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El caso Notimex

El maestro Víctor Roura —pluma esencial en el periodismo cultural mexicano de las últimas décadas— regresa al tema de Notimex y de su huelga que, valga la expresión, mantienen sus huelguistas. Lo hace, no para dar buenas noticias. Escribe: han vuelto, jacarandosos e impunes, a insultarme, con la libertad que les autoriza el anonimato de la red social, los sindicalistas de Notimex...


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Han vuelto, jacarandosos e impunes, a insultarme, con la libertad que les autoriza el anonimato de la red social, los sindicalistas de Notimex. Esta vez, para decirme —aparte de endilgarme los adjetivos de anciano, aviador y corrupto— que, indecoroso como soy, cobro, además de en la agencia del Estado (es decir, del erario, tal como ellos), en otros portales web donde aireo mis textos, como Salida de Emergencia, EnlaLupaTodas las Voces o Eusebia la Ballena, este último de reciente creación, de manera que mi enriquecimiento cada día va en aumento considerable. Han de creer estos lindos sujetos que pronto arribaré a la clase elitista económica de los Junco, Vázquez Raña, Aguilar Camín, Ealy Ortiz, López Dóriga y Manuel Arroyo, et al.

Lo que no saben estos avezados sindicalistas es que mi oficio es el de escribir (no sé cuál sea el de ellos, la verdad), y no dejaré de hacerlo mientras pueda respirar en este mundo. Y ya que me es imposible publicar en Notimex dada la huelga que mantienen ellos desde hace casi un año, escribo en portales de comunicación porque ése, justamente, es mi oficio. Y me admira la ignorancia de estos sindicalistas a pesar de que se dicen miembros del gremio periodístico: ¿acaso desconocen que en esos portales no recibo un peso por mis escritos? Aunque publicara en Aristegui Noticias, tampoco recibiría emolumentos por ello. ¿No saben estos destacados sindicalistas que Carmen Aristegui, por ejemplo, pese a su exitoso portal, no paga colaboraciones a numerosos periodistas? ¿Tanta es su ignorancia del medio periodístico trabajando para él? 

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No deja de asombrarme su irrazonada cavilación de la zona periodística, pues subrayan, en otro ingenuo desliz suyo, que Sanjuana Martínez se ha llevado el asilo de Conacyt a Notimex. Paso lo de mi lozana ancianidad, ¿pero extraído yo del Conacyt? Su desconocimiento de la historia periodística raya en la inopia cultural. Al rato ni dudo de que estos delicados sindicalistas aseguren de que yo obtuve varias portentosas becas literarias que me hicieron vivir cómodamente del erario mexicano.

Me sorprende la facilidad de sus diatribas, todas ellas sin sustento alguno. ¿Y así trabajaban su información cotidiana? Con razón están seguros de que la gente nueva en Notimex llegó a quebrantarles su tranquilidad periodística. Ya una redactora de la sección cultural me dijo que nuestra presencia en Notimex sólo había fracturado su labor informativa, porque alguien, no sé quién, les hizo creer que ellos eran los únicos que podían construir la agencia, nadie más. Una editora me lo dijo en la cara:

—Usted olvida que ésta es una agencia de noticias —me cuestionó porque yo quería crear más reportajes y crónicas.

Le contesté que ya era hora de dejar de estar reproduciendo boletines oficiales.

—Hay que crear entonces una nueva agencia —le dije—, una entidad con información propia. Escribamos en serio. Dejemos atrás los privilegios del pasado.

Me miró con extrañeza. En su vida le habían dicho algo semejante, de modo que hizo de cuenta que yo no le había expresado nada y continuó haciendo lo que hacía durante años sin que nadie le dijera absolutamente nada: aparentar el editar textos mal pergeñados porque lo que valía en esa agencia era la cantidad, no la calidad periodística.

Y estaban enojados, los sindicalistas, porque, carajo, ahora sí tenían que ponerse a trabajar.

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El pasado martes 18 de noviembre, Luisa María Alcalde dio el anuncio de la liberación del empleado para con la sujeción sindical, generándose así una relación más democrática con los empresarios. La secretaria del Trabajo, con esta propuesta, lo que estaba haciendo, dignamente, era emboscar por fin cualquier caudillismo o caciquismo sindical. Y si sus palabras fueron tan fluorescentemente elocuentes al respecto, ¿no hay allí una paradoja al proteger ella misma a un sindicato que proviene de las entrañas de la corrupción nacional, como el de Notimex, cuyo conflicto nomás no puede destrabar?

Esta compleja interrogante da pie, por supuesto, a diversos cuestionamientos sin respuestas concisas: ¿por qué los sindicalistas protegen a sus líderes aun sabiendo de sus actos corrompidos?, ¿por qué era aclamada la profesora Elba Esther por los propios sindicalizados del magisterio que sabían del fabuloso enriquecimiento de su lideresa a costa de sus cuotas gremiales?

Más de dos periodistas de Notimex me decían, airadas, que vivían muy bien antes de la llegada de la nueva directiva en marzo de 2019 porque los periodistas recién arribados habían estropeado su apacible cotidianeidad laboral… ¿a quién, así, le iba a importar un comino lo que hiciera o deshiciera su líder sindical si los beneficiaba incluso a costa de su ilegítimo enriquecimiento sindical?

—Esta es una agencia, no una maquinaria de creación periodística —aseguraba la sindicalista con una vehemencia adquirida a lo largo de los años afincada mediante una pasmosa pasividad informativa.

Yo había llegado sólo para arruinarles su infatigada inercia laboral, ¿acaso no podía yo entenderlo?

Lo pasado, pasado. Y había que dejarlo en paz, no tocarlo.

Lo zanjado, zanjado está. O debería de estarlo, como afirma categóricamente Aguilar Camín.

¿A quién se le ocurre venir ahora a despertar a los fantasmas del pasado? 

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Y estos sindicalistas ignorantes de lo que ocurre en su propio medio periodístico, defensores prístinos de los derechos humanos, cabales caballeros y damas preocupados por las alteraciones sociales, son precisamente los que no pasan un día sin mofarse de, y ofender a, quienes ellos creen sus enemigos visibles. No se cansan de exhibir sus iras y sus desacuerdos (y sus desaciertos, cómo no) y sus desavenencias y sus rencores y sus disgustos y sus intolerancias contra los que ahora trabajan en la agencia del Estado que creen es absoluta y enteramente suya, de nadie más. Descalifican a psicólogos sociales como Mario Bravo Soria, vuelto un disciplinado periodista y encargado de la coordinación de la sección cultural de Notimex. El buen Armando Vega-Gil, suicidado en 2019, estaría ahora lleno de escalofríos si estos sindicalistas se hubieran enterado de que antes de sumergirse en el periodismo y en la música (era el bajista de Botellita de Jerez)… ¡había estudiado antropología e historia! Lo habrían lapidado en vida. O al respetado sociólogo Pablo Fernández Christlieb convertido en iluminado articulista periodístico. O al crítico de cine Jorge Ayala Blanco, eminente químico egresado del Politécnico Nacional. O al admirado Miguel Ángel Granados Chapa, fallecido en 2011, abogado vuelto imprescindible periodista. Y se extiende la lista casi al infinito: el reportero y novelista Eduardo Monteverde es patólogo, el reconocido biólogo Federico Arana no sólo es periodista sino dibujante, músico y poeta, ¡los artistas plásticos Vlady y José Luis Cuevas escribían artículos periodísticos, lo mismo que el teatrero Juan José Gurrola! El poeta y editor José de Jesús Sampedro estudió economía, al igual que el enciclopedista Humberto Musacchio. Y si se enterasen de que Chéjov era un acreditado médico no le darían ningún crédito literario, si es que lo han leído.

Ahora dicen estos pacifistas de la prensa que la sección de cultura en Notimex, a mi cargo desde julio de 2019, es, y ha sido, un fracaso total culpando a Sanjuana Martínez de tener tan mala disposición periodística para elegir a su bando. Porque antes de que llegara Sanjuana a dirigir esta agencia todo en ella marchaba con “excelencia”, como gustan ellos en aseverar una y otra vez. Era tan excelso su periodismo que nadie los consultaba, pero así es la vida contemporánea: no muevas nada porque todo en el pasado ya está, o debería de estar, zanjado. O, mejor, todo cambia para que todo siga igual, como sugiere la sabiduría oriental del Tao Te Ching. 

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Dos abogados de innegable prestigio me han buscado para levantar una demanda contra las vilezas del sindicato de Notimex que, aunque anónimas, provienen de su núcleo central.

—Las infamias que han lanzado contra usted, sin respaldo alguno, tratan de desprestigiar su carrera periodística —me dice uno de los abogados—. Tarde o temprano van a tener estos insultadores profesionales el dinero que el Estado les otorgará por esta larga huelga, así que la demanda que les interpondremos no les afectará demasiado. Piénselo.

Y yo lo que me digo es que con cada insulto que vierten estos anónimos sindicalistas se definen cada vez mejor a sí mismos.

—No sé —les digo a los abogados, agradeciendo su interés—, los visitaré uno de estos días.

A ver cuál es su siguiente falsa denostación. 

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Pero una resolución sobre el caso Notimex parece no aproximarse aún, por desgracia. Porque los asuntos de la prensa parecen no tener la menor importancia en estos tiempos insólitamente nuevos.

Y el agobio, por lo menos en mí, me resulta, o me está resultando, demasiado ficticio para ser tan real. 

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