Divorcio, ‘bullying’ y secretos
No es muy común, no le pasa a cualquiera, pero cuando alguien descubre la manera de hacerse invisible puede ser capaz de ver lo que antes estaba oculto. Como mirar las cosas que realmente importan, eso que no está hecho de materia. Por ejemplo, darse cuenta de que una lágrima es, en efecto, mucho más que agua, sal y trazas de otros compuestos, pues arrastra con ella sentimientos y significados imposible de aislar y luego observar con experimentos científicos. Nada es, pues, tal como se nos presenta a simple vista, advertirá Strato al final de Cómo hacerse invisible, un libro escrito por el periodista Tim Lott.
Un 13 de septiembre, 13 días después de su decimotercer cumpleaños, el adolescente Strato Nyman halla en una vieja y polvosa librería desolada —una de las 30 que existen en el antiguo y pequeño pueblo inglés de Hedgecombe-upon-Dray— un libro que le revela cómo hacerse invisible. A partir de ese momento, la brillante y métodica mente científica de Strato será sacudida por lo inverificable y podrá ver —sin ser visto— las razones de la separación de sus padres, los motivos del acoso escolar que sufre, las terribles consecuencias de su timidez, los absurdos del racismo y, con todo ello, que la ciencia es hermosa, pero no es nunca la única versión posible de lo que sucede en el mundo: “Hay misterios en todas partes, en la ciencia y fuera de ella”, concluye Strato al final de Cómo hacerse invisible, un libro escrito por el periodista Tim Lott (1953, Southall, Middlesex, Inglaterra) y publicado en español por Océano, en su colección Gran Travesía.
El pequeño Strato es un niño singular: es dueño de una timidez casi patológica, posee un coeficiente intelectual de 156 —sólo lo tiene el 1.2 por ciento de los niños del mundo—, es el único jovencito negro de ese pueblo al que ha llegado a vivir después de gastar la mayor parte de sus 13 años de vida en Londres, es un entusiasta de las historias de fantasía y ciencia ficción y, sobre todo, anda siempre empleando observaciones, pruebas, experimentos y razonamientos lógicos para explicarse la realidad, aunque todo esto no le alcanza para entender por qué se siente culpable de la separación de sus padres; por qué se encoge de hombres y agacha la mirada cuando Lloyd Archibald Turnbull arremete contra él en la escuela o en el Facebook, acosándolo, humillándolo; por qué se queda mudo ante la mirada de la bella Susan, su compañera de clase; o por qué lo desconcierta la burlona gentileza del conductor del autobús escolar (que esconde un hiriente racismo).
Entre otros, el libro de Lott tiene un planteamiento muy interesante: para volverse invisible al mundo no es necesario encontrar un mágico libro, rodearlo con los brazos sobre el pecho y lanzarse convencido contra un espejo para salir de él transformado en materia transparente, como le sucede a Strato. Sino que convivimos cotidianamente con un universo de invisibilidad en el que las máscaras (eso es lo que significa persona: máscara) y los secretos rigen las relaciones.
Cierto: Straton necesitó desempolvar un antiguo y fantástico libro para dejar de mirarse en el espejo y tener la posibilidad de sacudirse en algunos momentos ese engrandecido y venerado invento de la sociedad contemporánea llamado “yo”, para, curiosamente, poder observar el lado invisible de los demás. Y el suyo propio.
Por ejemplo, mirar que Peaches, su madre, no es capaz de perdonarle a Melchior, su padre, la aventura sexual que tuvo con la joven estudiante de su laboratorio de investigación, Annabel, cuando vivían en Londres. Por esa razón tuvieron que dejar la gran ciudad. Para que el científico Melchior Nyman no volviera a ver a la bella Annabel.
Por ejemplo, saber que para Melchior la aventura con Annabel no significó nada, que fue un error, que lo hizo porque se sintió halagado de saber que un hombre como él, de 41 años, le gustaba a una chica de apenas 23; que a quien Melchior en realidad ama, siempre ha amado, es a Peaches.
Por ejemplo, enterarse que Peaches había firmado un contrato con una editorial para escribir un libro intitulado Bienvenido a la granja de los nerds, que habla sobre las dificultades que pasan los padres para criar a un niño superdotado y talentoso como el propio Strato.
Por ejemplo, observar que la madre de Lloyd, el niño abusador de la escuela, es una gorgona que, tras la muerte de su marido en un accidente automovilístico en el que Lloyd perdió la movilidad de uno de sus brazos, abusa del abusador, golpeándolo, insultándolo, hiriéndolo con sus palabras y su manera de vivir, expresándole más afecto al perro enano Chronic que al mismo Lloyd, su hijo.
Por ejemplo, descubrir que el aparente gentil conductor del autobús escolar es miembro de un grupo racista y, sin embargo, es capaz de compadecerse y alimentar a diario y con ternura a una anciana casi centenaria e inmóvil.
Por ejemplo, vivir la sorpresa de que pequeña y simpática Susan Brown no es su enemiga ni está coludida con Lloyd para fastidiarlo, sino que es una nerd igual que él, sólo que de la biología y la literatura, no de la física, como Strato, y que además le gusta.
Y finalmente, por ejemplo, que el siempre formal, religioso y estricto profesor de ciencias Nathan Walter Ojebande —la única otra persona negra que vive en Hedgecombe— no es, ni de cerca, lo que todos suponen que es.
Así que a veces únicamente basta con ubicarse en la posición y lugar adecuados, saber guardar silencio, observar y escuchar sin distracciones para poder volverse invisible. Porque hasta en el universo más pequeño, en el universo de las partículas, uno modifica la realidad por el simple hecho de estar ahí. Lo recuerda el curioso Strato. Quien además advierte que para poder continuar, también se hace necesario hacer invisibles muchas cosas: “Todo cambia. Todo está pasando en todo momento. Todo es cambio, y el cambio duele, pero también es bueno”.
Así como la inquieta mente empírica del pequeño Nyman concluye que el asunto de culpar a alguien es muy complicado, aprende a darse cuenta de que muchas cosas no son lo que parecen cuando uno es capaz, a su vez, de desaparecer, observar y comprender: “No sólo era yo el invisible. Todos eran invisibles, pues nadie podía ver en el interior de la cabeza de la otra persona, y todos aprovechamos esa invisibilidad para guardar secretos, capa bajo capa”.
Este texto fue publicado originalmente en Forbes México. Lo reproducimos aquí, previa autorización.