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Por ti: evocando a Óscar Chávez


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Hay hombres que no deberían morir. Ya por su personalidad, ya por su obra artística, ya por su humanidad, ya por su compromiso social y lucha… Lo digo pensando en Óscar Chávez. El gran Óscar Chávez. Cuando la noticia de su muerte se esparció por aquí y por allá, la primera reacción fue de escepticismo: ¿Óscar? ¿Muerto? ¿En serio? Le creíamos invencible, le creíamos eterno, una voz que no se apagaría jamás, que siempre estaría presente; vaya, que no nos abandonaría nunca…

Ya no: ahora se ha ido. Y todo sucedió tan rápido: entró al hospital con síntomas del nuevo coronavirus y, a las pocas horas, su corazón dejó de latir.

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Está todavía tan fresco el día de su partida, que resulta difícil hablar de él. Han pasado qué, ¿quince días desde que se fue de este mundo?, y la tristeza por su fallecimiento sigue aquí, cerquita, intacta. Pero es lo que siempre sucede con esa gente que uno se va encontrando en el transitar por esta tierra, y que, con el paso del tiempo, uno va admirando y apreciando y queriendo: que cuando muere, a uno también termina por afectarle. Y, ante el último acto, ¿qué decir?

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Son las horas y tantas de la noche, de un día de mayo, y la página de la computadora sigue en blanco; le doy vueltas y vueltas a este artículo que ya tengo que entregar, y no avanzo… ¿Por dónde comenzar?, ¿qué señalar?, ¿qué contar?, ¿cómo describirlo?, ¿qué remarcar?, ¿qué decir sobre él, qué decir sobre Óscar Chávez?

Está lo que casi todos sabemos o hemos leído: que fue actor, que fue cantante, que fue compositor, que fue investigador y difusor de la música popular mexicana y latinoamericana, que fue agitador social, que fue —por Los caifanes, la película que lo catapultó a la fama— el Caifán Mayor: el que las podía todas.

Pero si algo habría que resaltar es que, por méritos propios, Óscar Chávez perteneció a la estirpe de grandes artistas. No sólo por el gran legado artístico y cultural que nos dejó como herencia, sino sobre todo —y ante todo— por su intachable ética de trabajo y su conducta intachable frente al poder.

Me explico: ante el poder, Óscar nunca se traicionó: sus dardos iban dirigidos lo mismo contra la derecha que contra la izquierda acomodadiza y falsa. En cuestión de trabajo, él, Óscar, fue el ejemplo real, fidedigno, de lo que debe ser un artista independiente. A diferencia de tanta gente que pulula ahora con la bandera de la independencia, Óscar se mantuvo al margen del statu quo, del sistema, lo que implicaba, para él, más dificultades para hallar espacios en donde trabajar y difundir su música.

Y ni qué decir de la ANDA (la Asociación Nacional de Actores), a la que se enfrentó para defender los derechos de su gremio: un atrevimiento que la asociación mexicana nunca le perdonó, y un atrevimiento del cual Óscar nunca se arrepintió.

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Jueves 30 de abril, 2020.

Desde las redes sociales oficiales de Óscar Chávez se lanzó el mensaje; fue breve, pero causó tremendo impacto en el país: “Desgraciadamente, el Maestro Chávez falleció. Como a todos, el dolor nos embarga. Por ahora no podemos más que dar esta información y agradecer todo el acompañamiento brindado”.

Lo reconozco: la noticia me cayó como agua helada. Y, casi al mismo tiempo, un puñado de recuerdos comenzaron a desfilar por mi cabeza. Aclaro: nunca fuimos amigos, eso lo tengo claro, pero su trato siempre fue afable, generoso. A diferencia de otros colegas que siempre tenían un reclamo sobre su persona —que era lacónico, que era gruñón, que era tosco, que era difícil entrevistarle, que era aquello, que era lo otro—, conmigo, siempre, fue un gran ser humano.

Por eso la noticia de su muerte me trajo el recuerdo de nuestras conversaciones a lo largo de casi dos décadas. Aún tengo intacta su imagen por los pasillos de Ediciones Pentagrama —donde tenía su base de operaciones—, su eterno cigarrillo Raleigh en la mano, su saludo de siempre: “¡Quiubo, mano!”, o la frase con la que usualmente comenzaba una entrevista (y que, sumada a su poderosa voz, a todo mundo intimidaba): “¡Anda, pregunta ya!”

Óscar Chávez ilustrado por Rius.

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Sin embargo, no nos engañemos: ya en confianza, Óscar Chávez era gran conversador. No fueron una o dos sino varias nuestras charlas, en las que me fue contando su vida y me iba explicando su obra.

Por ejemplo, a punto de cumplir él sus 80 años de edad, retomamos la conversación sobre sus inicios como artista. Le platiqué lo que alguna vez me había confesado (mi admirado) Alberto Blanco —poeta, músico y artista visual—: que su familia, en particular sus padres, habían visto con malos ojos que su joven hijo atendiera el llamado de la poesía.

Óscar —que para entonces había permanecido en silencio, atendiendo mi relato— dijo en voz baja, como para sí: “Claro, lo entiendo”.

Luego, dándole una calada a su cigarrillo, añadió: “Imagínate lo que eran aquellos años; en nuestra sociedad era, y creo que en algunos casos aún lo es, un crimen que intentes ser poeta, o escritor, o pintor, o actor, o bailarín, o músico. Ahí empiezan las broncas…”

Le pregunté si él había vivido una situación similar.

“Caray, como todos, como mucha gente, también tuve problemas, claro… —me contó—. Lo que aminoró la situación fue que trabajé en muchas cosas, tratando de hacer lo que me gustaba, y defendiéndolo. En eso no tuve obstáculos. Afronté las cosas como eran… ¿Cómo lo puedo explicar..? Mira, desde muy joven intenté bastarme a mí mismo, no depender de nadie… Me parece que eso es importante: que las decisiones que tomes no afecten a terceras personas, incluye a tus padres o tu pareja. Es importante que tus decisiones dependan de ti, que no se las debas a nadie. Y, por supuesto, no claudiques: de lo que se trata es de seguir adelante y trabajar por lo que crees”.

Que dijera esto, me llevó a plantearle si él no había tenido dudas sobre su oficio en algún momento de su trayectoria: a veces, cuando las cosas se ponen difíciles —le especifiqué—, las dudas surgen: uno comienza a dudar de su profesión, de las habilidades…

Óscar se quedó pensativo unos segundos.

“A veces se conjugan muchas cosas, y sí, todo eso surge”, reconoció.

Le pregunté si en su caso hubo algún momento en particular en el que titubeara de lo que estaba haciendo.

“Oh no, en general no… No lo creo”, me respondió. “Mira, la dinámica de la vida es, a veces, muy rara”, agregó y se quedó de nuevo en silencio.

Quise saber a qué se refería exactamente.

“¿Cómo te puedo explicar?”, dijo, y volvió a hacer una pausa. “Mira —empezó a decir Óscar al cabo de unos segundos—, a veces una cosa te lleva a la otra. Por ejemplo, a mí me tocó una época muy rica en cuanto al movimiento teatral… Comencé haciendo teatro, sobre todo teatro experimental, y me tocó participar en muchos proyectos y en muchas obras… Fue muy rica la experiencia. Sin embargo, mientras hacía teatro, surgió para mí la posibilidad de grabar un álbum. Y lo hice: empecé a grabar discos, empecé a cantar. Después, sin buscarlo demasiado, surgió la posibilidad de trabajar para Radio Universidad, en la UNAM… Así que de pronto, cuando me di cuenta, ya estaba haciendo un poco de todo… Te cuento grosso modo, ¿eh?”

Óscar entonces se interrumpió, y le dio una calada a su cigarro.

Yo iba a decirle algo, pero él continuó su relato:

“En la UNAM trabajé muchos años como locutor, también como actor haciendo radioteatro y como productor de programas. En fin, fue una experiencia muy rica también. Luego, sin dejar de cantar y ya más adentrado en la música, hice cabaret político durante casi diez años. De hecho, gracias al teatro y al cabaret, por aquella misma época surgió la alternativa de hacer cine… ¿Ves? Una cosa te lleva a la otra, es lo que te digo… Es como una dinámica: se van dando cosas, y unas son afortunadas y otras no”.

En diferentes entrevistas, Óscar Chávez me habló precisamente de su faceta actoral. Como ya muchos lo saben, la película Los caifanes de Juan Ibáñez lo catapultó a la fama hacia finales de los años sesenta del siglo pasado; en ella participaron además: Sergio Jiménez, Ernesto Gómez Cruz, Eduardo López Rojas, Julissa, Enrique Álvarez Félix, entre otros.

Sin embargo, Óscar volvió a estar a las ordenes del director mexicano en otro par de filmes:

—La gente no lo recuerda —me dijo un día—, pero tuve la oportunidad de trabajar con Juan en dos películas más; una fue La generala, en la que también trabajó Sergio Jiménez y Ernesto Gómez Cruz. Y luego trabajé en otra, la cual ya no tuvo mucha repercusión: A fuego lento (México nocturno / México de noche). Fue lo último que hice con él.

—Además de Los caifanes, ¿hubo otro filme que fuera igual de importante para usted? —le pregunté aquel día.

—Todas fueron importantes. La generala, A fuego lento, El cuerpazo del delito… En fin… Pero sí hay una película que recuerdo mucho: El oficio más antiguo del mundo, dirigida por Luis Alcoriza. Ahí tuve la suerte de trabajar con doña Gloria Marín, una encantadora señora. También estaban Fernando Luján, Jaime Fernández, Isela Vega, Jacqueline Andere… ¡Había como diez bellezas en el set!; todas mujeres guapas y talentosas, todas mujeres hermosas, en esa película con Alcoriza…

Hacia finales de los años setenta y principios de los ochenta, y luego de haber trabajado en una docena de películas, Óscar se fue alejando de los escenarios cinematográficos y teatrales… O, más bien, lo fueron alejando y vetando como consecuencia de la colisión que tuvo contra la Asociación Nacional de Actores (ANDA), entonces alineada con el PRI y con Televisa.

En alguna ocasión le pregunté sobre este pasaje de su vida; me dijo:

—Sí, a mucha gente nos afectó la decisión de separarnos de la ANDA y hacer el Sindicato de Actores Independientes (SAI), con Enrique Lizalde a la cabeza de ese movimiento… Fue una etapa difícil, dura. Muchos renunciamos a la ANDA, y nos asociamos con el SAI, con Enrique. Yo lo tomé muy en serio, y él también, pero eso fue nuestro final; eso me cerró totalmente las puertas del cine. Me bloqueó todo. No nada más a mí, también a todos los que participábamos en ese movimiento. Yo no pude volver a trabajar en teatro, ni en el cine. Todo por defender los derechos de los actores. Fue una decisión bastante radical. Pero no me arrepiento, para nada. Al contrario: me llena de orgullo haber mandado al demonio a la ANDA. Me parece maravilloso.

—Dice que no se arrepiente, pero supongo que sí extraña esa faceta suya, ¿no?

—Claro que la extraño. Porque me encanta. Pero con el tiempo sí pude trabajar en algunos proyectos cinematográficos. Por ejemplo, en la segunda mitad de los años ochenta participé en una película en San Diego, California, que dirigió Isaac Artenstein, de Tijuana, en ese momento un hombre muy joven. Fue una buena experiencia. El filme se llamó Rompe el alba, y fue sobre un personaje mexicano, real, al que tuve la fortuna de conocer; se basó en su vida y se desarrolla en los años treinta… Insisto, fue una experiencia afortunada.

—Lo asombroso es ver cómo se reproducen en ámbitos que uno creería inmunes, vacunados (como lo pueden ser instancias culturales, en este caso una asociación de actores), actitudes gansteriles y corruptas, mezquindades de toda índole, ¿no lo cree?

—Por supuesto. Pero si algo hemos comprobado en el último siglo es que la corrupción es inmortal en este país. En todos los ámbitos.

6

¿Para qué nos ha sido dada la música?, le pregunté un día a Óscar.

El maestro se quedó pensativo. Tras unos segundos, dijo:

—La música existe desde que hay memoria en este planeta. Si a algo se le puede dar el nombre de idioma universal, es a ella. No hay lugar en el planeta donde no haya alguien ahora mismo escribiendo música, haciendo música, ejecutando la música. Ella hace posible relacionarte con los demás seres humanos… Insisto: es el idioma más universal.

Vamos a decirlo claro: el nombre de Óscar Chávez ya está inscrito en la historia del cancionero mexicano. Sus más de mil 500 canciones —interpretadas por él, mejoradas por él, o escritas por él— son tan sólo una muestra de su gran legado artístico.

Buscador infatigable de las tradiciones musicales —pues lo mismo transitó por la música folclórica que la norteña, el corrido, la trova o el son—, el estilo de Óscar Chávez estaba basado en una estética austera que partía de las posibilidades de su voz, sobre todo con textos literariamente bien trabajados y muy líricos. Eso sí: su importancia musical iba más allá de ideologías ya que, como él mismo lo sabía (y me lo repetía una y otra y otra vez), al final la vida está hecha de poesía, de dolor, de sueños o esperanzas. De ahí que combinara en su obra el amor y el desamor con lo social, con la denuncia, con la política, temas “difíciles de desligar cuando uno ha nacido en un país como México”, decía el propio cantautor.

En ese sentido, Óscar Chávez siempre estuvo comprometido con su época y su realidad. De hecho, su obra atravesó diferentes movimientos sociales; ahí están por ejemplo canciones como “Corrido del 2 de octubre”, cuya letra y música de Judith Reyes hizo suyas el propio Óscar, y en la que en uno de sus párrafos dice: “¡Qué fuerzas tan desiguales!,/ hartos tanques y fusiles;/ armados los militares,/ desarmados los civiles”. O un tema como “Siempre me alcanza la danza” (que Óscar cantara en su momento en Oventic ante las bases zapatistas): “Siempre me gusta decir/ todo lo que está pasando./ Vale la pena vivir/ para enojarse cantando.// Esto que sucede en Chiapas/ me tiene muy enojado/ y, entre noticia y noticia,/ yo diría encabronado”.

Obviamente, si un asunto atravesó todas nuestras conversaciones fue el de la música, tanto desde el punto de vista estético, de arte, como su función social en la sociedad. Y, también, desde el punto de vista de negocio. (Me refiero, sobre todo, a aspectos como la escasez de espacios para tocar o la piratería.) Lo que a continuación transcribo es un resumen editado de varias de nuestras charlas, en diferentes momentos y en diferentes contextos de país.

Por ejemplo, en una de nuestras últimas entrevistas le pregunté sobre la composición:

—La verdad —me dijo Óscar en un momento dado—, nunca sabes cómo puede funcionar una canción, qué es lo que debe tener que la haga perdurar. Me queda claro que el mejor juez es el tiempo.

—A veces resulta muy raro cómo funciona una canción, ¿no lo cree?

—Sí, nunca sabes. Es una aventura. Por eso es maravilloso este oficio. La cantadera es muy bonita, pues.

—Hablo de esas canciones que uno no sabe a ciencia cierta todo lo que conllevan…

—Ándale, eso es… Eso pasa mucho en la canción, y también en la poesía: todo lo que no se dice luego es más importante que lo que estás diciendo. Me refiero a las diversas lecturas que se le puede dar a una canción.

—Supongo que con la edad, los temas para una canción cambian…

—Como siempre lo he dicho: no hay recetas. Nunca sabes cómo va a surgir una canción, y creo que eso es parte de su encanto. Claro, hay mucha gente que trabaja con recetas y fórmulas, y de eso están completamente llenas las estaciones de radio comercial, las televisoras, las disqueras de corte transnacional… Vaya, pura basura…

—Déjeme insistir en esto: el ser humano, en este caso el compositor, ¿no llega a una edad en la que empieza a pensar en otros aspectos de la vida: la vejez, la muerte, incluso a ser más introspectivo?

—En parte, sí; por eso digo que no hay recetas. Mira, entre las muchas virtudes o defectos del ser humano está su ente político. De él no se puede despegar… En ese sentido, la canción es una herramienta que te permite desarrollar, hacer y decir lo que te dé la gana. Eso por un lado. Por el otro, sí es posible que uno resulte más reflexivo, por lógica, pero eso no significa que andes inventando la solución del planeta. Todo termina entre el hombre y su circunstancia. Yo compongo con relación a mi entorno, a mi ciudad, a mi país; no pretendo ser Mesías de nadie, nunca me ha interesado eso, ni se trata de eso.

—Su música suele ser muy reflexiva, ¿es idónea para estos tiempos que corren?

—Yo creo que si algo nos puede ayudar, o servir, es justamente reflexionar, pensar, no andar hablando y pegando de gritos a lo pendejo… Lo voy a poner de esta forma: ¡motivos sobran para escribir canciones! En lo que a mí me ha tocado pasar, la vida del país ha sido muy complicada, conflictiva, terrible; así que motivos siempre hay…

—Por ejemplo, cuando prepara el repertorio para un concierto, ¿qué tan condicionado está al contexto social del país?

—No es que esté condicionado. Insisto: son tantas las cosas que suceden en este país, que uno podría hacer una parodia diaria. Pero no es el caso. Además, escribir una canción política, de protesta, testimonial, o como la quieras llamar, no es nada fácil. Es muy complicado. En cierto modo es muy efímera, también muy ingrata. Me refiero a que no siempre le das al clavo. A veces piensas que estás diciendo algo muy simpático, o muy ocurrente, y en realidad es una babosada que pasa de noche. Por otro lado, a veces sí tienes la suerte, o el tino, de darle al clavo y hacer algo interesante que puede perdurar en la memoria de la gente, que soporta el paso del tiempo. Pero son las menos de las veces. En general, la canción política es muy efímera.

—La canción social, la canción de protesta, ¿funciona para cambiar al menos una pequeña porción de esta realidad?

—No, en lo absoluto. No creo que ninguna canción solucione nada. La canción, como el vehículo que es, como la herramienta que es, sí es muy rica y muy útil. Puede hacer tomar conciencia, pero que solucione cosas, no lo pienso así…

—¿No llega a tanto su poder?

—Lo que soluciona las cosas son los actos, no las canciones.

—Pero como usted mismo dice: provocan…

—Así es: despierta conciencias… Te repito: lo que sí puede hacer la música es que la gente tome conciencia, para que pueda expresar lo que piensa, para que proteste, para que pueda burlarse e, incluso, para que pueda insultar si es necesario. A veces es asombroso el poder que tiene: darle a conocer a la gente a través de las canciones lo que sucede, y que en algún momento coincidas con la vox populi en ciertos materiales que presentas, es algo muy bonito. Lograr hacer una canción que refleje la opinión generalizada no es fácil, pero cuando le atinas es algo maravilloso.

—¿Y qué papel ha jugado su obra en los diversos movimientos sociales? Es indudable que su trabajo musical siempre es citado cuando se habla de ellos…

—¡Pero quién soy yo para decirlo! Lo único que te puedo decir es que el papel de todo interprete es informar, decirle a la gente lo que piensa, de manifestar un poco lo que es el pensamiento y sentir popular… La verdad es que yo no hago política; digo cosas que yo pienso. Con una canción no puedes hacer análisis político. Son eso: canciones. Y te repito: éstas no resuelven nada. En cambio, sí son un medio para manifestar mi opinión, una sátira, una crítica, un manejo del humor o del sarcasmo, según sea el caso; o sirve para hablar de la ternura, o del amor…

—¿Cuál cree que sea, entonces, el papel del cantante?

—En mi caso, quiero pensarlo así, es un poco ser la memoria, como un mal necesario. Porque, como te decía, la canción es un instrumento, es una herramienta para decir lo que sucede, lo que te pasa a ti como persona, lo que te duele, lo que te alegra. La canción es un vehículo para expresar lo que piensas… Creo que la intención del interprete es que sea un poco portavoz del sentimiento popular.

—Sin embargo, como que las nuevas generaciones le cantan más al amor o al desamor… Ya no hacen tanto esa canción de protesta, esa canción social…

—Pero no tiene nada de malo cantarle al amor…

—Por supuesto, pero…

—Lo que sucede es que, dentro de lo que estás diciendo, siempre habrá una razón para.

—¿A qué se refiere?

—Lo que digo es que no se puede calificar o etiquetar necesariamente a la canción de protesta (o como la quieran llamar, porque la han desvirtuado tanto que ya no se sabe cómo nombrarla). No la podemos etiquetar porque, si lo pensamos con detenimiento, en un momento dado las canciones más políticas son precisamente las amorosas. Y no sólo ha sucedido aquí, sino en muchas partes del mundo, y en diferentes épocas. Por ejemplo “La Adelita”, que es una canción de amor, resultó ser un canción harto representativa; o, ahí está, dentro de la Guerra Civil Española, “La Carmela”, también una canción de amor, que se convirtió prácticamente en un himno.

—Por ejemplo, “Por ti”, una canción suya, también tiene su tinte político, si me apresura…

—Claro, también tiene su razón de ser… Las canciones surgen de una situación, de una geografía, un entorno, de la poca o mucha cultura que puedas tener. Si logras penetrar la sensibilidad de la gente, eso es lo más satisfactorio que puede haber… Mira, y lo digo sin presunción: yo ya le estoy cantando a los nietos y bisnietos de mi generación. En ese sentido, me da alegría que “Por ti” le guste a adolescentes de 15 años y a señores de mi edad o mayores que yo. Es sensacional. Esa canción ha logrado perdurar sin acudir a trampas publicitarias ni a banalidades masivas, como las que vomitan las televisoras y la radio comercial.

—“Por ti” es esa clase de canción que uno puede poner una y otra y otra vez, y no cansarse de escucharla.

—Gracias. Qué bueno que lo pienses así. Fíjate que curiosamente tardó en penetrar en el gusto de la gente. No gustó de primera intención. Se llevó algún tiempo para que agarrara vuelo. En ese sentido, me ayudó mucho Chamín Correa. Él la defendió mucho. De hecho, el arreglo es de él. Y Chamín siempre lo dijo, y siempre insistió, en que la cantáramos, en que la cantara yo, en que insistiéramos en proponerla. El tiempo fue el que se encargó en amarrar la canción en el gusto del público. Ahora no puedo presentarme en algún lado si no la canto…

—Por cierto, ¿cómo nació la canción? ¿Había alguien en especial, una musa?

—Insisto: no hay recetas para escribir. Siempre estás intentando dar con La Canción… A veces te salen afortunadas, otras veces mejor las olvidas. De muchos intentos que uno hace, no todas son afortunadas. Esto es algo que le pasa a todos los compositores.

—No me ha respondido: ¿estaba enamorado cuando escribió esa canción?

—Yo he vivido enamorado siempre. Y si no tengo razón, me lo invento. Creo que el amor es la mayor energía que puede contener un ser humano. Así de claro son las cosas, ¿o no?

7

Una de las características en la trayectoria musical de Óscar Chávez fue su búsqueda incesante en el baúl musical de México y Latinoamérica, en el cual fue encontrado verdaderas gemas, piezas de orfebrería.

En una de nuestras conversaciones, le dije a Óscar Chávez: sucede algo curioso: mientras más crece uno, más interés se tiene por la música del pasado; es como si uno se fuera resbalando (en el buen sentido) hacia lo antiguo, hacia lo viejo…

—Oh sí, a todos nos ha sucedido eso —respondió—: queremos viajar hacia atrás, al recuerdo… Y, conste, no me refiero al aspecto personal, ya que ése no me interesa. Es decir, a mí no me gusta mirar hacia al pasado, cosas del tipo “¿cómo valora su obra?”, o “¿cómo califica su vida a estas alturas?” Me tiene sin cuidado eso… A mí lo que me interesa y me importa es mirar hacia delante. Sé que suena a una frase común, pero qué quieres que te diga: es cierto. En cuanto a lo estrictamente musical, que es de lo que estábamos hablando, ir al pasado sí que es estimulante; el recordar antiguas canciones es algo emocionante, porque sueles encontrar cosas muy bellas. Las verdad es que hay cosas muy bien hechas ahí…

—Demasiado bien hechas, si me permite…

—Sí, es música excelsa, bella, muy interesante. Es muy importante para una persona, y desde luego para una sociedad, tener una memoria histórica, tener una memoria musical, que se recuerden canciones; o sea, que aprendamos a conocer lo que tenemos. Es importante tratar de no olvidar nuestras tradiciones, que sigamos escarbando, recordarla, trabajar en ello, porque la invasión de la música comercial, la música desechable, es terrible, abrumadora; y, más aún, cuando los medios no se preocupan precisamente por nuestras tradiciones: ni la televisión, ni la radio, muy poco la prensa escrita y una que otra disquera independiente…

—Sé que no le gusta mirar hacia el pasado; pero, si me permite, ¿cómo se ha ido modificando su visión, en este sentido?

—Desde luego se ha enriquecido, en primera. Ahora, lo que siempre he dicho, y que a veces parece ocioso decirlo (aunque no lo es), es que para mí la música se divide en buena y mala… La buena siempre va a quedar en la memoria de la gente; es la que siempre sale a flote; es la que surge cuando alguien se acuerda de cosas valiosas… La buena música se va a recordar de alguna manera siempre, aunque sea a nivel de grupo, a nivel familia, a nivel pueblo. La mala, en cambio, no; la mala se va al demonio, y ya.

“Por eso siempre he tenido esa esperanza, y esa actitud positiva, de que las cosas buenas tienen que perdurar. Y eso se da en todas las épocas. Los que estamos escarbando (y no me refiero solamente a mí, sino a tanta gente que anda en esto), sabemos que tenemos un compromiso: tratar de capturar y recordar y aprender todo lo que hallemos de nuestro pasado musical; en el cual, insisto, podemos encontrar cosas muy bellas y maravillosas que vale la pena volver a cantar”.

—La pregunta es: ¿cómo valora Óscar Chávez la música? Me refiero a que si usted tiene o maneja algún parámetro con el que distinga entre la música buena y la mala…

—Lo único que te puedo decir es que, para mí, la música que está bien hecha es la que siempre se conservará. No creo que haya parámetros, pues es simple: una canción está formada por dos cosas: música y letra; cuando las dos están bien hechas, se da una canción bella. Cuando alguna de las dos falla, algo pasa. Creo que, en este sentido, el tiempo no importa… Me refiero a que en las nuevas generaciones también hay música buena; hay jóvenes (y no tan jóvenes) que están haciendo música que vale la pena, y que se va a quedar en la memoria. Esta dinámica, esta tradición, no se va a morir.

Óscar Chávez. / Foto de Josué D. Romero

8

“Son fundamentales”.

Así de contundente fue Óscar Chávez cuando, en 2015, le pregunté sobre el papel del arte y la cultura en una realidad como la mexicana. Y remarcó: “Repito: son fundamentales”.

Luego, explicó:

—Yo siempre lo he dicho: en general, el arte y la cultura deben ser tomados en cuenta como artículos de primera necesidad. Y ésa es una de las cosas graves, y dolorosas, y atroces, de los gobiernos y autoridades de este país: que no toman en cuenta la cultura. No tienen idea de ella porque no les interesa. Más que nada es eso: no les importa. ¡Pero es plan con maña! Entre menos pendeja es la gente, más reacciona, más lucha, más exige, más defiende sus derechos. Y eso le da miedo a los gobiernos en turno.

—¿Qué debería significar para los políticos el arte y la cultura?

—Fácil: deben entender que son prioridades de primera instancia. Pero es lo que están olvidando estos miserables. Repito: la salud, la educación, la cultura en general, es lo que sacará a flote a este país. Es la manera más poderosa e importante de saber quiénes somos, hablando de la cultura y todo su espectro. Es la manera de conocernos, de saber quiénes somos, de saber a dónde vamos, de saber de qué estamos hechos… En fin, son tantas cosas lo que significa la cultura, y sin embargo a estos políticos nuestros es lo que menos les interesa. No les importa. Mientras más brutos seamos, y más ignorantes, somos más manipulables.

—Si me permite, no sólo a los gobiernos sino también a los llamados poderes fácticos les importa poco o nada la cultura…

—Por supuesto; quieren tener a la gente totalmente ignorante, y desinformada, y anestesiada, para poder manipularla. Y lo digo en todos los sentidos. Por eso, no hay que dejar de decir y señalar las cosas…

—A veces parece que le tienen miedo a palabras como cultura y educación, ¿no lo cree?

—¡Ja! Ni las conocen…

—Como ciudadano, pero también como artista, ¿cuál es su sentir ante la realidad que hoy vivimos? Sobre todo si se toma en cuenta que su canto ha estado ligado a las causas sociales desde antes del 68…

—Mi generación no fue muy afortunada en cuanto a las situaciones políticas, en lo absoluto. Y no sólo eso: hace unos días estaba hablando con un amigo de los sexenios que nos ha tocado vivir… ¡Ya ni me acuerdo cuántos son! A ver, haz la cuenta…

—Pues son como unos 12, ¿no?

—¡Imagínate! Qué número. Y si te pones a ver nombres, esto está para llorar. El porcentaje es siniestro. Siniestro. Yo por eso siempre lo digo, y lo sigo pensando (y no es broma): fuera de Benito Juárez, lo demás me parece para llorar.

—Ver una situación como la del 68, y cuatro décadas después ver una situación como la de Ayotzinapa, ¿qué le dice como país?

—Nada muy halagüeño. Sólo que es lamentable la estupidez de las autoridades. Es lamentable la mediocridad de esta gente que gobierna. Es cada vez más doloroso. Más que triste, es doloroso. No es posible, y es asombroso, la falta de capacidad para gobernar, la falta de capacidad para tomar decisiones que de veras solucionen y alivien las cosas. Yo no veo nada. Todos andan como locas desmecatadas: defendiendo sus mensualidades. De donde vengan, da lo mismo: partidos o partiditos, son unos sinvergüenzas.

—Lo sorprendente es la rapidez con la que la actual izquierda mexicana se adaptó a las circunstancias, ¿no le parece?

—Pero ¿cuál izquierda, tú? ¿Cuál izquierda? No tienen vergüenza…

—Me refiero a la izquierda, o lo que parecía izquierda, hace unos 20, 25 años.

—Bueno, camaleón es poco decir. Es un descaro. Basta ver lo que ahora mismo sucede con todos los que renunciaron a su puestote y puestesillo en el aparato gubernamental, la escapada de todos ellos. Se van porque obtendrán algo mejor. Es decir, no lo hacen para mejorar las cosas, sino para mejorar su entrada de dinero, quieren ganar más lana. ¡Y lo hacen con tal descaro..! Insisto: son unos sinvergüenzas. No hay paralelo con nada.

—Lo increíble, o inaudito, es su cinismo.

—Nhombre… Y todavía se ríen, como hienas.

9

Si mi memoria no me falla, en 2017 fue nuestra última entrevista. Quise buscarlo a principios de marzo de 2020 para entrevistarle y hablar sobre sus 85 años de vida (que cumplió el 20 de dicho mes), pero por diversos motivos pospuse la llamada…

Ahora se ha ido.

En todo caso, me alegra saber que Óscar Chávez nunca perdió filo: en las últimas entrevistas que dio a diversos medios, siguió siendo muy crítico del poder, incluso lo fue con la administración actual de Andrés Manuel López Obrador. Así era Óscar: imbatible frente al gobierno en turno.

Cuando un día le pregunté qué se ganaba con la edad, Óscar me respondió: “Yo sólo sigo adelante; como dice la canción: no hay que voltear pa’trás”.

Como aquella respuesta no me satisfizo, volví a la carga: ¿con la edad se ha vuelto usted más escéptico, más pragmático, o más críptico?

Óscar sonrió con ironía. Me dijo: “Te acabo de decir hace un momento que no me quejo; no es tanto el problema de volverte escéptico o pragmático o críptico. Insisto: hay que seguir adelante, y dar la batalla. Como decía en mi momento una frase: qué chingue a su madre el que me dio el balazo… Esa es buena filosofía…”

Dijo esto, y ambos, claro, nos echamos a reír…

10

“La calaca” la compuso José Hernández, y entre los interpretes que popularizaron la canción estuvo precisamente Óscar Chávez. La letra dice así:

Mucho cuidado señores:
Porque la muerte anda lista
En el Panteón de Dolores
Ya nos tiene una fosita
Para los compositores
Y uno que otro periodista
Licenciados y doctores
Todos están en la lista

Tuku, tuku, tuki, taka
Qué recanija calaca
Cuando menos lo pensamos
Nos hace estirar la pata
Yo me le escapé una vez
Pero por poco y me atrapa…

Sí: ahora es real: don Óscar Chávez se ha marchado de este mundo. Ya no se le pudo escapar. Tuku, tuku, tiki, taka, qué recanija calaca…

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  1. Crecí escuchando la música de Oscar Chávez. Vivo en Monclova, Coahuila y tuve la fortuna de verlo en una presentación que hizo en esta ciudad. Un hijo mío y yo nos tomamos una foto con él. La guardo con inmenso orgullo!

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