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“Cosa rara donde la haya: un crítico que entiende de lo que habla”

Gustave Flaubert está considerado como el introductor del realismo francés del siglo XIX. Su obsesión por el estilo, por la búsqueda del mot juste (la palabra justa), hizo que sus obras, consideradas como escandalosas por la sociedad de su tiempo, lograran un reconocimiento unánime por parte de la crítica y de sus compañeros de letras. Precisamente contemporáneo del otro gran genio de la literatura francesa, Charles Baudelaire, Flaubert nos legó una herencia deslumbrante que arranca con Madame Bovary, sigue con Salambó, La educación sentimental, La tentación de San Antonio, Tres cuentos y se cierra, póstumamente, con Bouvard y Pécuchet. Ahora que se cumple su bicentenario natal nació en diciembre de 1821, y partió de este mundo en mayo de 1880, aquí lo recordamos…


Un 12 de diciembre

Murió el 8 de mayo de 1880, a los 58 años de edad, en su Francia natal donde vio la luz primera hace dos siglos: el 12 de diciembre de 1821.

La palabra exacta

Decía Eusebio Ruvalcaba que “escribir es un misterio, y no está en las manos de nadie dictar la fórmula para que aquello que se escriba sea una obra maestra, o cuando menos valiosa. O cuando menos inteligible. Gustave Flaubert lo sabía. Pero asimismo sabía que el ejercicio de la palabra escrita implica su buena dosis de tormento y de placer. A pocos hombres como él lo ha torturado a tal punto hallar una palabra; y, en consecuencia, a pocos les ha producido tal grado de satisfacción dar con el término exacto”.

Cartas a Colet

En su libro La sabiduría de Gustave Flaubert (Planeta, 1996), Eusebio Ruvalcaba (1951-2017) nos acerca al novelista francés mediante citas del propio Flaubert, extraídas en su mayoría de su correspondencia con Louise Colet, que muestran a un hombre no sólo atormentado por la perfección literaria sino a un ser sumergido en dudas, interrogaciones, premisas, vacilaciones, certezas: un hombre entregado, entre cavilaciones y afirmaciones, al mundo que le tocó vivir.

Irremediablemente, luego de la lectura de este libro de 92 páginas, el lector vuelve a releer, inmerso en las teorías de Flaubert, cualquier obra del autor de Madame Bovary para mirar sus letras desde una óptica diferente. La sabiduría… es un compendio exquisito de las reflexiones elementales y complejas de Flaubert. Mejor, es el complemento idóneo para terminar de leerlo.

“Por algo —escribió Eusebio Ruvalcaba—, Flaubert decía que, después de todo, el arte de escribir se reducía a colocar la palabra exacta donde habría de ir esa palabra y solo esa”.

Ruvalcaba desprendió tres grandes lecciones del ejercicio literario de Flaubert. A saber: la primera, pensar en la literatura “por encima de todo. A costa de lo que sea. Y en todas sus vertientes”. La segunda, la humildad. “Porque sin humildad el escritor no se asombra. El asombro (que es la puerta hacia la creación) no deviene de una propuesta intelectual, sino de la humildad”. Y la tercera, la del estoicismo. “Esto es, la del dominio que debe tener el escritor en todo lo que escribe; incluso, o, sobre todo, cuando las emociones llegan a su punto álgido. En las más adversas circunstancias, pues, el escritor debe conservar la frialdad del verdugo para dar el golpe con precisión milimétrica, sin dejarse llevar por la emoción”. Empero, al final de su introducción, Eusebio Ruvalcaba observaba un “sólo punto más, lección inequívoca de Flaubert: el autor jamás debe pensar en conmover, sino invariablemente en ajustar sus sentimientos a la forma exacta de lo que quiere decir”.

Los escritores que buscan conmover, “más les valdría sentarse a escribir telenovelas”.

La escritura

El autor de esta breve antología dividió en ocho capítulos el volumen, el primero de los cuales se centra en la escritura.

Dice Flaubert:

“Todo el talento de escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras”.

“Escribir me pone en un estado de permanente acritud y siempre estoy a disgusto con lo que hago”.

“El autor no debe aparecer más en su obra que Dios en la naturaleza”.

“Es más fácil hacerse millonario y habitar en palacios venecianos atestados de obras de arte que escribir una buena página y sentirse satisfecho de sí mismo”.

“A veces llego a la convicción de que escribir es imposible”.

“Hay que desconfiar de todo lo que se parece a la inspiración, y que a menudo no es sino una actitud preconcebida y falsa exaltación que uno se ha dado voluntariamente, que no ha llegado por sí sola. Además, no se vive en plena inspiración”.

“Para escribir cosas buenas se necesita cierta alegría. ¿Qué hacer para volver a hallarla? ¿Cuáles son los procedimientos a seguir para no pensar de continuo en nuestra miserable persona?”

La forma, la idea y el estilo

En el siguiente capítulo, Flaubert habla de la forma y de la idea:

“Adora la Idea. Sólo ella es verdadera, porque ella sólo es eterna”.

“Lo que me hace avanzar tan despacio es que nada en la Bovary está sacado de mí mismo; nunca me había sido más inútil mi personalidad”.

“La forma sale del fondo, como el calor del fuego”.

“La forma, al hacerse útil, al dominarse, se acomoda; abandona toda liturgia, toda regla, toda medida; no reconoce ya ortodoxias y es libre, como cada voluntad que la produce. Por eso, no hay temas hermosos ni feos”.

“Allí donde falta la forma, ya no hay idea. Buscar lo uno es buscar lo otro. La forma y la idea son tan inseparables como lo es la subsistencia del color, y por eso el arte es la verdad misma”.

El estilo

El tercer capítulo está dedicado al estilo:

“A medida que estudio el estilo, me doy cuenta de lo poco que lo conozco, y a veces tengo desalientos tan íntimos que me veo tentado de dejarlo todo plantado, y ponerme a hacer cosas más fáciles”.

“No es pequeño asunto el ser sencillo”.

      “No se cansa uno de lo que está bien escrito”.

“Yo sostengo que las ideas son hechos. Es más difícil interesar con ellas, ya lo sé, pero entonces la culpa es del estilo”.

El amor, en el centro

La gimnasia, la pasión, costuras y deslices a otras literaturas son los temas de los restantes capítulos, en los cuales se desgrana el pensamiento íntimo del buen Flaubert:

“La imaginación es una facultad que hay que condensar para darle fuerza”.

“Puede ser hermoso reírse de la vida con tal que se viva”.

“Cada adoquín de la calle tiene para mí su lado sublime”.

“Las perlas no forman el collar, el hilo es el que forma el collar”.

“¿Con qué nos consolaríamos de no ser con palabras?”

“En poesía no hay que soñar, sino dar puñetazos”.

“Cosa rara donde la haya: un crítico que entiende de lo que habla”.

“En el fondo, publicar es una estupidez”.

En total son 373 pensamientos recopilados de Flaubert que no se ciñen únicamente al concepto estricto de la materia literaria, si bien siempre se gira alrededor de ella, sino al amor, que es la sustancia que “parece permear su pensamiento” (dado que las más de las citas están extraídas, como ya se dijo, de su correspondencia con Louise Colet), lo cual, decía Eusebio Ruvalcaba, “a todas luces es una ventaja. Para todos”. Ciertamente.

“Dejemos soplar el viento de nuestro corazón…”

El 4 de agosto de 1846 Flaubert le escribía a Louise Colet que no se preocuparan por el porvenir, ni por ellos, ni por nada: “Dejemos soplar el viento de nuestro corazón hasta que hinche las velas —le decía—, que nos lleve donde le plazca, y en cuanto a los escollos… ¡a fe mía, tanto peor!”

Y es una verdad dolorosa: el amor nos aniquila, efectivamente, sobre todo cuando sabemos, y cuando hemos sido amados y hemos amado incontroladamente, que no siempre la aguja de su brújula pasional se dirige hacia su Norte seguro.

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One Comment

  1. Qué afortunado homenaje a Flaubert mediante la apasionada lectura de Eusebio Ruvalcaba y los apuntes poéticos de Roura.
    Otro escritor, que el medio cultural mexicano no ha sabido hacerle un merecido homenaje.

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