Emilia Pardo Bazán: centenario mortuorio
Se cumple el centenario de fallecimiento de Emilia Pardo Bazán. Silvia Hurtado González nos cuenta aquí cómo la gran escritora española vio denegadas sus peticiones de entrar en la Real Academia Española no una, sino tres veces. A pesar de su indiscutible éxito literario, los académicos rechazaban la idea de admitir a una mujer. Por otra parte, Montserrat Ribao Pereira nos explica la pasión por el teatro de Emilia Pardo Bazán —fallecida en Madrid un 12 de mayo de 1921—; hoy, nos dice, sus obras teatrales están siendo redescubiertas.
Silvia Hurtado González / Montserrat Ribao Pereira
Académicos, traseros y feminismo: por qué la RAE rechazó hasta tres veces a Emilia Pardo Bazán
Silvia Hurtado González
El 12 de mayo se conmemoró el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1852 – Madrid, 1921), una escritora que destaca, aparte de sus méritos literarios, por su continua lucha por la emancipación de la mujer. Uno de los frentes de esta batalla, denominada en la época la “cuestión académica”, fue su empeño por formar parte de la Real Academia Española (RAE). Hasta tres veces lo intentó, aunque sin éxito.
De haberlo logrado, habría sido la primera académica numeraria de esta institución, pero no pudo hacer historia. De hecho, hubo que esperar hasta 1978 para que otra mujer, la escritora Carmen Conde, accediera a la Docta Casa, aunque todavía el número de mujeres presentes en esta institución sigue siendo escaso.
En 1886 empieza a ser mencionado el nombre de Emilia Pardo Bazán como posible candidata a entrar en la Real Academia Española y el rumor se va haciendo cada vez más fuerte: la escritora desea ser miembro de ella.
El ejemplo de ‘la Avellaneda’
En 1889 el diario El Correo publica, con el título “Las mujeres en la Academia”, cuatro epístolas inéditas de Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 1814 – Madrid, 1873). Fechadas en 1853, su contenido gira en torno a las gestiones realizadas por esta poetisa y dramaturga nacida en Cuba con el objetivo de incorporarse a la Real Academia Española.
Para ello, amparada en sus logros literarios, envió una petición de ingreso al director de esta institución. Recordemos que hasta 1858 todavía era posible postularse como candidato sin necesidad de ser presentado por tres académicos. Sin embargo, a pesar de contar con algunos apoyos, Gertrudis Gómez de Avellaneda vio denegada su solicitud.
Ninguna norma impedía la entrada de las mujeres, pero, tras un intenso debate, en 1853 llegaron al acuerdo de prohibirla. Como narra Alonso Zamora Vicente en su “Historia de la Real Academia Española”, los académicos reunidos votaron en contra de permitir la entrada a mujeres. El resultado no fue unánime: catorce académicos votaron en contra de la entrada de mujeres, y seis a favor (otros tres votos a favor no se contabilizaron por provenir de académicos que no pudieron acudir en persona, como Manuel José Quintana, Eugenio de Tapia y Nicomedes Pastor Díaz). Este acuerdo se cumplirá indefectiblemente durante años a pesar de que nunca fue escrito ni formó parte de los estatutos de la Real Academia Española.
Primer intento
En respuesta a estas epístolas, Emilia Pardo Bazán escribe, a su vez, otras dos, tituladas “La cuestión académica. A Gertrudis Gómez de Avellaneda (en los Campos Elíseos)”, que aparecieron en La España Moderna. En ellas la coruñesa se dirige a la escritora, ya fallecida, solidarizándose con el rechazo que había sufrido en su día por parte de la Real Academia Española, lo que le permite denunciar las injusticias hacia las mujeres:
“Te sonreirías, Tula [Gómez de Avellaneda], si te contase un chisme que llegó hasta mí: se susurra que algún académico me considera excluida de la corporación por carecer de derechos electorales. (…) El sexo no priva sólo del provecho, sino de los honores también”.
Emilia Pardo Bazán defiende su derecho a entrar en la Academia, a “no ser excluida de una distinción literaria como mujer (no como autor, pues sin falsa modestia te afirmo que soy el crítico más severo y duro de mis propias obras)”. Y concluye expresando su voluntad de trabajar sin descanso para “mejorar mi hoja de servicios de académica desairada”.
Sin embargo, en esta ocasión no llegó a presentar su candidatura.
Segundo intento
En 1891, “de nuevo los rumores vuelven a relacionar a Doña Emilia con la Real Academia de la Lengua, y ella vuelve a definir su postura”, escribe Eva Acosta (2007), una de sus biógrafas. Se trata de un segundo intento distinto del anterior, ya que ahora cuenta con el apoyo de políticos, periodistas y escritores.
El punto culminante de este nuevo asalto a la RAE es la publicación del escrito de Pardo Bazán titulado “La cuestión académica. Al Sr. D. Rafael Altamira, Secretario del Museo Pedagógico”, incluido en el Nuevo Teatro Crítico en marzo de 1891. Se trata de una respuesta a “La cuestión académica. A la Sra. Emilia Pardo Bazán”, publicado un mes antes en La España Moderna, del propio Altamira. En esta primera misiva, Altamira, que no era académico pero sí jurista, afirma lo siguiente: “El camino para la reivindicación del derecho de las hembras a ser académicas, como son jefes del Estado [se refiere a Isabel II], está abierto”.
Son años de enérgica reivindicación feminista y Emilia Pardo Bazán, como no puede ser de otra manera, le agradece el gesto.
Pero tampoco esta vez hubo una propuesta formal, sino que se trató más bien de una candidatura encubierta, por lo que el rechazo no fue explícito.
Tercer intento
Tras reavivarse la “cuestión académica”, en 1912 tiene lugar el tercer intento. Se inicia entonces una campaña de apoyo a Emilia Pardo Bazán que pone contra las cuerdas a la Real Academia Española. Dudar de sus méritos literarios era impensable (en las listas de ventas sólo estaba por detrás de Galdós y Pereda), así que los académicos optaron por recurrir a su acuerdo de 1853, con el que habían impedido la entrada de Gómez de Avellaneda, para rechazar a Pardo Bazán.
Además, adujeron que desde 1858 cualquier candidato tenía que ser presentado por tres académicos de número y que este protocolo no se había cumplido. En efecto, lo que había hecho Pardo Bazán era enviar una carta de petición de ingreso, junto con un memorial y un extenso curriculum vitae, al director de la Academia.
Insultos y ofensas
Por si fuera poco este doble rechazo, la escritora tuvo que aguantar algunas impertinencias. Una de ellas la cuenta Sebastián Moreno en su libro La Academia se divierte (2012). Parece ser que Juan Valera, el autor de Pepita Jiménez, sugirió que se invitase a la escritora a visitar la Academia y que le mostraran los sillones, advirtiéndole que no podían cambiarlos. Así se daría cuenta de que no podría sentarse en ninguno de ellos, ya que su trasero era mucho mayor. También se menciona en este libro el calificativo que le dedicó Menéndez Pelayo: “Literata fea con peligro de volverse librepensadora”.
Llegados a este punto, podemos hacernos algunas preguntas. ¿Por qué fue tan insistente Emilia Pardo Bazán? ¿Qué necesidad tenía de exponerse tanto? ¿Cuál fue su verdadera pretensión? Ella misma lo dejó claro en una entrevista publicada en El Día (7 de febrero de 1917).
Defender un derecho indiscutible
Cinco años después de su frustrado tercer intento por acceder a la Academia de la Lengua, Emilia Pardo Bazán concede una entrevista, con el título “Lo que dice la Pardo Bazán de la Real Academia Española”, que se publica, junto con una imponente foto de la escritora (firmada por Gonzáles), en la portada de El Día. Destacamos los siguientes fragmentos:
“Para mí, esta es una cuestión que sólo ha llegado a interesarme por un concepto ideal, por el aspecto feminista. Yo no he luchado por la vanidad de ocupar un sillón en la Academia, sino por defender un derecho indiscutible que, a mi juicio, tienen las mujeres. A mí no se me ha admitido en la Academia, no por mi personalidad literaria, según han dicho todos los que podían votarme, sino por ser mujer. (…) Y conste que es cuestión que sólo me he llegado a interesar, por un idealismo, por una convicción, porque cada cual tiene sus propósitos, y yo tengo el de separar obstáculos de los que estorban a la mujer. No espero entrar nunca en la Academia; pero en este caso especial la lucha vale más que el triunfo”.
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Emilia Pardo Bazán, ‘inevitable’ también como dramaturga
Montserrat Ribao Pereira
José Zorrilla acuña un tópico cuando se refiere a doña Emilia Pardo Bazán como la inevitable. El evidente sesgo de tal apreciación trasluce las reticencias que en la sociedad cultural de finales del siglo XIX suscita la extraordinaria actividad literaria de una escritora a la altura de los mejores escritores de su tiempo.
Consciente de ello y sin complejo intelectual alguno, no se ahorra Pardo Bazán manifestarse en todos los ámbitos de la creación y del magisterio que considera oportunos.
La crítica, la oratoria, la docencia, el periodismo… ocupan su vida en paralelo a la redacción de las novelas y los cuentos por los que hoy se la conoce mayoritariamente. Sin embargo, sus inquietudes la conducen también hacia otras vertientes en las que no pierde la ocasión de mostrar su temple. Una de ellas es la dramaturgia.
La pasión por el teatro
Las artes escénicas atraen a la escritora, asidua al teatro y amante de la ópera, desde joven. Con el paso de los años mantiene fructífera amistad con relevantes nombres de la escena, como el matrimonio Guerrero-Mendoza, y se interesa por el ámbito de la representación, que analiza críticamente en reseñas y del que incluso participa, al menos entre bambalinas.
Sus primeros acercamientos a la escritura dramática, en torno a 1870 (El mariscal Pedro Pardo; Perder y salir ganando; Tempestad de invierno), remiten al teatro en verso heredero del último romanticismo.
Aborda la traducción en Adriana Lecouvreur, a partir del homónimo de Scribe, y en La Canonesa, adaptación de La patrie en Danger, de E. Goncourt.
Experimenta con el teatro para marionetas en La muerte de la Quimera, que finalmente no se representa y pasa a formar parte de la novela La Quimera.
Seis proyectos sin materializar
Concibe, al menos, seis obras de las que, a día de hoy, sólo conocemos algunos fragmentos o el plan en que diseña las tramas de las mismas: conflictos burgueses y fabriles, el tiempo de Cortés y la Malinche… incluso un crimen en una corte de Provenza por el que debe hacerse penitencia en el camino a Santiago de Compostela.
Tampoco publica ni estrena Un drama, quizás escrito para María Guerrero, y que se conserva incompleto, ni otros dos (Nada y Finafrol) de los que sólo tenemos constancia por la correspondencia de la autora o por referencias en la prensa de la época.
Por si todo ello fuera poco, la Biblioteca Nacional de España custodia El sacrificio, un manuscrito del que se da noticia en 1985 y que se ha atribuido tanto a Galdós como a Pardo Bazán, sin que hasta el momento haya podido probarse fehacientemente ni una ni otra autoría.
Redescubriendo a la dramaturga
A excepción de este último título, hasta hace veinticinco años sólo se conocían los siete dramas que doña Emilia recopila en el volumen 35 de sus Obras completas (1909).
Cuatro consiguen llegar a la escena en vida de su autora: el monólogo protagonizado por una modista que lleva una doble vida (El vestido de boda, 1898); un diálogo dramático breve que coloca ante los espectadores la tragedia de una humilde aureana del Sil (La suerte, 1904); el drama en cuatro actos de Anita, casada con el asesino de su hermana (Verdad, 1906); y una comedia dramática en cinco sobre la decadencia de la vieja nobleza en el fin de siglo (Cuesta abajo, 1906).
Pese a sus esfuerzos, no logra Pardo Bazán que se representen El becerro de metal, protagonizado por María de Leyva y su familia de comerciantes judíos; ni Juventud, que representa el conflicto entre dos mentalidades incompatibles; ni Las raíces y su dramatización de la hipocresía social, la deslealtad amorosa y el sentimiento de culpa.
Sus obras fueron recibidas de forma desigual, aunque algunos de sus planteamientos dramáticos eran claramente modernos, en la línea de las nuevas vías teatrales europeas. Se aplaudieron y reseñaron con más o menos entusiasmo, pero un importante sector de la crítica atacó con dureza su incursión en el teatro, su osada voluntad de proyectarse desde la escena y convertirse en un “Lope con faldas” (Pérez de Ayala dixit).
Solo desde los años 80 del pasado siglo y, significativamente, a partir de la aproximación crítica de Francisco Nieva, el teatro pardobazaniano se redimensiona en el contexto literario y espectacular de su autora y de su tiempo:
“Ningún crítico ni colega contemporáneos hubieron de apreciar esta para mí asombrosa capacidad dramática de la escritora, que comienza por no hacer lo que lógicamente se le pedía, una alta comedia, sino algo desmesurado y sombrío con una apertura moral hacia la complejidad de los hombres”. (Francisco Nieva, “Una mirada sobre el teatro de Emilia Pardo Bazán”, en Estudios sobre Los Pazos de Ulloa, Madrid, Cátedra, 1989, p. 200).
A cien años vista, y sin prejuicios, cierto es que también en la escritura teatral doña Emilia es una referencia inevitable. Afortunadamente.
Silvia Hurtado González. Profesora del Departamento de Lengua Española de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Valladolid.
Montserrat Ribao Pereira. Profesora Titular de Literatura Española, Universidade de Vigo.
Fuente: The Conversation.