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30 de abril: Día de la Niña y del Niño

La idea de festejar el “Día del Niño” surgió el 20 de noviembre de 1959, cuando la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decidió reafirmar los derechos de los niños universalmente. Desde entonces, y aunque la celebración mundial es el 20 de noviembre, cada país ha elegido un día especial para festejar y organizar actividades. El Día del Niño en México fue reconocido primero el 8 de mayo de 1916 en la ciudad de Tantoyuca, Veracruz. Sin embargo, esta fecha cambió cuando el presidente Álvaro Obregón estableció la celebración oficial el 30 de abril en 1924, luego de firmarse la “Declaración de Ginebra”. El periodista y escritor Víctor Roura ha querido sumarse a la celebración con estos tres cuentos para la ocasión…


No hay nadie que sea más libre que una niña o un niño. Ni nadie que sea más verdadero. Ni nadie tan honesto y espontáneo. Las niñas y los niños del mundo son las personas con mayor fragilidad en la Tierra, proclives a cualquier afectación o afecto humano. Son, y nadie lo duda, la esperanza para un mundo mejor.

De ahí que en 1954 la Organización de las Naciones Unidas propusiera instituir, en todos los países del planeta, un día dedicado a honrarlos para reafirmar los derechos de cada niña y niño. Un lustro después, el 20 de noviembre de 1959, fue aprobada por la misma ONU la Declaración Universal de los Derechos de los Niños, vigente por los siglos de los siglos.

No todos los países lo conmemoran el mismo día (en Colombia el festejo se lleva a cabo el último sábado de abril, en Bolivia el 12 de abril, en Venezuela el tercer domingo de junio, en Paraguay el 31 de mayo, en Argentina el segundo domingo de agosto, en Uruguay el 9 de agosto, en Brasil el 12 de octubre…), pero en México la niña y el niño son motivo de celebración el 30 de abril… ¡pero desde 1924! ¡Es decir, 35 años antes de que la ONU se decidiera a festejar mundialmente a los niños! Álvaro Obregón era el presidente de México y José Vasconcelos el secretario de Educación Pública.

Pero a las niñas y a los niños habría que celebrarlos a diario, cada uno de los 365 días del año. Porque nos hacen mirar la vida con otros ojos, menos prejuiciados, más benignos, menos intolerantes, más sensibles.

Los tres relatos son para ellas y para ellos.

Nuevo año

“Es un nuevo año”, dice la niña, “así que voy a ser yo también una nueva niña”, y va a mirarse frente al espejo.

Con una pluma de tinta morada se pinta un corazón en la mejilla izquierda. Con otra pluma, ahora de color lila, se pinta un oso en la punta de la nariz. Y su cabello, que es largo como el de Rapunzel, se lo corta de un tijeretazo.

“Me voy a cambiar el nombre”, dice, pero en el momento escucha a su mamá que empieza a gritarle debajo de la torre.

—¡Regina, Regina, aviéntame tu trenza!

“Ups”, recapacita la niña mirando su largo cabello, recién cortado, en el suelo.

Y corre hacia la ventana para decirle a su madre que con el año nuevo ella también es una niña nueva, así que ya es tiempo de que construya una escalera para subir a su alcoba.

—¿Crees, mamá, que no me dolía la cabeza mientras te sujetabas en mi pelo para subir? —dice la niña desde arriba.

La madre, sorprendida, escucha a su hija sin creer lo que le dice.

—¡Entonces te vas a quedar sin desayunar! —grita la mamá.

Porque la torre no tiene puertas por ninguna parte.

Ya no había remedio.

Una hora después la mamá, desesperada, subía por una escalera que le había prestado un cazador de serpientes, pero la niña aún no tenía hambre.


Los pingüinos voladores

Un pingüino quería volar, pero los pingüinos no pueden volar, así que, molesto, fue con su papá para exigirle que le comprara un avión, a lo cual el papá, molesto por la indebida exigencia de su hijo, le dijo que parecía un loco porque, primero, los pingüinos no saben manejar aviones y, segundo, los pingüinos no tienen dinero y los aviones cuestan mucho dinero, de modo que lo dejara en paz, que lo dejara contemplar el mar, que no lo inquietara más.

El pingüino se dio la vuelta, enojado con su papá. Y siguió practicando el vuelo a espaldas de todos los demás pingüinos, porque si lo veían seguramente se burlarían de él. Y se tropezaba y se caía y se daba de topes y volvía a caerse, pero no se rendía.

Hasta que reconoció que, en efecto, los pingüinos no pueden volar. Los años pasaron, el pingüino se casó y tuvo un hijito, que a espaldas de todos los demás pingüinos practicaba el vuelo porque le fascinaba la altura. Una tarde, molesto por su inútil esfuerzo, fue a exigirle a su papá que le comprara un avión, a lo cual el papá, molesto por la indebida exigencia de su hijo, le dijo que parecía un loco porque, primero, los pingüinos no saben manejar aviones y, segundo, los pingüinos no tienen dinero y los aviones cuestan mucho dinero, de modo que lo dejara en paz, que lo dejara contemplar el mar, que no lo inquietara más.

El pingüino se dio la vuelta, enojado con su papá. Y siguió practicando el vuelo a espaldas de todos los demás pingüinos, porque si lo veían seguramente se burlarían de él. Y se tropezaba y se caía y se daba de topes y volvía a caerse, pero no se rendía.

Hasta que reconoció que, en efecto, los pingüinos no pueden volar. Los años pasaron, el pingüino se casó y tuvo un hijito, que a espaldas de todos los demás pingüinos practicaba el vuelo porque lo hechizaba el cielo. Y una tarde, molesto por no volar, ya sabes qué le fue a exigir a su papá y ya sabes qué le contestó y ya sabes que lo intentó hasta reconocer que, en efecto, los pingüinos no pueden volar, pero tuvo después un hijito y ya sabes todo lo demás.


Un sabio en la familia

El niño, que apenas puede hablar, luego de ser mordido en la cabeza por su hermano mayor, le dice muy enojado:

—¡Puecoepín!

Lo que deja intrigada a su madre, pues supone tres teorías:

Una) El niño, que no conoce a ese animal ni nunca lo ha visto en ninguna fotografía, ni mirado en la televisión, lo habrá oído mencionar, de pasada, en alguna reunión entre adultos.

Dos) El niño, a espaldas de la madre, habrá jugado con un amigo o un primo sobre animales raros y, dado el nombre tan particular que posee dicho animal, lo memorizó de inmediato, pero como algo malo, o feo, dado el calificativo que usó contra su hermano con la intención de ofenderlo.

Tres) El niño inventó el nombre, que sería, aquí sí, algo portentoso debido a su corta edad.

Pero tamaña imaginación, ¿de quién la habría heredado?

Ahí es donde la mamá no sabe cómo concluir la tercera teoría, porque sabe que ella misma carece de ingenio y su esposo no lee un solo libro, así que ese niño es muy raro en la familia.

Pocas horas después, lo escucha decir, otra vez, a su hermano:

—¡Ocomiguero!

Y veintidós minutos después:

—¡Tinotasariotex!

Su hijo va a ser un sabio, piensa la mamá, y se siente muy orgullosa de él, mientras el hermano mayor llora desconsoladamente por tanto insulto recibido.

Ilustración de María Coll Sagué. / Iberoamérica Ilustra (Catálogo).

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