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Las siete décadas de José de Jesús Sampedro

José de Jesús Sampedro llega a las siete décadas de vida. Editor, docente, tallerista y —sobre todo y ante todo— poeta, es autor de libros como Un (ejemplo) salto de gato pinto(1975), Si entra él yo entro (1981), La estrella el tonto los amantes (1985), así como No estar y estar y (2012). En su faceta de difusor y divulgador cultural, el poeta bretoniano organiza y dirige el Festival de Poesía Ramón López Velarde —una de las fiestas literarias más longevas e importantes del país—, también edita desde mediados de los setenta Dosfilos, una de las revistas culturales de mayor tradición y de mayor prestigio en nuestro país. Recientemente, la Academia Mexicana de la Lengua lo invitó a integrarse como miembro correspondiente (representando a su natal Zacatecas, donde José de Jesús Sampedro nació el 2 de noviembre de 1950). Con el poeta sostuvimos la siguiente conversación.


Esencialmente, es poeta. Por el respeto que le guarda a las palabras. Por la manera en como las conduce, como las hila, como las va cuidadosamente tejiendo. Quizá por eso es, pese a su irreprochable dominio lingüístico (que acaba de comprobarse al ser recientemente aceptado en el apartado de México de la Real Academia de la Lengua), un poeta con poca obra. Porque no quiere, desde su muy particular punto de vista, gastarlas, a las palabras, o desperdiciarlas cuando aún no las ha afinado (afilado) del todo. Porque un poeta está para eso, para vigilar las palabras, no para mal abanicarlas. Sí, consintiéndolas, pero sin mimarlas con gratuidad. No en balde José de Jesús Sampedro obtuvo el máximo galardón poético del país, el Premio Aguascalientes, en 1975, cuando estaba por cumplir veinticinco años de edad. Desde entonces, incluso desde un año antes, en 1974, dirige la revista de papel cultural decana de México: Dosfilos, sin extraviar el rumbo, siempre atento a la buena escritura de la prensa cultural, hoy en día menospreciada y desvalorada en la mayoría de los medios de comunicación, que privilegian sus intereses abocándose, sobre todo, a los terrenos de la política, las finanzas, los deportes o los espectáculos. José de Jesús Sampedro (Zacatecas, 1950) cumple siete décadas de vida este 2 de noviembre. Con el poeta sostuvimos la siguiente conversación.

El apreciado apodo del abuelo

Dosfilos es, en realidad, la revista cultural decana de México. Nace en los primeros meses de 1974. Toda una proeza. ¿Cómo surge? ¿De dónde viene la idea de su nacimiento? ¿Fue planteada, o planeada, como una publicación roquera con temas literarios o al revés? En esos años el rock era una entidad prohibida en el país, un objeto verdaderamente contracultural, o subcultural aun. ¿Fue difícil, Sam, su creación? ¿Y por qué una revista de doble filo: cómo surge el nombre, quién lo imagina, por qué Dosfilos?

—De antemano: agradezco tu interés en mi persona, en mi obra. Cierto: la revista Dosfilos apareció un día de entre los meses de marzo y de abril de 1974. Un reducido grupo de amigos y yo planeamos su aparición luego de que la viabilidad de nuestra revista previa, Los Múltiples Caminos, de la que incluso publicamos seis números, terminara de una manera abrupta. Causas: peleas, inconsistencias; lástima. No obstante, escribíamos: necesitábamos de las formalidades de una revista. Y editamos otra revista. Puede entenderse: hacia aquella época las revistas culturales estaban de boga. Tanto, que también durante 1974 organizamos en Zacatecas el Primer Encuentro de Grupos y Revistas Literarias Independientes, convocatoria que reunió a casi una treintena de éstas, y de las cuales destaco aquí a la revista Xilote, mítica e invalorable. Para expresarlo todo en idóneas frases de aquella época: “Compartíamos un genuino anhelo transformador”, y “creíamos en la transformadora eficacia de las revistas culturales”. Dosfilos surge dentro de esa atmósfera intelectual, anímica. Y dentro de esa atmósfera el rock rodeaba y rodea hoy mi vida. Integrarlo entonces a Dosfilos se explica solo. Es decir, hacerlo fue algo espontáneo y, gracias a la siempre tácita sabiduría de lo espontáneo, hacerlo le otorgaría luego a Dosfilos una especie de identidad, de ya inconfundible sello de casa. Y atenuaría aún más la agridulce dificultad de editarla: tú sabes, abstrayendo el momento histórico, editar una revista de continuo alude a una experiencia difícil, lo mismo en lo creativo que en lo administrativo, en lo financiero, en lo económico… En cuanto al nombre de la revista: proviene de un ignoto artículo que leí en Diorama, en el antiguo suplemento cultural del periódico Excélsior, acerca de Antonio Alfaro, el abuelo de David Alfaro Siqueiros, a quien, debido a su muy bravío carácter, apodaban “Sietefilos”. Me agradó el apodo, “Sietefilos”. Y, puesto que la revista cuya edición planeábamos prioritariamente se ocuparía de temas de literatura y política, se me ocurrió que de restarle acaso cinco filos al famoso apodo del abuelo, funcionaría. Dicho y hecho: de inmediato lo reduje a “Dosfilos”. Y funcionó. Dosfilos, revista de literatura y política, tal es su nombre completo.

Absoluto respeto a la poesía

—Por supuesto, para haber planeado la revista antes tuvo que nacer la curiosidad literaria. Y sólo un año después, en 1975, José de Jesús Sampedro, a sus veinticuatro años de edad, obtiene el máximo galardón de poesía en México: el Premio Nacional Aguascalientes con el libro Un (ejemplo) salto de gato pinto, todo un logro que, sin embargo, no cambió a su autor en lo absoluto en cuanto a su perfil intelectual. ¿Cómo se introduce Sampedro en la poesía?, ¿de qué luces literarias se fue alumbrando?, ¿por qué la literatura y no, digamos, la historia o la economía?

—Comencé a leer y a escribir poesía, o mejor: a escribir bienintencionados remedos de poesía, desde mi feliz época de estudiante de Preparatoria; comencé allí a leer lo básico, típico: Gustavo Adolfo Bécquer, Amado Nervo, Manuel José Othón, Rubén Darío, etcétera, pero también a Manuel Gutiérrez Nájera, a H.P. Lovecraft, a Emilia Pardo Bazán, a Hermann Hesse, a Benito Pérez Galdós, a Pierre Loti, etcétera, hasta caer de buenas a primeras en la poesía y en la prosa estrictamente contemporáneas: Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Julio Cortázar, etcétera. Hacia 1969 ingresé a la Escuela de Economía de la Universidad Autónoma de Zacatecas y entre John Maynard Keynes y Karl Marx continué escribiendo poemas, de protesta algunos de ellos, según los cotidianos cánones del entorno, hasta encontrarles casi atractivas líneas, para mí nuevas, distintas. Posibilitaría lo anterior el hecho de que a mediados de ese mismo 1969 conociera yo al dramaturgo y narrador Alberto Huerta, quien conocía a Alejandro Aura, quien se convertiría en mi maestro, en mi crítico, más el hecho de que organizáramos luego un ciclo formal de lecturas y de que fundáramos luego el Taller Literario José Revueltas en Zacatecas, y de que vinieran a leer ante el público y a asistir a nuestras sesiones privadas, entre otros, Efraín Huerta, René Avilés Fabila, José Agustín, Gerardo de la Torre, Dionicio Morales, Xorge del Campo, Andrés González Pagés, etcétera, a quienes andando el tiempo se agregarían Marco Antonio Campos, Evodio Escalante, Bernardo Ruiz, Roberto Fernández Iglesias, en fin: una larga lista. Y un hecho extra, imprescindible éste, derivado de mi lectura ya sistemática de André Breton, de quién ya había leído dispersas páginas en suplementos o en revistas, no recuerdo, y, extensivamente, de Robert Desnos, de Louis Aragon, de René Char, de Paul Eluard, y hasta darle un obvio giro a todo y volver al vertiginoso Guillaume Apollinaire, quien me apabulló, de a de veras. De improviso entonces me descubrí escribiendo una poesía que descubrí como muy personal, muy mía, y de improviso tenía también yo una colección de poemas que quizá decían algo. Ignoro debido a qué o efecto o causa llegué a, o llegó a mí, la poesía: de cuando en cuando me lo pregunto y aún no tengo ninguna satisfactoria respuesta; sólo sé hoy de mi absoluto respeto hacia ella.

José de Jesús Sampedro. Ilustración de Luis Fernando.

La conclusión de una etapa poética

—No quiero dejar pasar el hecho de que José de Jesús Sampedro, hasta este momento, ha sido el poeta más joven galardonado con el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, proeza aún insuperada. Y los versos de Un (ejemplo) salto de gato pinto conmocionaban. Recuerdo que a mí me invitaban a asaltarlos, a trastocarlos, a reinventarlos, cosa que no sucede con cualquier poemario. Asimismo, también rememoro un pasaje leído no sé dónde que apuntaba que algunos jueces de aquel jurado no estaban tan convencidos de otorgarle el máximo galardón a un poeta que se movía solo, sin grupo, prácticamente desconocido en ese entonces, pero la cordura se impuso finalmente y premiaron las letras de un poeta, no a un camarada o a algún influyente de las letras, como ocasionalmente acontece en estas convenciones compensatorias de los premios en México. Yo tengo que confesar mi propia celebración por haber hallado a un poeta señero. ¿Qué pensó Sampedro cuando fue notificado del premio?, ¿qué significó para el poeta recibir el máximo galardón poético del país?, ¿cómo se ubicó entonces poéticamente en aquel año 1975, hace ya cuarenta y cinco años, casi medio siglo?

—Retomando tu preámbulo: sí, al otorgárseme el Premio sobrevino algún desconcierto; venial, benigno. Para ejemplificarlo: un periódico de Aguascalientes mismo anticipó que el triunfador era “un poeta a go–go”. Conatos de polémica, sólo; en fin… Miguel Donoso Pareja, Desiderio Macías Silva y Víctor Sandoval fue la terna que integró aquel Jurado; conocía yo a estos últimos, no a Donoso Pareja, a cuyo Taller me incorporé luego de recibir el Premio porque pensé que le sería benéfico a mi escritura. Sandoval me notificó del dictamen. Y, naturalmente, pensé en que lo merecía; en que mi poesía era buena. De instintiva moraleja, quizá pensé también en que concluía así una etapa de mi poesía, en que debía ahora afanarme en trascenderla, en reencontrarla. En una palabra, obtener el Premio me significó insertarme en la tradición de la moderna poesía escrita en México. Imagínate. Contiguo a ciertos poetas mexicanos yo que admiraba. Y reavivó mi entonces furtivo anhelo de escribir acaso luego una poesía perfecta… Inversa magia del tiempo: no deja aún hoy de asombrarme el vasto hecho de que haya enviado yo mis poemas a un concurso; en serio, apenas puedo creerlo: hoy ni de rebote siquiera me lo propondría.

Una autocrítica absoluta

—La conclusión de una etapa poética, dices. ¿Puede un poeta en verdad medir, o ir midiendo, sus periodos escriturales? Y esta pregunta va aparejada con otra: ¿a eso se debe la poca productividad bibliográfica de José de Jesús Sampedro? ¿Cuántos libros en realidad tienes publicados y por qué esa renuencia a dar a conocer tus versos? ¿Hay algo de autocrítica en esa postura? Porque en estos cuarenta y seis años de vida de Dosfilos el poeta Sampedro es más valorado como un arriesgado y valiente editor. ¿Por qué el poeta se empela en ocultarse? ¿O cómo podrías valorarlo?

—Pregunta extrema, difícil: involucra matices íntimos; intentaré responderla hasta donde me sea posible… Sí: según yo, todo poeta en posesión de una mediana conciencia a propósito de las características fundacionales de su escritura puede anticipar las futuras características de ésta y proceder a experimentarlas, a frecuentarlas. Sí, ello explica acaso también mi morosidad bibliográfica. Mi inaugural libro fue colectivo: Crónicas de viaje (1975), cuyas gloriosas páginas alternamos José Joaquín Blanco, Evodio Escalante y Luis de Tavira; casi simultáneamente apareció Un (ejemplo) salto de gato pinto, luego Si entra él yo entro (1981), luego La estrella el tonto los amantes (1985), poesía, narrativa, ensayo, y luego, y gracias a ti, que insististe, No estar y estar y (2012), parapoéticos artículos periodísticos. En 1995 aparece casi un amplio poemario: Land Ho!, título asimismo de una canción de los Doors, pero releyéndolo ya en galeras me fue ganando la correcta impresión de que debía de reescribir aquel poema y aquel y aquel otro y aquel, y la correcta impresión me ganó del todo, y lo reescribí; previsible efecto: circuló únicamente entre amigos de amigos, y aquí me tienes. No hay ninguna renuencia, en el sentido estricto de la palabra; es decir, no hay resistencia alguna: me fascinó el proceso de reescribir un poema, séase cierta línea, ciertas líneas o todo, y hacia aquella época resolví que no tendría inconveniente entonces en asumirme como un poeta más interesado en escribir que en publicar y más interesado en reescribir que en escribir, y aquí me tienes. No “hay algo de autocrítica en esta postura”: hay una autocrítica completa, absoluta. Y una muy humilde soberbia. Pero me parece que nada de ello implicaría que me oculto, puesto que de cuando en cuando publico versiones de mis poemas en memorias, en suplementos, en revistas, a ti te consta, y de cuando en cuando leo en encuentros diversos de poesía. Y espero ya pronto publicar una serie de esa acumulada serie de poemas que salvaguardan mi mercurio, mi tiempo…

Un adulto anarquista

—Algo así concibe uno cuando conoce de cerca al poeta Sampedro, pero lo que no puede percatar el poeta Sampedro es que su lector quisiera leer más de esa escritura que justamente no se parece a ninguna otra. Cinco libros en casi medio siglo parecería uno por década. Y cuando se quiere leer algo distinto en el orbe literario esa cifra es demoledoramente mínima. Porque estoy hablando estrictamente de escritura, no del cuidado de las formas y del contenido que busca un poeta de tu altura. ¿Y cómo aprecia Sampedro la relación hombre-poeta?, ¿puede una desprenderse de la otra o tienen que estar ceñidas ambas íntimamente? Nadie duda de la excelencia poética, por ejemplo, de Jaime Sabines, pero también se sabe que le pidió a su amigo Salinas de Gortari que mandara matar a los sublevados zapatistas en su estado natal, Chiapas, cuando el subcomandante Marcos se rebeló en el último año del salinato…

—Acepto tu embargo; me intriga cómo alguien puede publicar tres libros de poesía al año: ¿garantiza ello la calidad de la poesía que publica? Quizá sí, quizá no, pero yo sería incapaz de emularlo. Correcto: sé que tengo un buen número de lectores a la espera de mi poesía y acepto que debí de publicar antes algún segmento de mi proceso; no ocurrió así, confío en que ocurra ahora. Sobre todo porque el tiempo se acaba, porque la aventura se acaba, y qué remedio. Pienso: lo que importa es escribir poesía de la mejor manera posible; fue lo que intenté, lo que intento, y ojalá el boomerang vuelva bien a mi acaso… Fui un juvenil comunista, soy un adulto anarquista: a la inversa de lo que dicta la lógica aristotélica; un muy ortodoxo anarco-comunista entonces, seguro de la vigencia de la consigna aquella de “transformar el mundo, cambiar la vida”, reacio a la eufemísticamente llamada clase política, uniforme, genérica, y proclive a la autogestión, a la directa expresividad ciudadana. Cuanto me afana a diario una estética también me afana a diario una ética: pertenezco a la noble generación que entrevió la última utopía del siglo XX y no seré indigno jamás de esta pertenencia.

El poder de transmutarse en lenguaje

—Entiendo entonces que el poeta es como escribe, o que debiera serlo; pero en el mundo actual, y acaso desde siempre, se dice poeta el altanero, el oportunista, el acomodaticio. Hallo poca autocrítica en el orbe literario, plagado de vanidades. Concuerdo en que luego he leído poemarios que no me dicen nada, o que no me conducen a ningún lado, de poetas renombrados que no se quieren extraviar en las librerías, y yo sigo leyendo tu (ejemplo) salto de gato pinto como si hubiera salido ayer al mercado bibliográfico. Pero tampoco un poeta debe ser un niño malcriado o un rebelde sin causa, de acuerdo. ¿Cómo concibe Sampedro a un poeta, cuál es su concepción de la poesía, qué aporta un poeta al mundo, para qué un poeta en las calles del mundo, qué lo diferencia, al poeta, de un, digamos, burócrata o político?

—Sí: te reflejas casi siempre al final en la superficie de lo que escribes; cada poema tuyo un espejo, un ya idóneo vidrio afín a la instauración de la Obra. Y al final lo que importa no es sino el poema, la probabilidad de que perdure momentáneamente el poema. De allí que yo descrea de quien descree de la necesidad de una feroz autocrítica: publicará sólo frívolos remedos de remedos de una espuria poesía. El fiel poeta es un mago: posee el pleno poder de transmutar el lenguaje, de transformarlo en otro lenguaje, idéntico y distinto; el fiel poeta posee también el pleno poder de transmutarse él mismo en lenguaje, de transformarse él mismo en otro lenguaje, idéntico y distinto. Porque la poesía es la metafísica de la metafísica: todo lo inverosímil en ella es verosímil, todo deseo en ella es realidad consumada. El fiel poeta interpreta el mundo; es decir, nuestra precaria vida en el mundo, desde la libre intermediación de los efectos y de las causas; el fiel poeta actúa desde la radical certeza de la voluntad del que reencuentra y encuentra y reencuentra y etcétera.

Honradez moral e intelectual

—Un ser, el poeta, de algún modo, o de muchos modos, distinto al que no se halla en este oficio. Coincido con ello. E insisto: por eso no es posible, al menos a mí me sobrepasa la idea, hallar a un buen poeta que quiera ver muertos a campesinos descontentos. Como que una cosa no va con la otra, y perdona la insistencia. Es como hallar a un editor desinteresado en las palabras. Tu revista Dosfilos es un ejemplo de la cabal escritura. ¿Cómo se forma un editor, cómo seleccionas los textos, por qué unos sí y otros no? Luego por eso mismo el editor se encuentra con enemigos gratuitos en la vida.

—Tú sabes infinitamente más que yo del oficio; en cuanto a mí: gracias a la edición de la revista Dosfilos, de una amplia serie de libros de contrastante temática, de economía a poesía, tengo hoy la audacia de definirme como un editor casi modélico, de continuo atento a los detalles mínimos del proceso, a la euritmia gráfica, al buen gusto, a la feliz idea de una perfección óptica, comprobable y ostensible. Perogrullo, el editor se forma editando, honrando a la letra impresa, amándola y custodiándola. Y acopiándose a cada vuelta de la virtud que deberá de convertirse en su virtud número uno: de paciencia y de paciencia. Tratándose de Dosfilos, la calidad propia y la justeza propia del tema definen la inclusión de un texto en la revista; de otra manera lo descarto, lo olvido. Explicándolo así, admito que he tenido muy malos ratos: dolorosas rupturas que involucran a amigos, escamosos pleitos que involucran a prosaicos líricos y a burócratas. Pero primero está la honradez moral, intelectual, tú lo sabes; en fin, edito la revista Dosfilos para contribuir a la divulgación de unas cuantas ideas en las que creo y el solo hecho de hacerlo trasciende toda especie de conflictos, de sinsabores…

Los irresueltos problemas de la Contracultura

—La revista, en sus más de cuatro décadas y media, ha mantenido una admirable línea editorial coherente con sus inicios. Sé muy bien que esto no te toca contestar, pero a veces me pregunto cómo el Fondo de Cultura Económica no te ha buscado para crear ediciones facsimilares de Dosfilos en lugar de hacer ediciones de revistas oportunistas de amistades. Dosfilos se ha caracterizado por su indudable portada roquera con un tema permanente de asuntos específicos de esta música, que a Jean Wenner le hubiera gustado cristalizar en su Rolling Stone antes de ponerla a la venta. ¿Qué significado posee continuar ejercitando el periodismo roquero hoy en día? ¿O qué rumbo está tomando el periodismo cultural en la actualidad?

—Desde la estricta perspectiva de la revista Dosfilos, significa la imprescindible recreación de una época que recreó los fundamentales aportes del rock and roll hasta llevarlos a constituirse en el soundtrack de una vida; permíteme matizarlo: de una vida personal, comunal, y única. De allí también que la revista Dosfilos muestre una tácita preferencia hacia grupos y hacia solistas de la década de los 1960, incluyendo en esta preferencia reflexiones de índole ideológica, ética; atendiendo entonces a ello debo acaso aducir que nuestro contemporáneo periodismo roquero experimenta una languidez, una notoria ausencia dentro de los referenciales márgenes del genérico periodismo cultural, en sí proclive siempre a ciertos cánones de rigor, lo que también alienta siempre en él cierto tedio temático. Lo dije ya en momentos y en espacios distintos: convendría insertar en el contemporáneo periodismo cultural algunos de los presupuestos de la Contracultura y volver a irresueltos problemas que la problematizan, que la justifican.

La burocracia inhibe al idioma

—En este año de tu aniversario número setenta, a mediados de 2020, te incorporaste como miembro activo de la Real Academia de la Lengua en su sección México, lo cual es un merecimiento innegable por el cuidado en el empleo de las palabras que siempre has tenido y nos has otorgado. ¿Qué le significa a José de Jesús Sampedro esta inmersión a la Academia? Justamente ahora cuando se habla, o mejor diría se mal habla, un lenguaje descuidado e irresponsable en la mayoría de los medios de comunicación electrónicos, justamente cuando el insulto ha sustituido al ingenio verbal, justo ahora cuando el léxico ha disminuido en el número de los vocablos de la gente, ¿qué se puede hacer para remediar lo aparentemente irremediable del uso del idioma? Es una labor compleja, sin duda.

—Ingresé como académico correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua apenas en julio y al hacerlo adquirí una muy seria responsabilidad, un compromiso. Y ojalá esté yo en consonancia, a la altura. Fue un inmerecido honor, que agradecí y que agradezco. Para mí el lenguaje es un omniscio enigma o, más preciso aún, un enigma todo lleno de enigmas, perpetuamente dispersándose y congregándose, olvidándose, imaginándose, sonoro a extremo, que suena. Ello fundamenta acaso entonces también mi invariable llamado a contribuir a una prioritaria defensa del idioma, tan propenso a que se le reduzca a diario a un disfraz, a una botarga; cierto: se mal habla un idioma al coartarlo, al adulterarlo, al sujetarlo a la estupidez, al habituarlo a lo mortuorio. Vuelta a una vieja demanda: necesitamos de una educación formal basada en la salud del idioma, aunque posibilitarla implica el concurso de los gobiernos, y la burocracia o infesta o inhibe luego al idioma…

El prestigio de un festival

—A tus espaldas te has echado a cuestas, con el auspicio de la Universidad Autónoma de Zacatecas, la responsabilidad del Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde desde 1982 (¡a tus treinta y dos años de edad!), lo que te ha sumido, quiero suponer, aún más en los trabajos que conlleva el quehacer poético en su integridad. Sé que algunos años has tenido que sortear los eventos presupuestales de la Universidad porque finalmente no en todo el andamiaje intelectual se despliegan albricias. ¿Qué te ha dejado esta ardua experiencia organizativa? ¿Cómo ha sido el acercamiento con los poetas? ¿Más glorias que penas, más penas que glorias, cuál es la suma del poeta después de estos ya casi cuarenta años de aventura colectiva poética?

—El Festival ostenta el calificativo de Internacional desde 2007; desde 1988, centenario del nacimiento de Ramón López Velarde, el Festival adoptó el nombre de éste; y desde 1982 fue el Festival de Poesía Praxis–Dosfilos, aludiendo así a la histórica colección de poesía del mismo nombre, cuyo acervo último superó la centena de títulos, y que, ejemplificándolo, publicó la primigenia poesía de Jorge Humberto Chávez o de Luis Vicente de Aguinaga, etcétera. Adjunto al Festival, desde 1982 la Universidad Autónoma de Zacatecas auspició igualmente la convocatoria al Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, que aún perdura, y desde 2007 auspicia el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde; es decir, que dentro del Festival la Universidad otorga cada año dos premios; describo a detalle esto sólo para destacar el loable esfuerzo de una Institución en continuos problemas presupuestarios. En cuanto a mí: coordinarlo todo me ha permitido hacerme de un conocimiento de alguna de la poesía en proceso en México, en el mundo, y de quienes la escriben y la teorizan, y en ello estriba justo mi decisivo estímulo, lo cual no siempre atenúa o evita la decepción o el desencuentro; no importa: insistir en la organización del Festival, de los premios de poesía que otorga, mereció y merece la pena; como contrapartida, el Festival constituye ahora ya un prestigiado espacio para la metódica divulgación de la poesía, y asegurarlo en vistas a un probable futuro es lo que importa. No resisto agregar que gracias al Festival depuré una habilidad organizativa que me agrada siempre escenificar, al margen de los beneficios, de los perjuicios.

¡Disminuirle, Dios, a la autocrítica!

—Finalmente, al casi medio siglo de trayectoria escritural y editorial, ¿qué puede concluir de su oficio, primero, el poeta y, luego, el editor, o ambos oficios conjuntamente? ¿Cómo te miras ahora a tus siete décadas de vida: qué le dirías ahora al joven poeta de veinticuatro años cuando obtenía el máximo galardón poético? ¿Qué le hacía falta al Sampedro de los setenta, qué le puede estar haciendo falta ahora al Sampedro de la segunda década del siglo XXI?

—Releo y releo la pregunta y una ineludible atmósfera de nostalgia pudiera acaso bordear mi respuesta; procuraré aligerarla. En ambos oficios: poeta, editor, me obsedió un anhelo de perfección e intenté vivirlo, vivificarlo; si lo conseguí o no, involucra un ámbito absolutamente privado… Siete décadas después, me percibo a cada instante a la tradicional manera de quien despierta de un sueño y dedica luego el resto del día a recrearlo, a recordarlo: me fascinaría entonces volver al joven que fui y advertirle sólo que atendiera a la extraordinaria sabiduría que involucra la bretoniana frase de “busco el oro del tiempo”. Al Sampedro de los setenta yo le recomendaría humildad, autocrítica, constitutivas cualidades que de seguro desestimó, atrofió; causa, efecto: y al Sampedro de la segunda década del siglo XXI yo le recomendaría disminuirle alrededor de unos setenta grados a su humildad y, sobre todo, Dios, disminuirle alrededor de unos setenta grados a su autocrítica.

Breton y el rock

—Breton y el rock son dos asuntos esenciales en el poeta Sampedro. ¿Por qué son determinantes en tu vida literaria? ¿O han surgido otras figuras que hayan redefinido al Sampedro de hoy? ¿Por qué el rock de los sesenta, y no el del siglo XXI, cabe en las reflexiones del periodista Sampedro? ¿Por qué el rock ha sido engullido por el pop?

—Según Jorge Luis Borges, Schopenhauer “acaso descifró el universo”; según yo, Breton también “acaso descifró el universo”: desde que en mi juventud leí algún fragmento de Nadja, intuí que alternativamente descubría un misterio que explicaba la vida, lo que la posterior lectura del resto de su obra me confirmó hasta volvérseme ésta fundamental, insustituible. De Breton poseo yo siempre el tono, que en poesía equivale a poseer la mitad de la llave maestra. Y de la música, de radical manera del rock and roll, del puro rock de los años sesenta, setenta, poseo yo siempre la otra mitad de la antedicha llave maestra. De allí lo determinante. Y luego están en mí David Cooper, R.D. Laing, Paul Simon, Jack Kerouac, Flannery O’Connor, Bob Dylan, E.F. Schumacher, Alan Watts, los Beatles, etcétera… Casi no frecuento el rock/pop propio de estas primeras décadas del siglo XXI porque, salvo excepciones, me suena todo de cartabón, quizá espurio. No creo que el pop haya engullido al rock, aunque tu pregunta preocupa; y te prometo evaluarla.

Un humor que no degrade nunca

—Hay un tópico acaso desconocido, e ignorado, por los numerosos lectores de Sampedro: su humor, que combina con desmesurado ingenio con la ironía e incluso la mordacidad. Los que estamos cerca de ti lo sabemos, y a veces, lo envidiamos. ¿Qué es el humor para un intelectual como Sampedro en un mundo cuya intelectualidad, por lo general, carece de él, pues lo que abunda es el chiste supuestamente espontáneo, la esporádica ocurrencia, que son muy otra cosa, donde el humor no se asoma ni calzándolo con dispositivos graciosos, como en el caso de Sergio Pitol? ¡Qué diferencia, por ejemplo, con la obra del británico Tom Sharpe!

—El humor es el fervor alterno al furor, o viceversa, y es una adicional especie de epifanía que compensa de la banalidad socialmente instituida; blanco y negro, humor: nunca humorismo de comedia. Mayoritariamente, nuestra literatura gusta de cierta solemnidad, más constatable en poesía, donde en ocasiones incluso roza la sutil frontera de lo grotesco, lo cursi. Venturosa coincidencia: acabo casi de leer la narrativa completa de Dorothy Parker, escritora ejemplo de una sátira humorística capaz de transmutarse en cálido testimonio de la génesis de una época; como el de ella, aspiro a que mi modesto ejercicio del humor no degrade nunca ni agreda, sino que suscite sólo al menos provisorias fraternidades, complicidades.

“Un defecto mío sería no irle al América”

—Y, por último: la prensa cultural, para la que has trabajado, efectivamente con sobrada humildad, ¿hacia dónde va, hacia dónde está yendo?, ¿por qué tanta negrura o mezquindad en los hacedores de estas secciones periodísticas?, ¿por qué tanta contienda arrebatada entre prestigios e intelectualidades?, ¿por qué tanta omisión de nombres y actividades? No es el caso de Dosfilos, que en sus ciento cuarenta y pico de números no se ha guardado rencores y sí aireado libertades, ¿pero a qué crees que se deban estos malhumores periodísticos? Alguien alguna vez me dijo que el único defecto que vislumbraba al periodista Sampedro era su afición por el equipo de futbol América…

—La prensa cultural explora apenas el emergente circuito de lo virtual, y debe entonces de prepararse para satisfacer inéditos tipos de exigencias editoriales, de exigencias de sus potenciales lectores; en una palabra: para redefinir los presupuestos que legendariamente ha ostentado, esgrimido. Y que no es ni será mi ruta, a propósito… Aun exento de la cotidiana brega que presuponen fobias y filias a lo largo y a lo ancho de las páginas de la prensa cultural predominante en la Ciudad de México, puedo colegir que algunos de sus protagonistas todavía aspiran a detentar el papel de Déspota Ilustrado; en contrapuestos términos, en justicia: el histórico aporte de la histórica prensa cultural en cuanto al desarrollo del pensamiento reflexivo y crítico entre nosotros es, qué duda cabe, invaluable… Un defecto mío sería no irle al América.

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