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Emilio Sánchez Mediavilla: Soy un escritor a retazos, lento


El periodista español Emilio Sánchez Mediavilla ganó la primera edición del premio de crónica Sergio González Rodríguez, convocado por la editorial Anagrama, por Una dacha en el Golfo, texto en el que aborda los dos años que vivió en Bahréin, “el país que ocupa el lugar 167 (sobre un total de 180 naciones) en la clasificación de libertad de prensa elaborada por Reporteros sin Fronteras”, escribió. Este “archipiélago de treinta y tres islas” se ubica en el golfo Pérsico. “Si miras un mapa de la península arábiga —explica al lector en el libro—, verás que en la costa oriental surge una especie de protuberancia, como un dedo apuntando hacia Irán. Esa península es Qatar, y a la izquierda de Qatar, en dirección a Arabia Saudí, en algunos mapas, sólo en los muy detallados, hay un punto minúsculo. Eso es Bahréin. Y en la costa noroccidental de la isla de Bahréin, en un pueblo llamado Duraz (pronúnciese Diráas), estaba mi casa”.

Allí en Bahréin, Emilio quiso aprender árabe y no pudo, como tampoco convertirse en un reportero valiente y clandestino. “Hubo momentos de euforia en los que creí compatibles todos mis sueños —sigue la lectura—: entrevistar a disidentes, fotografiar coches ardiendo, contar chistes en árabe con mis amigos en el parque, escribir novelas, montar yo mismo a caballo de madrugada, qué sé yo…” Lo que sí hizo fue llenar con notas varios cuadernos y cuando regresó a Madrid, durante una época, lo primero que pensaba al despertar era en Bahréin. “Era un pinchazo en la cama. Este libro empezó siendo ese pinchazo”.

Desde Madrid, Emilio contesta el teléfono para la entrevista. Probablemente hubiéramos hablado cara a cara en marzo, en Ciudad de México, cuando se había anunciado su visita de promoción, pero no fue posible debido a las medidas de distanciamiento social establecidas en todo mundo a consecuencia de la pandemia por covid-19.

—Esto estalló en España cuando me iba a ir a Monterrey, a la feria del libro, y recuerdo que el día antes de tomar el avión empezó todo en España y justo estuve hasta el último momento pensando qué hacer. En México todavía no era un tema caliente lo del coronavirus, no había riesgo que se fuera a cancelar el evento, pero el problema era el regreso. No sabía si iba a poder volver porque se empezaron a suspender los vuelos, se suspendió el colegio. Estuve dudándolo y creo que tomé una decisión acertada porque esa semana fue cuando todo se canceló en España.

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Emilio Sánchez Mediavilla es periodista y editor. Es cofundador de Los Libros del K.O., sello enfocado en la crónica periodística surgido en 2011 con un objetivo sencillo, según se lee en su sitio web: “Recuperar el libro como formato periodístico. Ya sea en pergamino, en papel o en digital. Creemos en las grandes historias contadas a otro ritmo. Sin prisas, sin limitación de espacio, sin necesidad de consultar obsesivamente el reloj de la actualidad… Creemos que la crónica periodística puede ser un género muy sexy y somos radicalmente promiscuos…”. Su catálogo está dividido en series: Héroes y villanos, Hooligans ilustrados, Crónica negra, Crónica latinoamericana, Deportes, entre otros.

En la actualidad, el sello tiene muchos proyectos en marcha, cuenta Emilio. Pero con la crisis del coronavirus se encuentran un poco a la expectativa de qué es lo que va a ocurrir; eso sí: “Seguimos trabajando —se apresura a aclarar—. Próximamente vamos a tener un libro de Ander Izaguirre, Sótanos del mundo, una reedición de un libro que habíamos publicado hace mucho pero que estaba medio perdido. Ander es un autor muy emblemático de la editorial”.

—¿Qué tanto crees que cambie la industria editorial después de la pandemia? ¿Crees que haya que apostar más por los libros electrónicos?

—No tengo ni idea, la verdad; creo que ahora mismo estamos a la espera. Es indudable que el golpe va a ser muy duro por tantas otras actividades económicas. Respecto del libro digital y el libro de papel siempre he creído que el de papel iba a ceder el porcentaje más importante del sector editorial. Es verdad que ahora, nosotros lo hemos visto, las ventas en digital han subido, obviamente las de papel casi han desaparecido, pero creo que cuando vuelva a la normalidad, lo que sea que sea la normalidad cuando se vaya controlando la epidemia, no va a significar la desaparición ni algo tan definitivo del libro de papel. Pero bueno, tampoco sería capaz de defender esta posición con argumentos más sólidos más allá de mi amor por el libro impreso. Creo que resistirá este golpe y obviamente tendrá un coste a nivel de librerías y editoriales: algunas cerrarán, las tiradas serán más bajas, las ventas seguramente serán también bajas durante un tiempo. Al libro de papel le va a costar superar esta crisis.

—Como cronista, ¿crees que es necesario contar la crisis?

—Sí, por supuesto, creo que es un fenómeno tan relevante, tan importante, tan radical que obviamente merece la atención del periodismo y en concreto de la crónica. Lo que veo es que va a ser difícil, cuando se recupere la normalidad, que el público esté interesado en el tema de la crisis, porque imagino que una primera reacción será de tedio y que la gente querrá otro tipo de historias. Tendrá que pasar un tiempo, unos años, para que diferentes cronistas se acerquen a esta epidemia y en unos años sean capaces de contarla con otra perspectiva y con unos ojos que ahora no tenemos. Aun así, está claro que todos estamos atentos a la nueva vida cotidiana, a la nueva sociedad, a todo lo que está ocurriendo, y creo que todos tenemos ideas de qué tipos de planteamientos, qué tipos de historias nos llaman más la atención. Pero bueno, también el tema es tan inabarcable que se puede acercar la crónica desde un millón de puntos de vista diferentes.

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Una sorpresa absoluta. Así califica Emilio su reacción ante la noticia de haber ganado el primer premio de crónica Sergio González Rodríguez, noticia que recibió en diciembre pasado. Fue, dice, además de una felicidad gigante, “como si fuese un sueño que no me podía creer, porque la verdad me presenté al premio con muy poca fe. Cuando me hablaron de las bases del concurso, me pareció oportuno presentarme, sobre todo por un tema personal: llevaba tiempo intentando cerrar el libro, y había una fecha límite de entrega y, como periodista que soy, pensé que me iba a venir bien como disciplina tener esa fecha para terminar por fin el libro, que era lo que quería. En diferentes fases llevaba tres años escribiéndolo y lo abandonaba durante meses, y volvía a retomarlo. Ya tenía una relación un poco conflictiva con el libro, no sabía qué hacer con él, tenía muchas dudas”.

Emilio empezó la escritura en Bahréin. No tenía claro que fuera a hacer un libro, pero con algunas cosas que iba viviendo sentía el impulso de contarlas. “Era un material narrativo que me interesaba mucho”. Lo hizo a modo de diario o testimonio. Incluso algunos capítulos del libro surgieron como correos electrónicos que mandaba a amigos con quienes quería “compartir las experiencias raras que estaba viviendo en ese país. En un segundo momento, cuando mi pareja y yo regresamos a España, según iban pasando los meses, me di cuenta que iba surgiendo una nostalgia muy fuerte por Bahréin, por todo lo que viví en ese país, y esa segunda fase de escritura, que ha sido la definitiva, nace como un impulso de nostalgia: quería recrear lo que había sido mi vida en ese país. El tercer momento, el tercer impulso, fueron las ganas de querer explicar a un público que desconocía la situación política de Bahréin un poco lo que había ocurrido ahí, sobre todo a raíz de la Primavera Árabe de 2011”. Una revuelta y la represión posterior, cuenta en algunos de los 16 capítulos de Una dacha en el golfo.

De hecho, quiso acercarse a lo que llama temas con mayúsculas a partir de historias concretas. Así, de algo genérico podía irse a algo más abstracto para entender temas como la religión, la división sectaria, la economía, los tabúes y la política en Oriente Medio. “Son temas a los cuales te puedes acercar a modo de ensayo, de una forma más disciplinada o aprovechando una anécdota personal que me hubiese ocurrido a mí, como fue la visita a una mezquita o las conversaciones con mis amigos. El libro tiene mucho de ese aspecto tan cotidiano, que creo que en el periodismo diario no tiene tanta cabida, pero que yo lo quise desarrollar”.

El arranque del libro es cronológico, pues Emilio quería explicar por qué llegó a ese lugar. “Y de ahí quería jugar con el lector para que fuera descubriendo el país de la misma manera como lo había descubierto yo un poco al principio, con pocos tours, con retazos casi de turista que se tienen cuando viajas a un país extranjero con esa especie de confusión y de asombro y hasta un poco de toque exótico de todo lo que vas viendo. Y luego ir aportándole las claves que con el tiempo me ayudaron a entender mejor el país”. Entonces buscó el equilibrio de los capítulos: intercaló las historias personales con partes “más sesudas” en las que abordó más los temas políticos y religiosos. “Busqué una alternancia para que en todo momento la lectura fuese ágil y didáctica. Sí que he hecho un esfuerzo porque estoy consciente de que, para la mayoría de la gente, Bahréin es un país que no le dice absolutamente nada”.

El índice es una cosa peculiar. Está construido a base de frases que en un primer acercamiento generan cierta incomprensión. “Es un capricho —dice Emilio—, una especie de juego literario, una llamada de atención a la que yo creo que el lector asiste un poco atónito pero con curiosidad. Me parece bien generar este tipo de sensaciones en el lector, que se pregunte qué le está proponiendo el autor. Se trata de una serie de frases que a lo largo del libro tienen mucha fuerza y evocan cosas diferentes y es casi como un juego de literatura de vanguardia: juntarlas todas sin orden aparente y quedando una sensación muy extraña en el lector. Pero una vez que terminas el libro y vuelves a leerlo, te encuentras con un contenido que vas entendiendo mucho mejor”.

Para Una dacha en el Golfo, Emilio cuenta que hubo cosas que se quedaron en el tintero. Unas fueron testimonios, “historias de gente a la que no he querido poner en peligro porque tenía claro que Bahréin es una dictadura y no quería que ninguna de las personas que aparecen, aun con nombre asegurado, tuvieran algún problema con la policía”. Eso lo llevó a editar historias completas o a omitir detalles jugosos de algunos personajes que realzaban las historias. Pero “significaba dar demasiados detalles y podría poner en peligro a gente”. Otras cosas que no incluyó fueron algunas historias de otros viajes que hizo por Oriente Medio, Irán, Líbano u Omán. “Conforme iba avanzando me di cuenta que no tenía una justificación narrativa. Eran historias muy interesantes pero hubiesen desconfigurado el libro y le hubiesen quitado el valor que le buscaba”.

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—Para tu trabajo de escritura y de edición, ¿te ha beneficiado o afectado el confinamiento?

—Ha perjudicado mucho porque para empezar tengo dos niños pequeños, y como tampoco hay guarderías ni se les puede sacar a la calle, trabajar en casa con los dos, mellizos de dos años y medio, es casi imposible. Aparte, la incertidumbre que ha provocado esta crisis también hace que sea más difícil concentrarse, y eso no ayuda mucho a la hora de editar, leer o escribir, que son actividades que requieren un tipo de concentración muy específica y a mí especialmente desde que ha empezado la crisis del coronavirus aquí en España, me está costando mucho realizar este trabajo.

—Aunque aparentemente hay más tiempo.

—Aparentemente, pero depende de si tienes o no niños pequeños. He hablado con algunos de mis autores que viven en pareja y no tienen niños pequeños y uno me comentaba que estaba avanzando mucho en la escritura, que estaba aprovechando mucho… Pero depende, me imagino, de cada situación personal. En ese sentido, mientras a mí me está costando, tengo unos autores que me dicen que están en una de sus mejores fases creativas.

—¿Tienes algún proyecto en puerta como autor?

—A nivel de escritor, ahora mismo no tengo nada en mente. Con Una dacha en el Golfo me había vaciado y estaba satisfecho y lo que tenía en mente era dedicarme a la promoción del libro antes de plantearme otro proyecto de escritura. Pero la crisis de coronavirus ha interrumpido de lleno la publicación. Aquí en España se ha tenido que retrasar y me cuentan que en México también. Ahora estoy a la espera de ver qué pasa. Y cuando pase un tiempo ya veré hacia dónde tiro. Me gusta mucho escribir pero la editorial me come casi todo el tiempo. Soy un escritor a retazos, lento. Ahora mismo por cuestiones personales me cuesta encontrar el tiempo libre para desarrollar proyectos más personales.

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