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“A finales del siglo XXI habrá probablemente nueva diversidad humana, pero esta vez, artificial”

Eudald Carbonell (Girona, 1953) observa el futuro de nuestra especie desde el conocimiento que le dan los numerosos estudios arqueológicos, geológicos y paleontológicos que ha desarrollado en su carrera. Su más reciente libro, Materia viviente, vida pensante, aborda temas como la supervivencia de la humanidad, los retos del futuro para nuestra especie o la crisis ecológica actual.


El arqueólogo Eudald Carbonell integra en su más reciente libro Materia viviente, vida pensante, del que también es coautor Jordi Agustí, profesor de investigación ICREA, un binomio sobre el que pensar: qué es la materia viviente y cómo ha funcionado a lo largo del tiempo y, por otro lado, la evolución de los homínidos hasta la actualidad.

Carbonell, que desde 1991 es uno de los tres codirectores de los yacimientos de Atapuerca, divide este libro en dos partes para tratar de explicar el cómo y el porqué de nuestra existencia.

—¿En qué momento de la evolución tomamos conciencia los seres humanos como especie?

—Conciencia crítica de especie la estamos tomando ahora. Siempre digo que emergió en el momento en el que se posibilitó la destrucción del planeta. Es decir, a partir de la crisis de los misiles, después del proyecto Manhattan, de la II Guerra Mundial y de toda la progresión de esta fuerza destructora nos dimos cuenta de que se podía devastar el planeta. Primero, obviamente los físicos, y curiosamente Einstein y Oppenheimer, los impulsores de la bomba atómica. Esta posibilidad potencial de destrucción movilizó los primeros atisbos de la conciencia crítica de la especie. A partir de ahí, se ha ido incrementando por las luchas contra la guerra o el pacifismo.

—¿Y las primeras formas de conciencia?

—Tienen que estar en un cerebro que tenga un cierto desarrollo neurológico, cuando empiezan a crecer de verdad, hace un millón de años. Entre un millón y medio millón de años existirían las primeras pruebas que atestiguan la conciencia comunitaria. Esta conciencia también significa, por supuesto, el desarrollo de cierta conciencia individual, que después se va trasladando a diferentes aspectos de la vida y de la historia, como mucho más tarde en el siglo XIX cuando emerge una conciencia de las clases sociales. La conciencia es una abstracción que está de alguna forma siempre en la construcción humana. Puede que tenga un millón de años.

—¿En qué fase evolutiva estamos actualmente?

—Estamos en el final del ciclo evolutivo. La socialización y la revolución científico-tecnológica nos lleva al poshumanismo. Con lo cual lo humano irá perdiendo categoría. Para ilustrarlo, los valores dejarán de tener importancia porque es más importante la conciencia que el valor. Esto lo explico en la segunda parte del libro. Hay un cambio de fase como consecuencia de una crisis estructural sistémica y evolutiva. Pasamos de la humanización a otro estadio. Es un salto, una disfunción. Vamos hacia un cambio donde la base fundamental es la socialización de nuestra capacidad científica y tecnológica y su aplicación al entorno y a nosotros mismos.

—¿De qué forma la crisis climática puede moldear la evolución humana?

—Ésta tiene que ser una evolución ecosocial. Es decir, que haya una evolución que integre la ecología y la vida, con el pensamiento y la conciencia. Una integración evolutiva que rompa las fronteras entre la ecología y la inteligencia y la conciencia.   

—Habla de otros retos del futuro y del concepto de ecología planetaria y de la transhumanización, ¿qué quiere decir?

—La transhumanización está ligada a mejorar la especie. Es decir, nuestras capacidades tecnológicas se están socializando a escala de cuidados, pero también de estructuración de la especie. En el libro ya se apunta este hecho, aunque no está desarrollado porque estoy ahora trabajando en el decálogo de especie. Lo que se producirá a finales del siglo XXI probablemente será la generación de nueva diversidad humana, pero esta vez artificial.

—¿A qué se refiere con nueva diversidad humana?

—Que ocurrirá lo que pasó hace unos 40.000 años, cuando había cuatro o cinco especies o subespecies, los denisovanos, el Homo floresiensis, etc. Seguramente será como consecuencia de la aplicación de la ciencia y la tecnología en la sociedad. Habrá humanos que no se dejarán transformar, que serán ‘naturales’ en el sentido de la naturaleza biológica inamovible. Habrá otros construidos a través de CRISPR /Cas9, por ingeniería genética, es decir, serán editados. Otros serán modificados por biomegatrónica, humanos mixtos biomecánicos. Estoy seguro de que tenderemos a la generación de diversidad, que es la cuestión más importante del planeta. 

—¿Qué va a recoger en ese decálogo del Homo sapiens?

—Es un libro que tengo en mente, para publicar el año que viene, sobre los diez conceptos sobre los que debe discutir y reflexionar nuestra especie. Entramos en una época en la que, si todo funciona bien, tenemos que eliminar los líderes y el individualismo, para que la individualidad colectiva funcione. Deberemos abortar la globalización, porque está creando uniformidad y destruyendo la diversidad. Pasar a la planetización, que es la que va a economizar y generar socialmente el equilibrio entre la evolución ecológica y social de la especie. Son diez preceptos para discutir.

—Si la organización social del futuro ya no fuera por liderazgo, ¿qué se plantea?

—La organización como forma de funcionamiento social, sin jerarquía.

—Volviendo nuevamente al presente, ¿qué partes fundamentales de la evolución humana aún no entendemos?

—Comprendemos las más próximas y las que han sido basales para generar la conciencia crítica de la especie y para desarrollar los mecanismos de la conciencia operativa, es decir, la que trabaja con el conocimiento y pensamiento y los datos científicos. Pero, obviamente, en el transhumanismo aparecerán leyes del universo que aún desconocemos. Existen cuestiones fundamentales que desconocemos como, por ejemplo, nuestro origen.

—¿Por qué dice que se ha agudizado la contradicción entre nuestra biología primate y nuestra inteligencia?

—Se está agudizando porque los comportamientos etológicos primates tenían mucho sentido, tenían una fuerza motriz en la selección natural. Ahora, con la selección cultural, lo que tiene una fuerza tremenda es la inteligencia y la conciencia crítica de la especie. No tanto la parte biológica.

—Dedica un capítulo a la extinción. ¿Estamos abocados a este final como ocurrió en el pérmico?

—Diariamente se extinguen especies, que conocemos y que desconocemos. Vivimos en una extinción masiva donde el impulso biológico humano, a través de su adaptación cultural y técnica, está produciendo ese desequilibrio tan importante. También estamos en un proceso en el que podemos desextinguir, generar nuevas especies. La biotecnología puede reequilibrar y contribuir ecológicamente a suplantar o reproducir la estructura. Pero estamos balbuceando, aún no se han socializado estas capacidades.

—¿Se refiere a eso cuando afirma que en el siglo XXI nos abriremos a una humanidad más trascendente?

—Trascendente porque se va a trascender a ella misma, en el sentido más de pensamiento de tipo kantiano, aplicado al humanismo tecnológico.

—También habla del sexo social y de cómo nos ha influenciado a las diferentes sociedades…

—Porque existe el sexo cuando lo entendemos como la época reproductiva, en el reino animal y vegetal. Pero el sexo social se mezcla con las conductas, con las estructuras y pensamientos, con los cimientos de la organización humana. El sexo se diversifica, no sólo para reproducirse, sino que se convierte en artefacto de socialización de la propia especie.

—Plantea la pregunta de si los humanos somos los más sociales, ¿lo somos? 

—La respuesta la tenemos que dar nosotros y la estamos dando. Ser más sociales implica ser capaces de resocializarnos de forma continuada, es decir, de mejorar la especie, de socializar mejor. Si somos capaces de continuar y evitar los conflictos, la competitividad y girar hacia lo competente, seremos los más sociales.

Fuente: Agencia SINC.

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