Intermedio

En historieta, mis sueños nadie los entendería: Manuel Ahumada

Para conmemorar el décimo aniversario de su partida, recuperamos esta conversación con el monero y artista plástico

Enero, 2024

Fue dibujante, caricaturista y artista plástico. En sus más de tres décadas de trayectoria logró construir un universo propio, original: entre poético, místico y onírico; también irreverente y provocativo. Nació en enero de 1956 y murió en el mismo mes de 2014. Recuperamos esta conversación con Manuel Ahumada, para conmemorar el décimo aniversario de su partida.

“Mi vida es una historieta

Era un día de abril de 2010, cuando Manuel Ahumada me recibió en su hogar para conversar. Editorial Resistencia había puesto en circulación Las historias que yo viví, una breve recopilación de su obra, con un prólogo del caricaturista (y maestro) Naranjo.

Por entonces, Manuel Ahumada había cumplido tres décadas de actividad artística en las cuales había ejercido la caricatura política, la historieta, la pintura y la escultura, y en las que había plasmado un universo iconográfico, totalmente original, en donde convivían lo mismo ángeles y demonios que mujeres etéreas y astronautas melancólicos, hadas soñadoras que hombres sin rostro. Porque a Ahumada le apasionaba y le obsesionaba, a partes iguales, el cosmo, las mujeres, el cuerpo, la ciudad y la noche.

Lo primero que le pregunté fue precisamente sobre las tres décadas de trabajo, pero él rápido me corrigió:

—Llevo 30 años sin trabajar y cobrando —me dijo Ahumada con ese hablar plácido y sereno de quien está de vuelta de muchas cosas.

Luego, se apresuró a explicar sus dichos:

—Siempre me gustó dibujar y leer historietas; como lo apunto en el libro: nunca he trabajado en otra cosa que no sea el dibujo. Así que es algo que me gusta. Por eso digo que llevo 30 años sin trabajar y cobrando. Porque lo que hago no lo considero como tal, sino como algo que me apasiona y gusta muchísimo. Aparte de eso, el dibujo me ha permitido conocer personas súper interesantes…

Aquí le interrumpí. Pero con el tiempo, le dije, ¿no se vuelve esto rutina? Es decir, luego de tres décadas de labor, ¿todavía se siente la emoción de ver terminado el dibujo?

—Si realmente te gusta lo que haces, nunca se acaba la satisfacción —me respondió Ahumada—. Por ejemplo, a mí me sigue gustando, casi conmoviendo, terminar una historieta. Es una sensación de alivio. Y es que cada vez que acabo una historieta o hasta un cartón (porque entre un cartón político y una historieta sí hay mucha diferencia), está esa sensación de que ya cumpliste con “tu trabajo”; bueno, no trabajo, más bien lo que tenías que hacer. Es mi vida. No puedo diferenciar el trabajo de mi vida; en mí, las dos son la misma cosa. Como dice Jaime López: mi vida es una historieta.

—Con los años transcurridos, ¿salen ahora más rápido las cosas, o esto se vuelve un proceso más pausado, más reflexivo?

—Eso exactamente me lo preguntaba hace unos días. Mira, al hacer el libro me di cuenta que antes dibujaba más bonito; ahora, en cambio, lo que más me importa son las ideas… Así que antes tenía esa necesidad de dibujar bien (no me preguntes porqué, sólo sé que tenía esta necesidad), pero ahora todo se ha decantado, ahora ya no me importa tanto el dibujo sino más bien las ideas. Por ende, creo que sí ha cambiado mucho mi estilo de dibujo, porque, aunque trato de que salga bien, lo que me importa más es lo que éste quiere decir.

—¿Será la edad?, ¿la maduración del artista?

—No, yo no creo que sea eso. Simplemente me di cuenta que el dibujo sale cuando tiene que salir. Ni antes, ni después… Mira, este cuadro que ves ahí —dijo Ahumada y señaló un pequeño dibujo con una mujer en un suelo de cuadritos y unas escaleras de por medio— lo llevo haciendo desde hace unos dos años, y no lo acabo, porque sé que puede dar más de lo que ahí está pintado. Pero, por ejemplo, hay otros artistas (como Luis Fernando, el caricaturista) que hacen sus cuadros muchas veces rapidísimo, y eso no le quita el mérito de ninguna manera, porque la rapidez no le quita la intención, la idea que conlleva. Yo a él, a Luis Fernando, lo admiro mucho.

—Pero, entonces, ¿se sigue aprendiendo con la edad, o, más bien, uno va en sentido inverso, desaprendiendo…?

—Ja-ja. Todo los días aprendes. Como dice Tin Tan: nunca te vas a acostar sin aprender algo.

Manuel Ahumada ilustrado por Luis Fernando. Dibujo tomado de su instagram: luis_fernando__pinxitmexici.

“Tomo todo lo que veo y todo lo transformo

Manuel Ahumada nació en la Ciudad de México el 27 de enero de 1956. Estudiaba ingeniería y quería ser músico, sin embargo, el azar y las circunstancias lo fueron llevando al camino en el que finalmente se desarrolló. Comenzó haciendo historietas. Las primeras las publicó en Melodía, Diez Años Después,revista que dirigía Víctor Roura. Después empezó a colaborar en La Garrapata y luego en el suplemento de caricatura ‘Masomenos’, del diario unomásuno. Tras la escisión en éste, formó parte del equipo fundador de La Jornada, en cuyo suplemento ‘Histerietas’ también participó.

Asimismo, Ahumada fue cofundador de El Papá del Ahuizote y coautor de El Tataranieto del Ahuizote, y autor de varias carpetas de dibujos y pinturas, como Una mirada hacia abajo, Del cielo a la tierra, y la historieta La vida en el limbo. (Esta última le valió un reconocimiento unánime; en ella, su protagonista, un ser sin rostro, de gabardina y sombrero, “explora, experimenta y se aventura por los tiernos o a veces inhóspitos laberintos de la vida”, como la describió su amigo, el reportero Carlos Paul). En una entrevista, el propio Ahumada dijo sobre esta serie: “Es la desesperación total, la soledad… Me gustó mucho hacerla, porque de repente se convirtió en un diario personal; todo lo que me pasaba lo contaba ahí. Pero ésa es sólo una parte de mi vida, tengo muchas otras que ofrecer”.

Y sí. Caricaturista, dibujante y artista plástico, su visión del mundo quedó registrada en el cartón político, en la caricatura social diaria, en la historieta y la novela gráfica de autor, en la pintura y el arte objeto. De todo se valía para expresar ese universo a veces onírico, a veces melancólico, a veces oscuro, con dosis de humor negro.

—¿De dónde abrevas ahora: de la calle, de la literatura o las ideas vienen de pronto? ¿Cómo ha sido el cambio de musa? —le pregunté aquel día a Ahumada.

—Mmm… Ahora que preparé esta selección para el libro, me puse a pensar justamente en ello. Porque antes salía a la calle y caminaba y caminaba, pero caminaba para conocer. Eso sí: jamás salía a la calle con un cuaderno de apuntes, porque no me gusta dibujar en la calle; prefiero acordarme de lo que vi y dibujarlo en mi cuarto, aunque no sea igual a lo que existe en la calle. Pero ahora (y no es que yo crea que ya haya conocido todo) me he encerrado en casa. De todo lo que caminé, eso es lo que va saliendo en este momento. O sea, llegas a un punto donde ya tienes que ir de regreso, quizás a tus orígenes. De lo que estoy seguro es que ahora estoy regresando con más conciencia.

—Pregunto de dónde partes pues a veces tu obra parece salir de mundos soñados… o de pesadillas inenarrables.

—Lo raro es que nunca he partido de sueños. Parece que lo son; pero los sueños, como son tan personales, nadie los entendería. Cuando he tratado de llevar al dibujo un sueño me doy cuenta de que son historias incoherentes que tal vez tienen un valor para mí y sólo para mí. Porque, además, lo que trato de hacer en mi obra no es sólo dibujar una imagen onírica, sino contar una historia. Así que la sucesión de imágenes que aparecen durante un sueño, no me sirven para nada.

—Algo es cierto: aunque los mundos que dibujas son melancólicos y tristes y llenos de soledad, en el fondo, muy en el fondo, siempre dejas un halo de esperanza.

—Lo que pasa es que eso es lo que estoy viendo aquí, en mi casa. Es el lugar donde vivo y está lleno de recuerdos que me inmovilizan; creo que, como todo espacio, tiene una mística especial. Yo aquí crecí, y quién sabe por qué regresé; como puedes ver, te asomas al cuadro de luz y no hay nada que ver, nada. Otras ventanas, y nada más. Y en este libro es igual; es decir, te puedes asomar, y me imagino todo lo que hay, pero, en sí, yo no veo nada. Y, peor aún, todo lo que veo afuera es más gacho que lo que veo aquí, todo lo que pasa afuera es más feo. Aquí por lo menos no pasa nada. Entonces no creo que me imagine lo que he visto, más bien tomo todo lo que veo y todo lo transformo.

Manuel Ahumada. / Foto: Facebook.

“Muchos de mis personajes han tomado vida propia; ahora son ellos los que dictan sus historias

Aquella tarde de abril de 2010, apunté en mi libreta:

“Tiene un poco de raro, introvertido, solitario, melancólico; casi es como si Manuel Ahumada se hubiera dibujado a sí mismo, o como si él mismo fuera uno de los personajes que habitaban en su obra y de pronto, rebelándose contra toda lógica, hubiera atravesado el papel hacia este plano existencial”.

Qué locura, lo sé; pero lo cuento como sucedió. Y es que los rasgos que sobresalían de la personalidad de Ahumada justamente uno los podía hallar en los personajes oníricos que había ido creando a través de sus más de 30 años de trayectoria. E insisto en lo onírico porque en él, y sobre todo en su obra, lo cotidiano siempre se elevaba a rango de suceso fantástico. Como lo escribió el maestro Naranjo (en el prólogo de Las historias que yo viví): Ahumada “lo mismo te invita a jugar una partida de ajedrez con un pulpo que te muestra su colección de miniaturas: un Mickey Mouse atrapado en una ratonera, cochecitos, muñequitas cachondas que muestran intencionalmente su sexo, el hundimiento del Titanic con toda su tragedia en una pecera, corazones barridos como basura. Inventor incansable de su peculiar mundo lúdico, dibujante extraordinario, él es un personaje extraviado en un país de alienados”.

En Las historias que yo viví, los protagonistas (solitarios) son una mujer, un astronauta, pero también la ciudad; se trata de personajes que en cierto momento se encuentran para vivir una historia de amor poco convencional, pues cada uno habita su propio universo cotidiano-fantástico; como apunta el maestro Naranjo: hablamos de “soledades que todos habitamos en nuestro propio limbo, atrapados ahí, justo en medio del paraíso y el infierno”.

—Así es, son dos seres totalmente solitarios, un poco tristes —me corroboró Ahumada—. En estas historias ninguno de los dos convive con nadie. Pero, en torno a ellos, la ciudad y otros personajes aparecen también con sus propias historias de vida.

—En el libro también le dedica un espacio a Rosita Tecate.

—Sí, claro; como lo apunto ahí: es uno de los personajes de La vida en el limbo que más me gusta, salió solita, nunca la pensé y es el lado femenino de todas estas historias; su vida es parte de las narraciones de los demás personajes… Mira, si algo me ha quedado claro es que, después de trabajar muchísimo con estos personajes, por fin han tomado vida propia; ahora son ellos los que dictan sus historias.

—Una de las cosas inherentes del ser humano es buscarle sentido o significado a lo que sucede alrededor; al arte, por ejemplo…/

—Alto. Alto. Para mí, a la historieta no hay que buscarle ningún objetivo ni ninguna finalidad. Porque es como si de pronto nos empezáramos a preguntar: “¿Para qué leí Rayuela?”, “¿tuvo alguna función?” Pues no, no tiene ninguna. Es simplemente el goce de la lectura. Lo que tú encuentres después, ya es algo personal. Y así es con las historietas.

—Y el humor que se filtra en estas historias, ¿es premeditado?

—Nunca he buscado el humor ni la ironía ni el sarcasmo de manera deliberada, sino simplemente así es lo que veo, así sale. Todo lo que dibujo son cosas que yo vi, que yo vi de a de veras.

Obra de Manuel Ahumada.

El (siempre) alicaído mercado editorial (de la historieta)

Aquella tarde, la charla nos llevó a hablar del complicado y alicaído mercado editorial. Sobre todo hablando de cómics.

Nunca ha habido, ni hay actualmente, apoyo para desarrollar el mercado de la historieta, me dijo Ahumada en un momento dado. Es más, “a excepción de proyectos como Editorial Resistencia o Caligrama, no hay prácticamente nada”.

Así que ni soñar con un mercado fuerte:

—Para mí, nunca se va a dar completamente un mercado de la historieta —sentenció Ahumada—. Se editan libros, sin embargo, la gente no los compra. (Y mira que le gusta la historieta, el cómic). Pero el mercado de la historieta es uno de los más golpeados. Lo asombroso del asunto es que sigue siendo igual que cuando yo empezaba. De hecho, nunca me había encontrado (hasta ahora con Editorial Resistencia) a alguien que, sin pensar necesariamente en vender miles de libros, me hubiera abierto las puertas sin más para publicar. Hoy, sean jóvenes o viejos, no hay manera de editar libros de historietas en México; sin embargo, al final, y como se puede ver, sí hay maneras de editar tu trabajo…

Epílogo

El 3 de enero de 2014, Manuel Ahumada murió prematuramente, a los 57 años de edad, de un paro cardiorrespiratorio. “Fabricante de sueños, cronista urbano y poeta gráfico”, escribió entonces, a manera de despedida, Luis Hernández Navarro; “Era un caricaturista comprometido, con una posición progresista, pero sobre todo un excelente narrador gráfico; creo que era un poeta de la historieta”, lo describió El Fisgón; “Yo diría que es el inventor del realismo cósmico”, lo definió Gonzalo Rocha.

Diez años después de su partida, su obra sigue vigente. Por ejemplo, en 2022, Jaquelín Valadez Pastor, quien fue esposa del artista, donó más mil cartones políticos, publicados entre 2002 y 2014 en La Jornada, al Museo del Estanquillo. Por otra parte, en este 2024 Radio Educación ha inaugurado una muestra en sus instalaciones: Los trazos musicales de Manuel Ahumada, como un homenaje por los diez años de su muerte.

Además —informaba hace unos días Merry MacMasters en La Jornada—, se tiene prevista una retrospectiva de Ahumada en el Museo del Estanquillo, una muestra de los cartones prevista para finales de febrero en el Complejo Cultural Los Pinos, así como una exposición en San Luis Potosí para mediados de este 2024.

Nota bene: una primera versión de esta entrevista fue publicada originalmente en el periódico El Financiero, en abril de 2010.

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