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La inevitabilidad de la filosofía

¿Sirve para algo la filosofía? ¿Tiene sentido cultivarla en el siglo XXI? ¿Merece la pena estudiarla y enseñarla? Emilio Lledó, uno de los más importantes pensadores hispanoamericanos del último medio siglo, se refiere a la filosofía como el amor a las preguntas, a la curiosidad, al asombro. Y tiene razón. En su día mundial —se celebra cada tercer jueves de noviembre—, Txetxu Ausín nos señala que cuando interrogamos y nos interrogamos, cuando buscamos respuestas, estamos haciendo filosofía. Por su parte, Roberto R. Aramayo nos recuerda que la filosofía es el Gran Laboratorio de las Ideas que cincelan lo cotidiano, al modelar nuestro talante y nuestros talentos. Esas ideas fluyen como el agua de un río y lo impregnan todo a su paso.


La filosofía no es útil ni inútil: es inevitable

Txetxu Ausín

La filosofía. ¿Es útil? ¿Sirve para algo? ¿Tiene sentido cultivarla en el siglo XXI? ¿Merece la pena estudiarla y enseñarla?

En realidad, estas cuestiones yerran el tiro. Emilio Lledó se refiere a la filosofía como el amor a las preguntas, a la curiosidad, al asombro. En la medida en que nos preguntamos por nuestra vida, y nuestra muerte, por el mundo, por la sociedad, por la política, por el futuro, por la educación, por la verdad y la mentira (fake news), por el porvenir de las generaciones futuras, por la desigualdad, por la injusticia, por la propia subsistencia del planeta y nuestra relación con otros seres vivos, por la corrupción… cuando interrogamos y nos interrogamos, cuando buscamos respuestas, estamos haciendo filosofía.

La filosofía no es útil ni inútil, es inevitable. Todos nos hacemos estas preguntas y, en ese sentido, todos hacemos filosofía. La filosofía no es patrimonio, por tanto, de quienes nos dedicamos profesionalmente a ello sino, esencialmente, un puente que conecta las ciencias y las letras, los saberes científico-técnicos y las humanidades, la teoría y la práctica, por ello es igualmente inclasificable en un compartimento estanco.

¿Cómo hacer ciencia, plantearse cuestiones como la mejora genética, la prolongación de la vida, el big data o la inteligencia artificial, sin analizar su relevancia? ¿Cómo analizar la autonomía personal y la libertad, las condiciones y el alcance del juicio moral, el buen gobierno o el mismo sentido de la vida sin tener presentes las neurociencias, la psicología, la etología o los avances de la biología molecular y la medicina regenerativa?

La filosofía es la herramienta para introducir preguntas en las actividades humanas, para cuestionar los prejuicios y los lugares comunes.

Un mundo complejo

Vivimos en un momento complicado, presidido por la incertidumbre, la falta de seguridades, y los nuevos riesgos. Las tecnologías modernas constituyen sistemas complejos con una diversidad de actores y que tienen, por tanto, consecuencias imprevisibles. La magnitud de los daños potenciales es ilimitada y hasta catastrófica, ya que pueden poner en peligro la posibilidad de vida en el planeta.

Pero la incertidumbre no es únicamente un problema a superar, también es una fuente esencial de oportunidad, descubrimiento y creatividad. Se trata de un ingrediente esencial de la vida. Ambos casos, incertidumbre y riesgo, no se pueden plantear estrictamente como cuestiones científicas (lo que sabemos o no sabemos) sino también como cuestiones de preferencia, cultura y valores (lo que se debería o no debería hacer). Se trata, por tanto, de inevitables asuntos filosóficos.

Nadie alcanza a poseer la verdad sobre el mundo y mucho menos toda la verdad. Pero debemos buscarla para conjurar el mal de la falsedad. Quizá yo no tenga razón y la tengas tú; quizá podamos estar equivocados los dos pero, en cualquier caso, hemos de ponderar nuestras razones, como en esa “balanza de la razón” a la que se refería G.W. Leibniz.

Filosofía como práctica

La filosofía es una práctica de vida que nos dice cómo vivir, pensar o actuar, analizando para entender y luego decidir. La esencia de la filosofía está en el análisis conceptual y la deliberación. Es un ejercicio de reflexión, privada y pública, que tiene un efecto transformador sobre las opiniones, las actitudes y las leyes. Precisamente, la dimensión pública de la filosofía favorece la participación y la interdisciplinariedad, a través de la divulgación, la información y la transparencia.

Así, la filosofía también se ha manchado las manos, propiciando espacios y mecanismos de gobernanza en la esfera pública como los comités de ética, los foros de participación, las comunidades extendidas de evaluadores, las comisiones de consenso, etc., introduciendo reflexividad en infinidad de contextos y actividades de la vida cotidiana.

Parafraseando a Jane Austen, la filosofía nos exige sentido y sensibilidad. Sensibilidad para captar y atender a una realidad plural, compleja, contingente y abierta. Sentido para preguntarse por ella y para pensarla, con modestia, pues, como decía Voltaire, el único remedio para curar esa enfermedad epidémica del fanatismo es el espíritu filosófico.

La enseñanza de la filosofía: esperanza y autocrítica

Si todos cultivamos este arte de preguntar que es la filosofía, ¿cómo no facilitar herramientas y recursos para la misma en los sistemas educativos?

Son innumerables los consensos y acuerdos internacionales sobre la necesidad de la enseñanza de la filosofía en todos los niveles educativos. Contribuye a la formación de ciudadanos libres, alentando la forja de opiniones propias y el sometimiento a la autoridad de la razón, favoreciendo la expresión de la autonomía individual. Ayuda a desarrollar la capacidad de las personas para ejercer una verdadera libertad de pensamiento y para liberarse de dogmas y prejuicios.

Se ha demostrado el enorme potencial formativo de la filosofía desde edades tempranas, como han señalado varios estudios que indican un mejor rendimiento en materias como lengua o matemáticas entre aquellos estudiantes que han recibido formación filosófica. Para Matthew Lipman, precursor de la “filosofía para niños/as”, el diálogo filosófico es una herramienta privilegiada de indagación, comunicación y participación que aprovecha la enorme curiosidad de los menores.

Al menos, una instrucción básica en las herramientas, conceptos y estrategias de pensamiento filosófico es absolutamente necesaria en la formación secundaria y profesional de los jóvenes. Sin unos rudimentos básicos de lógica y argumentación, análisis conceptual, ética, filosofía política y teoría del conocimiento, o sin un mínimo saber sobre las respuestas que ha dado la historia del pensamiento a estas cuestiones, las personas nos enfrentamos desarmadas y a la intemperie a esas urgentes preguntas.

Más aún, sería deseable que muchos estudios universitarios siguieran incorporando en sus currículos la reflexión filosófica sobre la misma práctica o actividad que se estudia e investiga.

Ahora bien, nuestra alegría por la filosofía no debe ocultar, sin embargo, la responsabilidad que tenemos en el deterioro de la consideración social de la filosofía quienes nos dedicamos a su docencia e investigación. Debemos reconocer la oscuridad, vacuidad y endogamia que ha ofrecido nuestra disciplina muchas veces; la falta de conexión con los principales interrogantes e incertidumbres de nuestro tiempo; la deficiente metodología de enseñanza que ha hecho que generaciones de muchachos recuerden la filosofía como una retahíla de autores y discursos que había que memorizar o, en el mejor de los casos, como una suerte de moralina bienintencionada.

La importancia nuclear de la filosofía nos exige estar a la altura como investigadores y profesores, favoreciendo la divulgación y la comunicación de calidad, mejorando las metodologías docentes, y revisando y adecuando los contenidos de las asignaturas (por ejemplo, introduciendo pensadoras en el currículo). Cumpliremos así nuestra responsabilidad social ampliando, además, el diálogo democrático en nuestra sociedad.

Y hagámoslo con humor que, frente a la gravedad que respira el fanático, conecta con este sano ejercicio de autocrítica y tiene que ver con una cierta ligereza, tolerancia genuina y receptividad a la pluralidad y el cambio.

El autor agradece los comentarios de Vittorio Bufacchi (University College of Cork).

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Qué le debemos a la filosofía

Roberto R. Aramayo

La filosofía es el Gran Laboratorio de las Ideas. Éstas lo cincelan todo y nos hacen ser como somos, al forjar nuestro carácter. Algunas veces lo hacen con una enorme rapidez. Tal es el caso de la Revolución Francesa, que no habría tenido lugar sin la Enciclopedia de Diderot o los escritos de Rousseau.

Los grandes cambios políticos y sociales obedecen a ciertas ideas previamente alumbradas en gabinetes o paseos filosóficos.

La filosofía en nuestra vida

En otras ocasiones, la relación causal entre nuestra cotidianeidad y las ideas que la van modelando no es tan obvia ni evidente, sino mucho más alambicada. Pero eso no disminuye su acendrada eficacia. Los rieles de nuestro pensar y sentir van quedando trazados mediante nociones filosóficas, aunque ni siquiera lo advirtamos.

Hay otros periodos históricos en los que andamos más descarrilados, como sería el caso del presente. En momentos así a la filosofía se le rinde un culto muy superficial. Más bien parece que la despreciemos, cual si fuese algo absolutamente inútil, al no cotizar en bolsa ni rendir beneficios económicos. Pero la filosofía es, lisa y llanamente, inevitable.

Cualquiera puede ser filósofo

La Ilustración, en cambio, fue una época propicia para la filosofía. El Siglo de las Luces lleva ese nombre por los philosophes galos, la Escuela escocesa y un filósofo prusiano de Königsberg que abandera el estandarte ilustrado.

Kant nos habla de servirnos del propio entendimiento para someterlo todo a una crítica racional. Hay que vencer la tentación de no pensar por cuenta propia y dejar que otros asuman esa tarea. ¡Es tan cómodo tener un tutor que nos guíe! Siempre daremos con alguien muy bien dispuesto a pensar por nosotros.

A la filosofía todo le interesa

El espectro temático de la filosofía no conoce fronteras, porque todo le interesa. Por eso se hace filosofía de la antropología, de la biología, de la ciencia, del derecho, de la economía, de la ética, de la historia, de la lógica, de la medicina, del periodismo, de la política, de las matemáticas, de la religión o de la sociología. En realidad no hay nada que pueda escapar a su polifacético y plural interés.

Por otra parte, como también dice Kant, no se aprende filosofía, sino a filosofar. Cualquiera puede oficiar como filósofo, aunque haya filósofos de oficio. Basta con pensar por cuenta propia, cribar las informaciones y rehuir los dogmatismos atendiendo a la fuerza de los argumentos. No se trata de vencer, sino de convencer, por utilizar la fórmula que se atribuye a Unamuno.

No cabe renunciar a la ética

De igual modo, la ética tampoco es algo que custodien unos expertos en esa materia. Nos compete a todos y nadie puede aspirar a descubrir claves inéditas que no hayan tenido antecedentes. Otra cosa es que resulte útil familiarizarnos con los planteamiento éticos estandarizados para no descubrir a cada paso “nuevos” mediterráneos en el ámbito moral.

Parece obvio que, dada su naturaleza formativa y transversal, ética y filosofía deberían ser estudiadas por todos, al margen de sus respectivas especialidades. Habría que revertir cuanto antes la tendencia contraria de menospreciar ambas por no tener una demanda directa en el mercado laboral. No cabe tasar aquello que resulta vitalmente inestimable, porque no tiene precio.

Los dilemas morales y la IA

Dirimir nuestros dilemas morales es una tarea de la que no podemos abstenernos y que no cabe transferir en modo alguno. Ahora podría tentarnos delegar nuestras decisiones en los extremadamente complejos y sofisticados cálculos de la Inteligencia Artificial. Pero nos estaríamos haciendo trampas a nosotros mismos.

Corresponde únicamente a nuestro discernimiento juzgar lo que resulte más adecuado, por muy falibles que seamos. No podemos dimitir de nuestra responsabilidad como agentes morales y tenemos que asumir el riesgo de no acertar, sin parapetarnos detrás de nuestros ingeniosos inventos.

Rousseau y Kant nos alertaron de que los avances tecnológicos no conllevan automáticamente un progreso en el orden moral, siendo así que puede darse una relación inversamente proporcional entre ambos itinerarios. El insondable potencial de las nuevas tecnologías logra deslumbrarnos, haciéndonos perder de vista cuestiones tan elementales como nuestra forma de sentir, ser y actuar.

Vacunas acreditadas contra la infodemia

Cuando a la filosofía y a la ética se les regatea su indeclinable misión pedagógica, renunciamos a posibilitar un acceso generalizado al patrimonio cultural que desarrolla nuestros talentos y nuestro talante. Ahora que buscamos antídotos para neutralizar la pandemia de la covid-19, olvidamos que contamos con una eficaz vacuna, cuya eficacia se ha visto contrastada durante siglos, contra otras pandemias igualmente peligrosas.

Para vacunarnos contra los virus del fanático dogmatismo negacionista y la tóxica infodemia de los bulos, presentados como hechos alternativos o mendaces posverdades, contamos con las armas que nos brindan la filosofía y la ética. Éstas logran inmunizarnos contra los ataques demagógicos y nos proporcionan recursos dialécticos para desbaratar sus artimañas.

¿Qué le debemos a la filosofía? Sería mucho más fácil inventariar cuánto no queda en su haber. Conviene recordarlo el tercer jueves de noviembre, declarado desde hace quince años Día Mundial de la Filosofía. Sobre todo en un año tan singular como el 2020, en el que las circunstancias hacen a la filosofía y a la ética más imprescindibles que nunca.

Txetxu Ausín. Científico Titular, Instituto de Filosofía, Grupo de Ética Aplicada, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC).
Roberto R. Aramayo. Profesor de Investigación IFS-CSIC (GI TcP). Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC).

Fuente: The Conversation.

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