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En los 70 años de José Joaquín Blanco

A José Joaquín Blanco no se le ha escapado vivo género alguno: ha escrito crónica y ensayo; le ha entrado al cuento, la novela y la poesía; también ha incursionado en la biografía, el guión cinematográfico, la literatura para niños y jóvenes, y la varia invención. Por si esto fuera poco, sus letras han aparecido en un gran abanico de medios: El Financiero, El Nacional, El Universal, La Crónica, La Jornada, México en la Cultura, Nexos, Punto, Revista de América, Siempre!, unomásuno y en la agencia Notimex. Nacido en la Ciudad de México el 19 de marzo de 1951, el escritor mexicano está cumpliendo ahora mismo las siete décadas de vida. Alejandro de la Garza ha querido celebrarlo…


Con estas notas quiero festejar los 70 años de José Joaquín Blanco (Ciudad de México, 19 de marzo de 1951) hasta el espartano retiro donde se mantiene desde hace ya 20 años, además de ofrecerle una disculpa porque detesta los homenajes y he desoído su petición de obviar esta fecha en silencio (empero, nobleza obliga). Quiero sobre todo celebrar su obra literaria por el estimulante ejercicio intelectual que ha significado para varias generaciones de lectores y escritores, por su apuesta seductora en favor de analizar la literatura conversada y abiertamente, de atreverse a discutirla con libertad y honestidad para ejercer una verdadera aventura crítica. Como celebración, pues, intentaré puntualizar aquí algunas de las aportaciones que la obra de Blanco ofrece sobre todo en el terreno de la crítica, la crónica y el ensayo, pero también, aunque sea al vuelo, en el ámbito de la poesía y la novela.

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José Joaquín Blanco es uno de los escritores contemporáneos que más ha contribuido a llevar la crítica literaria del exclusivo ámbito cerrado de los cubículos y las academias hacia el espacio abierto y aireado de la vida cotidiana del lector hasta convertirla en un asunto cercano, conversado y culturalmente útil. Esta apuesta la ha desarrollado a través de libros imprescindibles: Crónica de la poesía mexicana (1977), Retratos con paisaje (1979), La paja en el ojo (1980), José Revueltas (1985), los dos tomos de La literatura en la Nueva España (1989), Las intensidades corrosivas (1990), Letras al vuelo (1992), entre varios más; pero, asimismo, mediante la publicación de cientos de notas, críticas y artículos en los suplementos y las secciones culturales de los periódicos. Dicho sea de paso, su influencia desde 1977 —a partir del diario unomásuno— contribuyó a elevar la calidad prosística del periodismo cultural en México.

Esta suerte de apertura de la crítica obedece además a la libertad y la inteligencia de su prosa de erudición, talento, humor y buen sentido. Así lo prueban sus ensayos críticos sobre autores extranjeros: Stendhal, Mishima, Gide, Radiguet, Wilde, Genet y Thomas Mann, el espléndido ensayo sobre Edmund Wilson o el sensible texto sobre Simone Weil, entre muchos otros; así como sus textos sobre los principales autores del siglo XIX mexicano, sobre los Contemporáneos, la obra y la personalidad de Vasconcelos, Sabines, Revueltas, Carlos Fuentes, Efraín Huerta, Sergio Pitol, sus inolvidables conversaciones con Pellicer, su trabajo modernísimo sobre La Literatura en la Nueva España, sus lúcidas páginas sobre el poeta Luis Cardoza y Aragón, más una extensa lista de otros escritores y libros mexicanos.

En estas indagaciones críticas vemos a las obras y a los autores desprendidos de toda retórica oficialista o culturaloide, aireados por el oxígeno de una escritura conversada ajena a formalismos y academicismos. Su prosa se aproxima, explora y penetra más allá de los altares y las estatuas, de las interpretaciones simplonas que con frecuencia nos impiden ver de cuerpo entero a los hombres de letras y a su literatura. Una prosa que va desbrozando el follaje del lugar común y el prestigio literario, para sondear a fondo y repentinamente descubrirnos una visión fresca, de hallazgos originales, certera y real sobre una obra, un libro, un poema.

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La crítica, como el ejercicio literario más radical y creativo de todos, ha encontrado en Blanco a uno de sus máximos exponentes. El nervio creativo, el impulso indagatorio de sus textos —estemos o no de acuerdo con ellos— es una de las características más seductoras y atrayentes de su prosa. Decidido a no sacarle el bulto a la realidad, a no evadir el contexto cultural, la circunstancia social y las condiciones políticas en las que se da la creación literaria y artística, sus ensayos, en una sorprendente doble referencia, colocan siempre con justeza a cada autor y a cada obra en su medio vital preciso (más allá de esquemas sociológicos), a la vez que revelan las condiciones en las que el mismo Blanco está escribiendo: las atmósferas culturales, los ambientes literarios, las mentalidades e ideas estéticas y artísticas de su tiempo. Sus numerosísimas lecturas y su cultura personal siempre saltan a la vista en sus escritos, pero no pesan en el lector, sino que lo involucran: para Blanco todo tiene que ver con la literatura y la cultura: guiños humorísticos, peroratas, referencias entre guiones, alegatos digresivos, anécdotas, comentarios impulsivos o pertinentes encaminados a revelar quién, cómo, en dónde está escribiendo el crítico y desde qué perspectiva analiza la literatura ajena (abierto desafío a la idea de “objetividad”, entendida con frecuencia como pretexto para escapar del conflicto).

Estas características convierten a los textos críticos de Blanco en un generoso servicio cultural, en una comprometida apuesta totalizadora, pero, sobre todo, en creación literaria plena, que asume los riesgos de la imaginación y el impulso de su personal aventura crítica, muchas veces por encima de la calidad del autor o la obra analizados.

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Otra aportación notable de su obra en el terreno de la crítica ha sido el apreciable esfuerzo por liberar al lector del aburrimiento y el sobrepeso del aparato intelectual: no obstante su erudición, el conocimiento serio y profundo que lo ha llevado a valientes juicios y opiniones propias de la literatura y la cultura mexicanas, Blanco jamás le echa encima a sus lectores el peso asfixiante del aparatote intelectual que desestimula y aburre, cuando no intimida e inmoviliza al lector antes de hacerlo abandonar la lectura. No. Si algo percibe de inmediato el lector de sus textos es su cualidad de estímulo, su carga electrizante, su fuerza impulsora. Blanco no escribe para presumirnos sus conocimientos, apantallar con su erudición, pasar a la historia o en busca de inciensos y homenajes, sino para discutir con nosotros, para suscitar el desacuerdo, la sensibilidad despierta, la reflexión apasionada y alentarnos con ello a refutarlo, a enfrentarlo, a leer más de esa literatura enriquecedora que corre con vitalidad, humor e inteligencia, en la que uno puede entrar y salir con fluidez y con la que se convive tan dichosa como discutidoramente. Este no es un logro menor. Para alcanzarlo se requiere no sólo de conocimientos —que están ahí para quien sepa verlos y apreciarlos—, sino de un esfuerzo de imaginación y organización mental para valorarlos y conectarlos, además del temple personal para traducirlos en una prosa clara y abierta, como en una agradecible conversación de madrugada entre amigos.

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Extrapolando un conocido aforismo cardoziano: Los diez grandes cronistas de nuestra ciudad y nuestro tiempo son tres; y uno de ellos es sin duda José Joaquín Blanco. Sus crónicas le siguen ganando cada vez más lectores al ser impulsadas por el mismo talante crítico, la misma prosa rápida y sonriente, ricamente descriptiva y radical en su visión del poder y del capital. Un registro fiel y desnudo de nuestra ciudad y su gente, de la tragicomedia pretenciosa y sonriente de sus clases medias, la dura vida de sus masas trabajadoras, el acontecer urbano de la muchedumbre, de la violencia y el autoritarismo de los mecanismos gubernamentales, de las actitudes prepotentes de sus empresarios y poderosos.

Desde su vivaz recorrido por los años setenta en su clásico Función de medianoche (1981), pasando por otros estupendos volúmenes —Cuando todas las chamacas se pusieron medias nylon (1988), Los mexicanos se pintan solos (1990)—, hasta el doloroso y hermoso viaje por el túnel de los años ochenta de Un chavo bien helado (1991), en estas crónicas encontramos uno de los más completos y vívidos retratos de los durísimos tiempos de la modernidad mexicana. Ahí están nuestras crisis, sus desigualdades y costos sociales, la imposición de la tecnología bárbara y las manipulaciones de los medios de comunicación, los esperanzadores optimismos contraculturales, los sueños e ilusiones nacionales y personales fracasados, las razzias y sometimientos, la arbitraria transformación urbana, el habitante solitario y ensimismado, los truenes sentimentales y amorosos; pero, también, esplendentes en el gigantesco desierto urbano-burocrático-empresarial, las minorías defendiendo sus derechos, las transformadoras expresiones culturales y artísticas, los esfuerzos vitales por crear una sociedad abierta, tolerante, interesada en la cultura y el trabajo intelectual; los empeños personales y grupales por lograr una vida íntima y colectiva más plena e inteligente.

Con los nervios tensos o crispados, por momentos con una sonrisa o una carcajada abierta, en ocasiones dolidos y etílicos, vemos y nos vemos pasar en este desfile de años locos descrito en crónicas, relatos, notas misceláneas, variadísima prosa y reconocemos nuestro tiempo, la vida mexicana hoy y aquí, y al verla tan nítida, tan posible y cierta, tan al alcance de la mano y el deseo, recobramos la ambición y la esperanza de vivirla gozosa, radical e inteligentemente, como la literatura de Blanco.

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La generosidad no es atributo menor ni común en nuestro canibalesco medio literario. Hablo de la generosidad hecha aprecio y valoración justa de otros autores y compromiso de honestidad con la literatura misma. José Joaquín Blanco es de los contados autores que se ha atrevido a discutir y valorar públicamente la obra de sus contemporáneos. Es menor el riesgo al escribir una magnífica crónica sobre un autor del siglo XIX o de principios del XX, cuando ya la perspectiva y las diversas valoraciones dan claridad y encausan el análisis, que disponerse a indagar, valorar y opinar sobre la obra de autores vivos o de nuestra misma generación.

José Joaquín Blanco. / Foto de Mauricio Marat (INAH).

Este disponerse al hallazgo y al descubrimiento propios es característica constante de la crítica literaria de Blanco, pero es más notoria cuando se dirige a un poeta nuevo, a una narradora joven y prometedora, a algún incipiente escritor con talento, al análisis de los autores de aquí y ahora. Muchos de los escritores nacidos en los años cincuenta que se han sometido a las armas críticas de Blanco —Luis Zapata, Luis Miguel Aguilar, Manuel Fernández Perera, Ricardo Castillo, Rafael Pérez Gay, Olivier Debroise, Silvia Tomasa Rivera, Sergio González Rodríguez, Kyra Galván, Isabel Quiñónez, Alejandro Meneses—, han recibido a cambio algo invaluable: una opinión inteligente y honesta, una exploración comprometida y dispuesta de su obra. No como cortesía amistosa —nadie más ajeno a la diplomacia literaria, al juego de la política o a la hipocresía de salón que este autor—, sino como una muestra del interés, la inteligencia y el apasionamiento que la misma obra haya despertado en el crítico. De esta manera, Blanco ha contribuido también, significativamente, al desarrollo de la literatura mexicana actual, al impulso de nuevos autores en un país que sigue considerando a la literatura una actividad “poco eficiente”.

Cabría destacar también que desde hace más de doce años Blanco mantiene su blog digital La iguana del ojete, donde ha puesto a disposición de quien desee consultarlo, el cuerpo central de su vasta obra literaria, una honesta narración crítica y alternativa de la literatura y de la crítica literaria, suerte de reflexión enciclopédica y original sobre la creación artística en las letras mexicanas y extranjeras.

Con una entrada cada día primero de mes, y a veces —si los temas o las circunstancias lo exigen—, con dos o tres ensayos o notas mensuales, este blog concentra la mayor cantidad y calidad de información, análisis y crítica de autores mexicanos y extranjeros realizada por un solo escritor en nuestro país, además de incluir buena parte de su obra de ficción (cuentos), su poesía, sus traducciones y sus libros de ensayo, crónica y crítica cultural.

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En estas notas no he tocado otros importantes aspectos de la totalidad de la obra de José Joaquín. Faltaría sumergirse a fondo en sus tres novelas —La vida es larga y además no importa (1979), Las púberes canéforas (1982), Calles como incendios (1985), El castigador (1993), Mátame y verás (1994)— para repensar y replantear lo que se da por sentado y seguro en ellas: sus temáticas, su técnica y sus circunstancias, sus intenciones artísticas y estéticas.

Haría falta también un estudio largo y comprometido de su poesía —Otra vez la playa (1970), Andamios del día (1975), La ciudad tan personal (1976), Poesía ligera (1982), Poemas escogidos (1984), Elegías (1987)— para redescubrir sus refrescantes tonos y hallazgos coloquiales, sus límpidos juegos en liras, villancetes, centones, cancioncillas, cuartetas y tercetos; sus graves y duras elegías que perfilan con nitidez la soledad urbana; sus homenajes a autores como Gide, Vasconcelos y Villaurrutia; sus divertimentos en recuerdos y versiones de otros autores; sus desnudas y esbeltas canciones amorosas que saben, en medio de la grisura de la vida moderna, oficinesca y carente de estímulos, encontrar su veta de plenitud y alegría, su lado risueño y dichoso. Cuando menos un puñado de estos poemas son registros de auténtica maestría.

He tratado de esbozar algunas de las características que a mi juicio dan peso e importancia en nuestras letras a la obra de José Joaquín Blanco; sin embargo, pienso que merece aún más y mejores lectores, nuevas y frescas relecturas, estudios novedosos y penetrantes: Blanco tiene una treintena de libros publicados, y de entre ellos, 5 o 6 aquí mencionados son textos formativos e imprescindibles de nuestras letras contemporáneas.

Escribir sobre su obra y analizarla es una de las maneras más valiosas de contribuir al desarrollo de la crítica y la literatura y, sencillamente, de confirmarle a nuestros autores que sí tienen lectores, los que se merecen, los que su obra ha logrado.  Felicidades, Joaquín.

Alejandro de la Garza, Twitter: @Aladelagarza.

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One Comment

  1. Qué delicia es leer a José Joaquín Blanco y que gusto que el ensayista Alejandro de la Garza nos invite y acerque a sus lecturas.

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