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Compartir y ser felices


Decepciónese así. Nada prueba que hacer gárgaras con enjuague bucal o con agua de sal elimine el coronavirus de la garganta (en realidad es, simplemente, un remedio casero muy socorrido para tratar de aliviar el dolor). No se tiene certeza alguna, hasta el momento, de que el virus que provoca la covid-19 fenezca a una temperatura de entre 26 y 27 grados Celsius. Beber agua caliente en tés o infusiones no tiene ningún efecto sobre el coronavirus. No todas las mascarillas, ahora lo sabemos mejor, sirven para impedir el contagio por medio de las gotas de saliva infectadas con el virus. No hay pruebas de que ciertos desinfectantes (como Pinol y Lysol) tengan eficacia contra el coronavirus (aunque se presenten de otro modo y afirmen ser efectivos contra otros tipos de coronavirus). Los CDC (Centers for Disease Control and Prevention de Estados Unidos) no recomendaron afeitarse la barba para disminuir o evitar el riesgo de contagio del coronavirus. El coronavirus no puede diseminarse en un paquete proveniente de China (tal como lo predijeron los Simpson). Giussepe Conte, el primer ministro de Italia, nunca hizo un llamado a orar por su país, ni dijo: “Hemos perdido el control, hemos matado a la epidemia física y mentalmente. No podemos entender lo que más podemos hacer, todas las soluciones están agotadas en tierra. Nuestra esperanza permanece en el cielo. Dios rescate a tu pueblo”. Ni tampoco lloró (ese fue Bolsonaro y por otra razón).

Por si fuera poco, Bill Gates tampoco predijo la pandemia de coronavirus en 2015. Hasta el momento, la plataforma denominada 4chan, no ha presentado las evidencias de que las cuentas de la fundación de Bill Gates hayan sido víctima de los hackers (como lo publicó escandalosamente The Washington Post el 22 de abril). Ni los cisnes, ni los delfines regresaron felizmente a recorrer los canales de Venecia después de que los turistas dejaron de tirar basura desde las góndolas y la población local se retiró a sus casas por las medidas gubernamentales que obligaron al confinamiento para tratar de detener los casos de contagio por el nuevo coronavirus. Y no, no existe relación entre la diseminación de la covid-19 y el funcionamiento de la red 5G. Etcétera. La lista podría continuar. Y mientras la pandemia dure, seguiremos viendo nuevas notas de este tipo (incluso en medios acreditados y de alcance nacional o internacional).

Con toda la información falsa, engañosa, mal intencionada y tendenciosa que ha circulado sobre la covid-19 en blogs, foros, aplicaciones de mensajería instantánea, redes sociales (de microblogging, fotografía, video, profesionales, etcétera), bien se podría editar un libro de tamaño tipo Handbook que podría llevar el título de Todo lo que compartí del coronavirus durante la contingencia y no me atreví a verificar. Lo peor, es que probablemente se vendería bien. ¿Compartió alguna de las notas mencionadas anteriormente? ¿Alguna parecida? Bueno. No es la única persona que ha sido alcanzada por la desinformación. En este momento debe de haber millones de personas compartiendo información falsa. Incluso si su teléfono acaba de vibrar, es muy probable que haya recibido información maliciosa hace unos momentos (no se quede con la duda, revise).

En junio de 2016, Maksym Gabielkov, Arthi Ramachandran, Augustin Chaintreau y Arnaud Legout, de la Universidad de Columbia, publicaron los resultados de una bonita investigación titulada “Social Clicks: What and Who Gets Read on Twitter?” (“Clics sociales: ¿quién y qué se lee en Twitter?”). El conjunto de datos con el que trabajaron estuvo conformado por 2.8 millones de mensajes compartidos (que podrían haberse traducido en 75 mil millones de potenciales mensajes vistos sólo en Twitter y en 9.6 millones de clics). Para su estudio consideraron cinco dominios de los medios más populares en dicha red social de microblogging. Eligieron tres medios (BBC, CNN y Fox News), un periódico (The New York Times) y una fuente estrictamente en línea (The Huffington Post). Entre otros resultados, encontraron que en el 59% de las URL mencionadas en los mensajes de Twitter no se hizo clic y que simplemente se compartió. Presumiblemente, el contenido de lo que se compartió no fue leído. Lo cual supone que, si acaso, se leyeron los encabezados. Una vez hecho esto, la información está lista para compartirse. Los resultados de la investigación nos llevan a pensar también que la gente está más dispuesta a compartir una información que a leerla, conocerla, revisarla y verificarla. Esto sería algo muy parecido a recomendar un libro del cual solo se leyó el título en la portada. O a recomendar una película de la cual solo se vio el trailer. O a cantar y bailar una canción de la cual no se sabe qué dice.

Lo anterior representa una contradicción interesante en términos sociales y culturales: que la gente está compartiendo más información de la que conoce a fondo (es decir, se comparten más artículos de los que se leen, por ejemplo). Los medios sociales (social media) son el terreno ideal para que la información sin verificar se deslice como un alud en una montaña arrasando con todo lo que encuentra a su paso (los desinformados primero). A diferencia de los montañistas que quedan sepultados y casi muertos debajo de la nieve tras un alud, los internautas desinformados terminan satisfechos por haber compartido contenidos malintencionados, engañosos, falsos y tendenciosos. A cambio reciben palmaditas digitales (en forma de pulgar arriba, corazón, carita sonriente, carita de asombro, carita llorando o carita enojada) de otros desinformados que quedan, junto con ellos, debajo de las pesadas capas de desinformación cuando un mensaje falso se vuelve viral gracias a su desesperación por compartir, antes que conocer, mínimamente, el contenido de lo que comparten. Compartir el contenido y conocerlo, en realidad, están poco relacionados.

Así que a los desinformados no les importa, paradójicamente, informarse. Les importa ser felices compartiendo información que, en realidad, tiene efectos nocivos en situaciones como las que vivimos porque, simplemente, eleva la incertidumbre (y de paso el miedo). Para los desinformados (y muchos medios), la verdad puede esperar.

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3 Comments

  1. ¡Híjole, Juan! Más claro que el agua no pudiste ser. No cabe duda que en estos tiempos se vive una era de la desinformación, que no sólo es local, sino mundial.
    Saludos.

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