los censores. Quitaron dos planos de la película: el de la famosa fotografía imaginaria que hace Lola Gaos subiéndose las faldas y el del crucifijo que también es una navaja, que no estaba en el guión y fue improvisado. El artefacto lo encontró el hijo de Buñuel en una tienda de Albacete, localizando exteriores. Además, Bardem mintió a los censores cuando le preguntaron qué música metería Buñuel en la escena de los mendigos (finalmente El Mesías de Haendel). Les dijo: “Buf, Buñuel tiene horror a la música en las películas, ¡pondrá los tambores de Calanda!” Y coló otra vez. Que nadie viese la película acabada antes de su proyección en el Festival de Cannes fue un milagro, de esos en los que el ateo Buñuel no creía.
En mayo de 1961 se montó el gran escándalo en el Festival de Cannes. Viridiana se presentó el último día del certamen y la ovación fue clamorosa, aunque Buñuel no pudo disfrutarla porque estaba en cama, en París. El jurado, que ya tenía decididos los premios, volvió a reunirse para darle a Viridiana la Palma de Oro, premio nunca conseguido por el cine español. Ausente Buñuel, el premio lo recogió el director general de Cinematografía, José Muñoz Fontán. El también vizconde de San Javier vestía de esmoquin y lo recibió pletórico y ante el estupor de algunos de los españoles presentes, que sabían que esa gala iba a ser su último acto oficial. Muy poco después L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, acusó a Viridiana de blasfema y le costó el puesto y el sueldo a Fontán. Buñuel tuvo que partirse de risa en su cama.
El cabreo de la Iglesia católica española fue tan sonado como previsible. La censura prohibió la película y Franco, que la vio dos veces, ordenó que la quemaran. No lo hizo por que quisiera, pues el dictador no encontró ningún motivo para prohibirla, sino porque no quería problemas con el Vaticano. Así, el ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, ordenó la destrucción de todas las copias de Viridiana en una campaña de promoción gratuita y extraordinaria para sus productores. Todas fueron destruidas menos una, que se salvó también milagrosamente. Juan Luis Buñuel, Domingo Dominguín y un torero llamado Pedret colocaron los negativos en una camioneta con toreros, los cubrieron con los capotes y salieron de España. De película, quizás más de Berlanga que de Buñuel.
También se prohibió a Uninci rodar más películas y Pere Portabella tuvo que abandonar el cine por el tremendo jaleo montado. La película no se estrenó en España hasta 1977, dos años después de la muerte del dictador. Sobre ella y su escándalo, el cachondo de Buñuel dijo: “¿Qué se me reprocha? En Viridiana me quedé corto en todo, ¡mi heroína se encuentra más virgen en el desenlace que al principio!”.
Este artículo fue publicado originalmente en CTXT / Revista Contexto, y es reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.