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¿Habrá transparencia y democracia en la cultura?


Quienes esperamos un giro importante en la política cultural durante el presente sexenio creemos que muchos de los procedimientos que se mantenían intocables para regir el quehacer de los autores y conglomerados artísticos del país deben cambiar, y que los próximos demuestren transparencia, porque lo que se consideró ser un apartado imperturbable del programa del gobierno federal no dejó piezas dignas de ser repetidas.

Como debemos saber, en los últimos 30 años se entronizó la visión de los que consideran a la cultura y el arte como un apéndice del gobierno que debe ser lucido sólo en los días de fiesta. Nada hubo en ellos que delatara una voluntad constructiva para vigorizar a la sociedad mexicana; la cantidad de encuentros, conferencias, seminarios y demás sólo fueron un escaparate para dar una imagen de solidez y rigor que no logró, no tenía por qué, penetrar e interesar a los sectores profundos que responden diariamente con su modestia creativa en algo que es insoslayable: encontrar la vena social que defina el trabajo cultural y artístico del país.

La cultura del México neoliberal es un apartado que no fue regido por dirigentes visionarios que le proporcionaran calidad y grandeza. A cambio de ello, se respondió con las fruslerías oficiales que son típicas de los funcionarios  culturales, y con la arrogancia y las poses tradicionales de los señorones que pululan en los festejos y homenajes. Con ellos, tres décadas de trabajo fueron echadas a la basura, sin que en estos días exista una consigna de revisión crítica de lo alcanzado durante varias gestiones.

Es triste: se llama a cuentas a los funcionarios estatales de otros sectores, pero a nadie se le ocurre exigir que las cabezas elegantes de nuestra máxima institución de cultura, de Carlos Salinas de Gortari para acá, emprendan una enumeración crítica de los avances que tuvimos bajo su dirección, que hagan cuentas de los recursos  gastados y que presenten un análisis que ponga en claro la languidez de las concepciones programáticas con que fue conducido el Conaculta, hoy Secretaría de Cultura.

Hasta este momento, los funcionarios culturales nombrados por Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum sólo responden con la visión y los procedimientos que han sido habituales en el trabajo de la cultura. En efecto, ya nos leyeron lo que, en líneas generales, será su programa de trabajo a largo plazo, y si bien no se advierte en ellas cuál es la diferencia cualitativa que dará un golpe de timón contra la política timorata que sufrimos desde hace años, tampoco se trasluce ahí una filosofía que demuestre que el asunto cultural dejará de ser una actividad exclusiva de los individuos y grupos de “expertos” y consentidos.

No se leen en sus documentos las palabras difusión, fomento y socialización como horizontes de una idea que haga cambiar profundamente el estado desastroso de nuestro espíritu nacional. No se avala la decisión democrática de los grupos y conglomerados independientes, y nada se apunta acerca de la autogestión.

Es posible columbrar que muchas de las marcas del pasado sobrevivirán en los espacios de las presentes autoridades culturales. Un análisis a vuelo de pájaro de esos dirigentes puede demostrarse que suscriben varios procedimientos e ideas culturales que creíamos superados a partir del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de julio pasado. A cambio de ello, nos sorprenden con la misma actitud silenciosa, opaca y taimada que denuncia su baja vocación por escuchar las voces de quienes verdaderamente hacen el trabajo cultural en este país.

Decía: hasta hoy no existe un deseo de analizar críticamente la gestión de los máximos dirigentes de la cultura del país y de la Ciudad de México; existe el prurito de llamarlos a cuentas, porque muchos creadores que están becados se sienten en deuda con ellos. Pero tampoco se advierte una visión de la cultura donde la voz y la organización de la sociedad vayan por delante. Esto es, tendremos que esperar las decisiones infalibles y definiciones esotéricas de quienes ganaron su puesto mediante su estilo escurridizo y oportunista, y la venia de Andrés Manuel y Claudia Sheinbaum.

En el trabajo cultural se transparentará la profundidad de la idea de cambio del presente régimen. Hasta ahora, las cabañuelas nos anuncian meses tristes. Aguas, jugar con el fuego de los escritores y los artistas no es cualquier cosa.

Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, enero 2019.

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