Artículos

“Démosle una oportunidad a la literatura…”

“Soy René Avilés Fabila, nací en el DF [hoy Ciudad de México] y aquí estudié hasta concluir Ciencias Políticas en la UNAM. Luego, fui a la Universidad de París, a realizar estudios de posgrado. No sé para qué, pues siempre quise ser escritor, autor de novelas y cuentos”. Así inicia la autobiografía de René Sadot Avilés Fabila, conocido como René Avilés Fabila, o conocido también como «El Búho». Escritor, periodista y catedrático universitario —con una vasta obra que se compone de novelas, cuentos, libros de memorias, ensayos y artículos culturales—, ha transcurrido ya un lustro de su ausencia —nació el 15 de noviembre de 1940 y murió el 9 de octubre de 2016. Aquí lo recordamos…


A los 75 años de vida

A los 75 años de edad partió de este mundo el escritor René Avilés Fabila. Su muerte, ocurrida el 9 de octubre de 2016, sorprendió a la comunidad literaria que jamás se imaginó el inesperado ocaso del narrador que lucía, a su edad, un vigor y un porte admirables. Su partida evitó el galardón, por demás merecido, como Premio Nacional de Letras, que a toda costa le fuera sistemáticamente negado por los regidores de este reconocimiento reticentes a sus críticas valerosas y nada encubiertas.

Paralizado ante la aparición del sobrepeso de la literalidad metafórica

Praxedis Razo, escritor, crítico de cine, editor y profesor, entre otras monadas, es un conocedor de la obra de René Avilés Fabila, al grado de haber intervenido en los dos galardones que la Fundación René Avilés Fabila (instituida el 12 de agosto de 2002) entregó en los años 2018 y 2019. A él he recurrido para charlar brevemente sobre la obra y la actitud literarias del autor de Tantadel.

—Con el cuento “La lluvia no mata las flores” René Avilés Fabila me derrotó literariamente, es decir me convenció de que estaba yo delante de un brillante narrador. ¿Cómo fue tu acercamiento a la obra de Avilés Fabila?

—Siento que todos leímos a René alrededor de las variaciones del amor, pues casi estoy seguro que todas las quiso explorar en su obra. A ti te tocó con los senderos del camión que se bifurcan en “La lluvia…” A mí me trastocó con la hermosa hipopótama de tres toneladas, piel rosa y orejillas coquetas que enamoran a primera vista al ridículo galán profesional en su cuentito “Cita telefónica” que decidí leer azarosamente en primer lugar en alguna de sus voluminosas Fantasías en Carrusel, no recuerdo si volumen 1 o 2, que sutil y amablemente me presentaron mis amigos entrañables, los Juárez Comboni, hacia 1996, quizá poco antes, para ver si una de dos: o se me quitaban las ganas de escribir o mejoraba mi pobre técnica. Recuerdo haber quedado paralizado varios días ante la aparición de ese sobrepeso de literalidad metafórica. No tardé en llegar a Tantadel y de ahí comenzar a volar con él.

“A cambio te publicaré tres cuentos…”

—Primero fue la letra, luego la persona. En el escritor la coherencia ideológica a veces, o las más de las veces, se desboca sin medir razonamientos. En Avilés Fabila esta actitud era esencial: el escritor no puede desligarse de la persona, asunto sin importancia en el gremio literario. ¿Cómo vislumbras al narrador Avilés Fabila en este contexto?

—En el precioso mar del cinismo de Los juegos. Que crece en la literatura como yerbabuena. Que sólo puede crecer en la literatura. Que construye un castillo de arena lindísimo en la playa de las de acá (páginas 62-63 de la segunda edición, de autor, de Los juegos, 1968): “Sutilmente le explicó que todos formamos la clase intelectual de México y que los miembros de una clase tienen negado atacarse entre sí: se resquebrajaría; que era necesario cerrar filas ante la avalancha de enemigos mediocres que amenazaban a la intelectualidad auténtica. Además todos somos miembros de un grupo poderoso y consistente por su cultura e inteligencia. A cambio te publicaré, ahí en la misma revista, tres cuentos. Lo abrazó. […] Pobre, ya inventarán algo para no publicarle los cuentos”.

Después de esta avasalladora transcripción, continúa Praxedis Razo:

—Para seguir en la línea, comprometido, jugándosela con el reclamo infinito del texto periódico, con la perorata genial en clase contra la cultura y sus musas pagadas. Porque, se deja vislumbrar, en ese mapa siempre se trató del narrador.

La gloria como tedio

—Avilés Fabila, acaso por no jugar el juego que juegan los intelectuales en México, no obtuvo, que bien se lo merecía, el Premio Nacional de Letras. Mencionas a la perfección el extracto anterior, Praxedis. Cercano al narrador, ¿cómo sientes que haya percibido esta ingratitud el propio René?

—Qué es un Premio Nacional si no magnacondescendencia. Autocondescendencia suprema. El narrador, desde su obra, se entiende que realmente no lo añoró nunca. Desde Los juegos [1967] ya está haciéndoles muecas a los premios, de muchas formas. Alocadas, paródicas y muy serias. (De lectura obligada ese novelón para tratar de comprender nuestra situación, la mexicana —alocada, paródica y muy seria—, en lo intelectual.) Luego está aquel cuento suyo: “Lamento tardío”, donde un escritor, “como pocos”, que “por amor a la literatura, por una necesidad imperiosa de leer y escribir” se priva de vivir y, ya en el Paraíso mortuorio, acaba dándose cuenta de que la gloria, y cómo no, definitivamente es un tedio.

“Siempre se entrará al narrador por todos sus quehaceres”

—En Avilés Fabila se conjugaba, asimismo, el editor de revistas literarias y el académico vigilante de las actividades culturales, pero sin duda en ambas se hallaba, impertérrito, el narrador…

—Luego nos olvidamos que parte importante de la narrativa de René también tiene que ver con su tarea académica, pero siempre hay una suerte de lecciones en sus cuentos, en sus ensayos, que ya de por sí los destinaba a exponerse con ideas argumentales, y siempre desde la literatura. Es plena, entonces, la puerta hacia el narrador desde el profesor muy crítico, sí, de la culturalosa vida.

“En 2017, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla publicó una antología ensayística que aclara bien a bien este punto: Retablos y altares de la literatura universal, y me parece que tienen la intención de publicar también el mismo ejercicio pero con la literatura mexicana, o en eso me quedé.

“El editor, el hombre búho siempre andaba acechando sus narraciones por doquier, incluso mientras conectaba nuevos escritores, cuando formaba una de las abigarradas portadas de sus suplementos. De eso han dejado testimonio colaboradores como Marco Aurelio Carballo en sus Crónicas súbitas, y, a ratos, él mismo en sus Recordanzas o en resquicios de Memorias de un comunista. No hay duda. Siempre se entrará al narrador por todos sus quehaceres”.

“A él le hubiera gustado que se le titulara con su nombre algún coctel no sé si con base en el güisqui o en el tequila”

—La propia universidad poblana le dio una de sus máximas satisfacciones literarias al denominar con su nombre una de sus colecciones narrativas, mérito que pocos poseen en el mundillo cultural. ¿Sabes de algún otro orgullo escritural de René Avilés Fabila obtenido gracias a su ínclita carrera escritural sin él haberlo pedido o buscado con empeño por espaldarazos politiqueros, como suele suceder en el orbe intelectual?

—Me cuenta Rosario Casco [la viuda de René Avilés Fabila] que en una preparatoria de Chalco hay una biblioteca que lleva su nombre [de RAF], y no hay que olvidar que mucho de su primer impulso creativo fue como maestro de educación básica. Incluso conozco a una de sus alumnas, hoy gente sexagenaria, que recuerda emocionada algunas de sus lecciones.

“Luego está todo el plan del Museo del Escritor que toda la vida le obsesionó a René, y que parece ya estará en diciembre, por cierto en manos de Pedro Reyes (hoy tan en boga por la cabeza Tlalli y todas sus vicisitudes). Ahí habrá toda una sala dedicada a él [a Avilés Fabila, se entiende] y su obra, que evidentemente llevará su nombre.

“Hay, desde 2014, un premio literario, el Internacional Ink de Novela Digital, que también va presumiendo su nombre, y que lo suele entregar la Fundación en la Feria de Guadalajara. Lejos de esas trascendencias que, finalmente, siguen hablando de él, de su obra, siento, de haberlo escuchado en varias conferencias públicas, género que tanto cultivó, que a él le hubiera gustado mucho que se le titulara con su nombre algún coctel no sé si con base en el güisqui o en el tequila, pero algo así.

“Recién fallecido recuerdo que organizamos, con su viuda, su hermana Iris, Alejandra Jiménez y unos amigos cercanos, un paseo dominical entre chinampas. Pedimos, mi chava y yo, que a nuestra trajinera se le bautizara como Tantadel. Hoy espero que siga navegando en los canales y que alguien, al pasar, le sonría con su mejor recuerdo lector. Luego encontré, por cierto, que hubo un salón de belleza en el centro de Coyoacán con el mismo nombre de la personaja y él mismo presumía que varias niñas llevaban ese nombre de pila por haber sus padres leído la obra… Y su hermana me acerca el título ‘supra honoris causa al excelente fabulador, bebedor en grado heroico y amigo incuestionable’ que el Consejo y Patronato de El Garufa, en Puebla, le otorgaron a René el 14 de enero de 2013. Entiendo que era ése uno de sus mayores reconocimientos ganados a pulso, exhibido en las paredes de tan distinguido botanero taurinísimo”.

La urgencia de llevar a escena el bestiario intelectualón

—Y, para cerrar esta conversación, ¿con cuál de su casi medio centenar de libros te quedarías y por qué, de ser posible, por supuesto, esta seleccionada preferencia?

—Sus cuentos son esenciales. Me quedo, no obstante, con el magnífico trabajo que en 2001 hiciera Ignacio Trejo Fuentes para la colección “Confabuladores” de la UNAM: Casa del silencio, una curaduría copiosa de sus cuentos acompañada de la reflexión del antologador y una entrevista generosa que ofrece René a Mempo Giardinelli donde acaba diciendo que desde muy joven vivió pensando en que iba a escribir una obra maestra pero que para entonces, que se daba cuenta que no la iba a hacer, ya no se preocupaba tanto. Y se preguntaba él mismo: “Pero, ¿qué tal si sale, eh? Entonces démosle una oportunidad a la literatura…” Un librazo en muchos sentidos que ya solamente se consigue en librerías de viejo. Consiguió después, en 2014, sorprender con otro libro de cuentos: La cantante desafinada, y algunos de ellos también había que agregarle a una nueva edición de Casa

“Luego, además de los que he ido mencionando acá mismo, por razones que también he ido dando, me quedo con un ejercicio de lo féerico nacional: La canción de Odette, que por alguna razón que me hubiera gustado preguntarle a Avilés Fabila fue en varias ediciones de la mano de Tantadel, como una hermana más perversa, más hermosa también, como una advertencia, una de la otra. Incluso recuerdo haberlas leído como si de una continuación y precuela se trataran en las ‘Lecturas Mexicanas’, me parece que ya la segunda serie, con una (otra) portada exquisita de López Castro. Mucha atención hay que ponerle a ese par de chavas.

Réquiem por un suicida es un trabajo al que le hacen falta más lecturas. La experiencia realista de Avilés Fabila puede ser desconcertante, de nervio fino, no obstante en esa novela también hay una reflexión sobre el ejercicio de la escritura. Es un taller literario valioso que le llevó varios desvelos, y se nota.

“Por ahí hay un inconseguible del Avilés Fabila con el que también me quedo en esta lógica recomendatoria: Nueva utopía (y los guerrilleros), de 1973. También edición de autor, trabajo que hoy llamaríamos coral, hecho con mucho amor en la legendaria imprenta Juan Pablos.

“Conjuga entrañables colaboraciones con Gonzalo Martré en su calidad de guionista de cómics; con los arquitectos Gerardo Gally y Jorge Argüello, a quienes pone René a chambear desde la ergonomía el diseño de casas habitación que eviten ‘el allanamiento de morada, tan común en la mayor parte de los países de América Latina…’; con José Joaquín Blanco, escribiendo un cuento a cuatro manos; con su propia esposa Rosario, a quien pone a analizar ‘el beneficio-costo de la represión’; con el artista plástico Augusto Ramírez, carnal de José Agustín, que ya había encarnado en la obra de Avilés Fabila a Culeid en Los juegos (antes, en esta entrevista, muy mencionada), acá en su calidad de ilustrador genial de perversas propuestas en torno al Che Guevara; con su hermana Iris Santacruz y Luis Giménez Cacho, subversivos profesionales, en el acopio de una bibliografía mínima de la guerrilla…

“En fin, una pieza yo veo que única, yo me imagino que solitaria (en el palacio de la literatura mexicana), de descubierta en el mundo de las manifestaciones políticas literarias en Mexiquito lindo y querido. Por cierto, con la única pieza dramatizante de la obra fabilesca, continuación de algunos personajes de Los juegos, con el pendiente, la urgencia, de llevarse a escena, acerca de otra de las obsesiones de este intercambio de opiniones: el bestiario intelectualón”.

Un clásico desayuno (una breve crónica)

De regreso de Tabasco, luego de ofrecer un taller de literatura, digo a la azafata que, por favor, me traiga un delicioso plato de cereales con su correspondiente complemento, y René Avilés Fabila, a mi lado, confirma para sí un similar platillo, si bien me precisa que habría que eliminar de la frase ese “delicioso plato” porque los platos son bellos, hondos o de diseño funcional, pero no deliciosos pues no se comen, argumento sin duda razonable. El vuelo es casi de madrugada. El Sol aún no salía cuando ya estábamos acomodándonos en los asientos, yo en la ventanilla que daba justo en el ala izquierda del avión.

—Un desayuno clásico —nos dice la señorita con una encantadora sonrisa.

Estas cosas ya no suceden hoy. Ahora hasta te muestran el menú para que pidas lo que hay en el servicio, siempre que lo pagues, como en los restaurantes. Antes no. A veces incluso se comía bien mientras las nubes pasaban a tu alrededor; o, mejor dicho, mientras el avión pasaba en medio de ellas.

Nos trajo el plato, casi rebosado de leche.

Le dije que no con la cabeza. Igual hizo Avilés Fabila. Se nos quedó mirando de manera extraña.

—Lo quiero clásico, señorita —le dije, con amabilidad—; es decir, cerveza con corn flakes, por favor —y le devolví el plato hondo, casi rebosado de leche.

También René se lo devolvió, incomodado por el mal servicio.

No nos trajo ni cereal, ni leche, ni plato, ni cerveza, y no nos volvió a dirigir la palabra durante todo el vuelo.

A veces, sí, también se pasaba hambre en los aviones.

Related Articles

One Comment

  1. Fue muy poco tiempo que trate personalmente a Don René, como yo le decía, era inevitable ser inspirado por la fuerza de su personalidad absolutamente auténtica.
    Aún así puedo dar fe de todo el valor que tiene su obra y toda la casi santa entrega de su amistad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button