ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Los divertidos

Lo divertido está de moda, es lo que está en onda, escribe Pablo Fernández Christlieb en su columna para Salida de Emergencia. “La diversión, como si fuera monopolio, es autoritaria, así que quien no sea divertido de hoy en adelante se vuelve marginado social en todas partes”.


El iPhone is fun. Según Alessandro Baricco, en su ensayo rosa sobre la revolución digital, la palabra que más usó Steve Jobs cuando presentó su teléfono inteligente fue “divertido”: mostraba al auditorio que era divertido meterlo en la bolsa de atrás de los jeans, era divertido cargarlo, encenderlo, conectarse, bajar aplicaciones, ampliar la pantalla; hasta perder la señal era divertido. ¿Habrá encontrado su cáncer divertido?, bueno,,, porque montar un monopolio de consumistas idiotas que se fascinan cada vez que su telefonito se vuelve obsoleto ya que así pueden volver a hacer cola de madrugada para comprar el siguiente es muy divertido, porque absorber compañías o aniquilarlas o lograr que el tercer mundo se vuelva cuarto o quinto al estar supeditado a los avances prefabricados de las tecnologías de la información es divertido.

La única respuesta o contestación que tenían los movimientos juveniles norteamericanos de hombres de clase media blancos y universitarios contra la dominación de sus mayores era la diversión, por la sencilla razón de que —americanismo obliga—, como decía Ezra Pound, los clásicos no tenían ni la menor circulación, es decir, que campeaba una descomunal incultura en lo que respecta a filosofía, humanidades, lenguaje, política y cualquier otra cosa que requiera dedicación en serio, por lo que, a falta de argumentos, la respuesta refleja era la risotada, la irreverencia, el desparpajo; esto es, la diversión sin sentido del humor. Y, en cambio, su única posible idea de conocimiento o sabiduría o “cultura” era la ingeniería y la tecnología, los aparatos y los números, que es lo que efectivamente desarrollaron exponencialmente. Y por eso se da la bizarra conexión histórica entre diversión y computadoras, entre la buena onda alivianada y las ciencias cibernéticas. En otras palabras, lo único que tenían en común los hippies de California y los estudiantes de París era el año, porque estos últimos habían leído a los clásicos y sabían hablar y escribir, actividades en las que el gozo puede ser profundo, arrebatador, necesario, pero no divertido, sino en serio, razón por la cual su revuelta no era tecnológica sino política: no es lo mismo ponerse flores en el pelo que leer a Althusser.

Clasemedieros del mundo, divertíos, fue la consigna impuesta como estilo de vida. La diversión, como si fuera monopolio, es autoritaria, así que quien no sea divertido de hoy en adelante se vuelve marginado social en todas partes: no se vale ya usar ropa seria, ni elegante, ni oscura, sino una que sea casual, cómoda, muy Zuckerberg, de lo primero que halle, relax, como si pasara por aquí, no como si fuera a trabajar, con la que se obtiene un look más dinámico, más libre, más creativo, listo para entrar a un museo, ir a clases, subirse a un avión, pisar cualquier restaurante sin importar el precio, como si todos fuéramos muy relajados y no obstante rebosantes de habilidades y competencias.

Y es que como los museos y los aviones y las escuelas, las oficinas se vuelven ambientes amigables, donde la gente ya no trabaja sino que se divierte chateando y dando likes mientras arman planes para atraer clientes o invadir mercados, o mientras despiden a algún “socio” que dejó de ser salvajemente productivo. Las juntas, los congresos, las presentaciones de smartphones, las conferencias, las negociaciones ya no son con escritorios y sillas, sino con sofás y sillones y mesitas bajas como si estuvieran nada más tomando té mientras presentan sus proyectos y sus resultados.

Es obvio que siendo todos tan amigos, tan casuales, tan sencillos y tan divertidos nadie se habla de usted, sino todos de tú, porque todos somos buena onda, y ya no hay que llamarse trabajadores ni empleados ni clientes ni competidores, sino jugadores, pues esto es como un juego donde todos sonríen mientras entran (y también cuando los sacan). Y es que, en efecto, naturalmente, en los juegos hay ganadores, por lo común poquitos y los de siempre, generalmente a los que se les ocurrió que todo esto es muy divertido, y ciertamente,,, divertido es ver cómo los demás se van convirtiendo en perdedores, que suelen ser muchos pero que ni así abandonan su mueca de alegría. Los que no se divierten con este orden de cosas, como los inmigrantes, los indígenas, los desempleados, los obreros, es que ésos, la verdad, ni siquiera están en el juego, porque toman todo demasiado en serio (ni que hubieran ido a la Sorbona).

Y también hay los que aplauden a los ganadores aunque ellos sean de los perdedores, y son a los que se les ha denominado aspiracionistas.

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One Comment

  1. ¡Hola Pablo!
    Es un gusto leerte como siempre.
    En la proposicion
    “La diversión, como si fuera monopolio, es autoritaria, así que quien no sea divertido de hoy en adelante se vuelve marginado social en todas partes:”
    esta relacionado, incluso implicado, a las dinámicas sociales cuando lo divertido fluye en el grupo de personas que la integra, como un grupo de trabajo, como quien toma las cosas con seriedad y es excluido por su forma de actuar e interactuar al no encajar.

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